Mientras el gobierno tardíamente intenta integrarse al mundo mediante el un acuerdo con los holdouts y el pago al Club de París, las tensiones crecen en el ámbito local.
El evidente intento del gobierno de incorporar al mundo financiero a la economía argentina contrasta con las afirmaciones de la presidenta en EEUU. Allí, nuestra primera mandataria utilizó argumentaciones descalificantes y en absoluto basadas en conocimientos ya no digamos técnicos, sino cuando menos empíricos de la realidad financiera internacional. No entraremos en los detalles que damos por conocidos por parte de nuestros amables lectores, aunque nos baste decir al menos que un país como el nuestro, muy justamente calificado de atípico por tener la cantidad de recursos que tiene y por haber ocupado una de las primeras posiciones a comienzos del siglo 20, se presente como consejero económico ante nada menos que la economía más poderosa del planeta, que proviene de un país cuya independencia se celebró menos de 40 años antes que la nuestra. El desequilibrio y la incertidumbre financiera dio lugar a que la señora presidenta se refiera despectivamente al casino sin tomar en cuenta que justamente su intento de insertarse en el mundo es, ni más ni menos, que su intento de insertarse en tal casino . En realidad, consideramos que se trata de un muy serio prejuicio ideológico que puesto sobre el tapete produce un poco de vergüencita, por provenir de nuestra primera mandataria y por su reiteración. Que un político de un país como el nuestro pretenda dar consejos a los empresarios, financistas y economistas de las naciones más avanzadas del planeta resulta bastante inapropiado, por decirlo de un modo suave.
Es que mientras parece ser que la política exterior argentina se centra en dar consejos al mundo financiero y económico, en nuestro ámbito interno crecen las tensiones sin solución de continuidad.
El progresivo aumento del gasto público, la tasa de inflación y el patético surrealismo de negarla, el valor del dólar sostenido mediante emisión espuria de moneda; son todos síntomas flagrantes de una situación que se tensa cada día más.
Las pujas por las subas de salarios al tiempo que se pretende relativamente frenar el tipo de cambio por el riesgo inflacionario convierten a las fuerzas productivas y laborales en verdaderos cumulonimbos en los que fuerzas contrapuestas se revientan unas contra otras. Salarios que suben en dólares quitan competitividad mientras el intento de impedir la suba del tipo de cambio (cuando el dólar se revaloriza lentamente en el mundo) nos retrotrae a los tiempos de la tablita de Martínez de Hoz o de la llamada convertibilidad de Cavallo. Las quejas de las viudas de la UIA (como muy justamente llamó algún periodista a los hoy por hoy reticentes empresarios aglomerados en esa entidad lobista) muestran a las claras que la Luna de Miel ha terminado. Al menos en parte. No hay que olvidar que el tipo de cambio sigue siendo prácticamente un 50% más alto para los exportadores industriales que para los agrícolas, mientras los insumos importados les cuestan a todos lo mismo.
A esto se suma la maraña de subsidios para disimular a su vez la tasa de inflación socializando las mayores tarifas de los combutibles o del transporte, por citar algunos ejemplos. En lugar de sincerar la tasa de inflación (más allá de la desvergonzada defensa de la mentira del Indec), se la disimula con subsidios porque éstos no se reflejan en los índices de precios.
Es obvio que el sector más eficiente de nuestra economía es el agropecuario. Esa es la razón, junto con los mejores precios internacionales, que permite aplicar los exhorbitantes impuestos a las exportaciones (denominados eufemísticamente retenciones ) de los productos del sector, que constituyen el origen del superávit primario. Para ello se requiere una conjunción de tales precios internacionales y un tipo de cambio alto forzado por emisión de moneda. Pero este esquema resiente la producción de bienes exportables apenas se producen algunos desequilibrios de precios o se encarece el costo interno. Ya desde el vamos, podríamos decir, se quita rentabilidad al sector más eficiente para premiar al que no lo es tanto. Y ni qué hablar el incomprensible conflicto desatado con las llamadas retenciones móviles o las prohibiciones y restricciones a las exportaciones (pedidos de permiso , arbitrariedades de funcionarios,etc)
En otras oportunidades hemos señalado, además, que el tipo de cambio alto deteriora la tecnología porque encarece la importación de bienes de capital de última generación. Con lo cual tenemos una conjunción curiosa de desincentivos a la producción de bienes de alto rendimiento y eficiencia, un incentivo a la producción de bienes de menor calidad o baja tecnología, y una propensión a subir los salarios y retrasar el tipo de cambio para evitar disparar aún más la tasa inflacionaria.+
La sensación que tenemos es que la administración del matrimonio Kirchner ha tomado cierta nota de dónde están los verdaderos problemas e intenta, pese a su contradictorio discurso, ocupar cierto espacio de la llamada ortodoxia económica. Desde los ajustes de tarifas pasando por las negociaciones con los holdouts o el arreglo con el Club de París son una clara muestra de ello.
