No hay desarrollo sin industria.
No viene al caso discutir esta ley de la economía real con los tradicionales detractores de la industrialización en paises emergentes sino, mas bien, analizar lo sucedido en Argentina para tratar de entender las causas profundas de nuestra crisis y, en particular, el grave problema de desocupación y exclusión que nos afecta.
Argentina, al igual que otros paises de tradición rentista que han obtenido ventajas de sus riquezas naturales, ha engendrado una clase dirigente que ha hecho de la predica antiindustrial uno de sus argumentos preferidos. Sector "ineficiente, caro y atrasado" e industriales "poco competitivos, evasores y succionadores de subsidios" suelen ser reflexiones recurrentes de los voceros de esos grupos. Es más, los fundamentalistas de ese evangelio, suelen adjudicar las culpas del paraíso perdido, el del país agroexportador, a una mezcla de factores, tales como "proteccionismo", "populismo" y "estatismo".
Una circunstancia agravante es la aceptación de estos argumentos por otros sectores de la población. Sin duda, parte del empresariado industrial, en particular aquel que ocupa posiciones de privilegio, confirma con su actitud varias de estas imputaciones. Sin embargo, es posible que el fenómeno se alimente de una particularidad local.
Argentina se modernizó antes de industrializarse. Su temprano desarrollo en materia urbana, disponibilidad de infraestructura de transporte, red eléctrica y de aguas, así como sistemas de salud, educación y cultura de avanzada, que se expresaba en el Buenos Aires de principios de siglo, deslumbró a muchos convenciéndolos de la inutilidad de promover un desarrollo industrial frente a la fácil bonanza generada por la asociación de tierras fértiles, inversiones extranjeras y exportaciones agropecuarias.
Por el contrario, en los paises desarrollados la modernización llegó con la industria. Bajo diferentes formas pero siempre de la mano del desarrollo manufacturero. El empresario industrial fue un factor de progreso frente al señor de la tierra y el intercambio de trabajo por salario un avance frente a las ataduras y el vasallaje que caracterizaba la explotación feudal. De allí también la asociación, en esos paises, de industria con república y sistemas democráticos de gobierno en contraposición con la monarquía y el absolutismo propio de los señoríos de la tierra.
Pero no es necesario recurrir a la historia para describir el fenómeno. Las asimetrías que muestra la Argentina de hoy permiten apreciar con claridad las diferencias económicas, sociales, culturales y políticas entre las regiones y los contrastes que presentan conforme su grado de industrialización.
La desindustrialización argentina
Vayamos ahora a lo sucedido en la Argentina reciente. Existen diferentes formas de cuantificar el peso de la industria en una economía, ya sea a partir del valor agregado o por el grado de absorción de mano de obra. De todas formas, cualquiera sea el método elegido el signo de la tendencia es el mismo.
En los últimos 25 años se han perdido más de 600.000 puestos de trabajo en el sector manufacturero, un 40% del total. Tan sólo en la última década hubo una disminución de 400.000 empleos industriales, que representan un 30% menos de los existentes en 1989. Una forma cruda de apreciar el fenómeno de desindustrialización es a través de la comparación de los porcentajes de población ocupada en las actividades industriales respecto del total. Mientras que en 1975 un 16% de los ocupados pertenecía al sector manufacturero, en 1989 la proporción había disminuido al 12% para reducirse a sólo el 7% a fines del milenio. Esto significa que actualmente sólo uno de cada 15 trabajadores se desempeña en una actividad manufacturera.
Frente a estas cifras no faltará quien argumente que la reducción del empleo industrial es un hecho que se registra a escala mundial que no implica desindustrialización y que, más bien, expresa el aumento de productividad manufacturera sumado al crecimiento de las actividades de servicios. En otras palabras, es una consecuencia del fenómeno de tercerización de la economía que avanza con el desarrollo.
Sin duda todo lo anterior es cierto pero tiene poca validez para explicar lo que ha venido sucediendo en nuestro país. Al respecto corresponde tener en cuenta:
1. En el caso de naciones muy industrializadas la proporción de empleo en el sector industrial se redujo (entre 1975 y 1995 el empleo en la industria cayó en Alemania del 47% al 37%, en EEUU del 33% al 24%, en Japón del 37% al 24% y en Italia del 39% al 33%) pero nunca se desmoronó a los niveles de Argentina. A pesar de los fuertes incrementos de productividad y el desarrollo del sector servicios, en esos países uno de cada tres o de cada cuatro trabajadores sigue vinculado la industria.
2. El sector de servicios en los paises de vanguardia suele ser de alta productividad y estar referido a producciones de contenido científico y tecnológico, como es caso del desarrollo de software, innovaciones técnicas, diseño, etc. Por el contrario, en la Argentina las actividades de ciencia y tecnología se encuentran en retroceso mientras que se ha incrementado la producción de servicios de baja productividad, como el comercio ambulatorio y de kiosko, el remise, el reciclaje de basura, el trueque, los trabajos comunitarios en el marco de planes sociales, etc. La categoría servicios se ha convertido más en una cobertura de actividades de subsistencia por falta de empleo que en una alternativa modernizante de la economía.
La asfixia industrial sufrida en la última década ha sido una consecuencia directa de la perversa asociación de tipo de cambio sobrevaluado y desmantelamiento de la red de protección (sistema arancelario y paraarancelario, control aduanero). En lugar de haber aprovechado a favor de la industria local la estabilidad de precios y el retorno del crédito alcanzados durante los primeros años de vigencia del modelo de convertibilidad se facilitó la invasión de productos del exterior.
Las consecuencias de la desindustrialización son terminantes, pobreza y desempleo. Revertir este proceso debe ser la prioridad de la coyuntura. Para ello se requiere de políticas adecuadas y empresarios.
Por Alberto Pontoni.Mayo 2003
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