Por Alberto Pontoni. Enero 2003
La poca claridad de la dirigencia argentina por plantear una salida nacional frente a la actual crisis económica se refleja en la devoción que desde diferentes sectores se rinde a la Generación del 80 y su supuesta claridad para definir un proyecto de país. Paradójicamente, esa actitud incluye a quienes, presumiblemente, expresan un compromiso con un desarrollo de carácter autónomo.
Más allá de los confusos, que son mayoría, existe un grupo interesado en mantener vivo el culto a aquella dirigencia y el mito sobre la intencionalidad patriótica de sus acciones. La finalidad es demostrar que la bancarrota argentina se encuentra asociada al desplazamiento del patriciado local del gobierno y al intervencionismo estatal que produjo el cierre de la economía con propósitos industrialistas. Democracia e industrialización serían, justamente, las dos principales causas de la decadencia de los últimos 60 años, en contraste con la bonanza del periodo 1880-1940, de hegemonía conservadora.
En realidad, la expansión productiva y el fuerte auge exportador de aquel periodo se produjo a pesar de esa clase dirigente que, por otro lado, fue la principal responsable de la continuidad del rezago histórico nacional y de desaprovechar una de las grandes posibilidades que tuvo el país para sumarse al grupo de las naciones industrializadas.
La incorporación de la Argentina a la economía mundial es consecuencia de la conjunción de varios factores que permitieron el aprovechamiento de su potencial agropecuario. Por un lado, las innovaciones tecnológicas, principalmente el ferrocarril, la navegación a vapor y el frigorífico, que hicieron factible el transporte a grandes distancias de granos y carnes. Por otro, la inversión extranjera, principalmente británica, que asumió el financiamiento, la realización e, incluso, la operación de la infraestructura requerida para posibilitar las exportaciones agropecuarias. Al iniciarse la primera guerra mundial un 90% de la red ferroviaria y de la infraestructura ligada a la exportación de granos y carnes era extranjera.
La formidable afluencia de recursos destinados a poner en marcha el aparato productivo transformó el perfil del país y produjo una modernización del tipo "llave en mano". Todo se importaba desde los centros. Desde la red ferroviaria, con vías, trenes y estaciones, hasta el diseño urbano de las nuevas ciudades. La Argentina se modernizaba antes de alcanzar su industrialización, convirtiéndose en un paradigma de modernización sin desarrollo.
En este proceso, el papel de la Generación del 80, fue subordinado y sus mayores tareas fueron, en lo institucional, la integración del territorio y consolidación de un gobierno nacional, y en lo económico, allanar el camino para el ingreso del capital extranjero y promover la inmigración. Poco o nada hizo para aplicar al desarrollo la extraordinaria masa de excedentes generados durante este periodo.
La resistencia de esta dirigencia a la implementación de una estrategia de desarrollo industrial, que permitiera aprovechar la excepcional bonanza del momento, era la consecuencia lógica de un espíritu mercantilista que se arrastraba del pasado. Por otro lado, esta visión se correspondía con el interés de una clase terrateniente que había aumentado en forma extraordinaria su patrimonio, debido tanto a la incorporación de nuevas tierras, por la llamada "campaña del desierto", como al incremento de su cotización, derivada del aprovechamiento agrícola y de las inversiones en infraestructura.
Resulta sencillo de comprender la poca disposición de esa dirigencia en adoptar cambios que podrían llegar a resultarle perjudiciales, ya que promover la industrialización requería mejorar la distribución del ingreso, para estimular el desarrollo del mercado interno, y la adopción de políticas activas, para proteger las industrias nacientes.
Mejorar la distribución del ingreso implicaba, principalmente, provocar cambios en el régimen de tenencia de la tierra, que se encontraba concentrado en pocas manos. En Argentina la tierra no fue una recompensa al sacrificio de pioneros sino el botín de conquistadores. Sin duda, un sistema de producción basado en pequeños propietarios, del tipo colonos o chacareros como el sistema de farmers promovido en EEUU, habría favorecido el proceso de industrialización pero afectado el poder político y económico del sector dominante.
Las dificultades para acceder a la propiedad de la tierra fueron, justamente, una de las principales razones del alto porcentaje de inmigrantes "retornados". Un 70% de los casi 5 millones de extranjeros ingresados antes de 1920 regresó a sus paises de origen frustrados por la falta de posibilidades de incorporación estable, fenómeno que nos diferencia de lo sucedido en otros paises de evolución similar, como Canadá y Australia.
Por otro lado, la protección de industrias a través de la prohibición de importaciones o establecimiento de aranceles, como hizo EEUU a principios del s. XIX para estimular el desarrollo de su industria textil, habría encarecido el costo de los bienes y de la mano de obra, reduciendo el margen de utilidad obtenido en la actividad agropecuaria.
Obviamente, era más fácil y lucrativo usufructuar la renta de una riqueza territorial obtenida con poco esfuerzo –y valorizada por las inversiones de terceros- y acrecentar sus beneficios reinvirtiendo el excedente en el sector financiero, que abordar el desafío de la industrialización. El proyecto de la Generación del 80 fue la mera salvaguarda del interés particular de un sector reducido y concentrado de la sociedad, no el desarrollo nacional. Es más, favoreció la modernización de la Argentina pero obstaculizó su desarrollo.
Justamente, una de las grandes confusiones proviene de no distinguir modernidad de desarrollo. Toda nación desarrollada es moderna pero no toda nación que disfruta de los adelantos de un momento es desarrollada. Desarrollo indica la ubicación en un puesto de vanguardia en la transformación productiva, esto es, en la elaboración de bienes, en el posicionamiento industrial. Desarrollo es industrialización.
Hoy, paradójicamente, esta herencia sigue vigente a pesar de haber desaparecido aquella clase terrateniente. La confianza en las fuerzas del mercado y la carencia de un proyecto industrializador se vuelven a expresar con toda intensidad en los programas de los candidatos para las próximas elecciones presidenciales.