Es interesante, para ir terminando, citar un pasaje textual de la señora presidenta dicho en EEUU: No creemos en esa fantasía que nos contaron, desde el Consenso de Washington, que el Estado había desaparecido, que el mercado todo lo asignaba y que el mercado todo lo resolvía. Por esa conficción terminamos en 2001 y por esa convicción ustedes están con este problema hoy: por creer que no hay que intervenir, que no hay que regular, que no hay que controlar.
Este párrafo en particular nos resulta particularmente interesante para marcar, a vuelapluma, algunas perlas. (a)Nunca los EEUU dejaron de intervenir en los mercados, entre tantísimas otras cosas subsidiando al agro, como la Argentina se ha cansado de cuestionar en todos los foros, incluída la ronda de Doha. (b) En la Argentina de 2001 teníamos, por ejemplo: tipo de cambio controlado fijado por el Estado; sistema proteccionista integrado en el Mercosur; sistema de aportes compulsivos jubilatorios; colegiación profesional obligatoria, sobretasas aduaneras, sistema de educación pública con programas oficiales, fijación o supresión de impuestos por decisión del Poder Ejecutivo, esquema salarial basado en mínimos obligatorios , indemnizaciones obligatorias en lugar de seguros de desempleo, CGT y sindicatos con personería gremial otorgada por el Poder Ejecutivo, sistemas de transportes públicos digitados por el Estado, etc. etc.
En otras palabras: el Estado no ha dejado de existir en el mundo, ni ahora ni antes. El Estado argentino, por ejemplo, vendió algunas empresas y dio la mayoría de ellas en concesión a particulares, lo cual significa que ni siquiera se desprendió de esos activos. Ese discurso según el cual el Estado desapareció puede ser vendido en una tarima en González Catán, pero no en el centro mismo del capitalismo. El Estado hasta 2001 se había desprendido para mal o para bien de las principales causas que llevaron a la hiperinflación hacia 1989: empresas públicas con tarifas políticas, ineficienca, déficit galopante, falta de inversiones (que llevó a la carencia casi absoluta de servicios públicos), emisión espuria de moneda, etc. Pero de ninguna manera el Estado dejó de tener preponderancia en los aspectos que mencionamos y en muchísimos otros.
En definitiva, y más allá del error conceptual en que incurre la señora presidenta, el punto en cuestión es si lo que pretende dar como ejemplo es el retorno a la Argentina de los años estatistas, donde no operaba la libre asignación del mercado y donde en apenas unas pocas décadas se destruyó todo lo que se había contruido en la primera mitad del siglo 20. Porque en esos años de enorme intervencionismo y estatismo, en EEUU se avanzaba a pasos agigantados siguiendo los modelos del Consenso de Washington.
En realidad, una economía funciona no cuando un grupo de funcionarios se sientan a discurrir qué hacer cómo y cuándo con los recursos de todos, sino cuando los recursos de todos se asignan basados en los intereses de cada uno, que no son contrapuestos sino complementarios, en un marco legal y dentro de un sistema jurídico que garantice los derechos de las partes, tal como señala la Constitución Nacional. Eso es lo que no se hace en la Argentina, y eso es lo que causa los problemas históricos que tenemos. La anomia y el abuso de poder son la verdadera razón por la cual la Argentina se ha atrasado en el mundo.
Buenos Aires, 26 de setiembre de 2008
ESTUDIO
HÉCTOR BLAS TRILLO
CONTADORES PÚBLICOS
ECONOMÍA Y TRIBUTACIÓN
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