Hay que tener cuidado al elegir los enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos . J.L.Borges
Probablemente de manera inesperada para muchos, la presidenta Cristina Fernández llamó días pasados a la población a consumir para poder así conservar su empleo. La idea-fuerza es que si dejamos de consumir, los productores de bienes dejarán de producir dado que no tienen compradores para sus productos y por lo tanto cerrarán sus fábricas o disminuirán dramáticamente la producción de tales bienes. Esto es lo que se conoce como la paradoja del ahorro y que consiste en que, en tiempos difíciles, la gente tiende a consumir menos y guardar más, para asegurarse de tener algo si la situación se agrava, pero al hacerlo, lo que logra es que la situación empeore todavía más.
Es curioso pero esta observación presidencial tiene una connotación directa con el sistema de precios y conlleva a una profunda contradicción entre los sostenido por los actuales gobernantes en la materia y la realidad del mercado.
Por un lado se acepta lisa y llanamente (tal vez sin proponérselo) que es la ley de la oferta y la demanda de bienes y servicios la que marca las pautas de inversión y producción futuras. Por el otro es también esta ley la que determina el sistema de precios, ya que si el consumo baja como producto del exceso de conservadorismo , por así decirlo, no solamente caerá la producción sino que antes de ello bajarán los precios. Tal vez este último aspecto no estuvo en la mente de la señora presidenta, dada la particular visión que suele tener respecto del sistema de precios. Pero una de las consecuencias directas de la recesión es la deflación, la baja generalizada de precios por falta, justamente, de consumo. Y tal baja de precios es determinante de que muchas empresas quiebren. Dicho de otro modo al llamar a la población a consumir es equivalente también a contribuir a que se sostengan los precios y no bajen . Hay que recordar que medidas como la obligación de pagar $ 200 a jubilados y a aquellos trabajadores que tuvieran un ingreso neto de $ 1.240.- mensuales, o el mantenimiento de la devolución de IVA en pagos con tarjetas de débito apuntan a mantener o incrementar el consumo básico, cosa que hasta cierto punto puede lograrse si los precios no suben al incrementarse la demanda, lo cual no parece demasiado lógico. Ello aparte de que las subas de tarifas, pasajes, impuestos y demás juegan en sentido contrario.
En el mundo está buscándose justamente mantener la actividad mediante incentivos. Mucha gente ha reducido su consumo y prefiere atesorar dinero ante la perspectiva de quedarse sin trabajo, o ver disminuido el mismo, con lo cual la recesión en lugar de disminuir, aumenta. La Dra. Kirchner no ha dicho nada que no hubieran dicho con hechos y palabras los principales referentes de los bancos centrales del mundo entero. Prestar dinero a tasas bajas, ofrecer créditos, es una forma evidente de intentar incentivar el consumo. Pero cuando la expectativa general es que los precios caerán y los empleos se reducirán, nadie parece dispuesto a gastar, volviendo más dramática la situación.
La presidenta peca evidentemente de ingenua si supone que la población de la Argentina masivamente tomará en cuenta sus dichos y hará en consecuencia lo que ella le diga. En la práctica lo que ha venido ocurriendo en estos lares es que todo el mundo intenta conservar sus ahorros pasándose a dólares y guardándolos en el colchón o en cajas de seguridad, cuando no está en condiciones de sacarlos del país. Excepto, claro está, aquellos cuyos ingresos son tan magros que cualquier pesito adicional lo destinan al gasto.
La contracara de la paradoja del ahorro es la refutación que ha hecho el economista austríaco F. A. Hayek; quien decía que cuando el ahorro se incrementa, se produce una baja de la tasa de interés debido al aumento justamente de la oferta de fondos, y que al final del camino vuelve el equilibrio y producción y consumo retoman su ritmo. Pero para ello es preciso pasar por la sima (con s ). El sistema tiende a volver al equilibrio, y un exceso de ahorro baja las tasas de interés de modo genuino, incentivando de ese modo a la toma de préstamos para invertir.
Por su parte, J. Keynes sostuvo que justamente es en estas situaciones cuando el Estado debe salir a gastar para mantener los niveles de demanda agregada. Esto es: inversión y consumo. Ello resulta posible cuando el Estado puede tomar deuda de particulares que ahorran dinero, como ocurre con los bonos del Tesoro Norteamericano en estos días. O también con la emisión de moneda, lo cual puede resultar en una estanflación. Pero en la Argentina la situación es bastante diferente.
En verdad, el Estado está utilizando los fondos apropiados a las AFJP para intentar incentivar el consumo, de una manera keynesiana clásica pero con el toque argentino de no trepidar en violar la propiedad privada. Al mismo tiempo los insólitos aumentos de tarifas eléctricas (que se suman al denominado PUREE, es decir al sistema de premios y castigos derivados del uso racional de la energía eléctrica) son un genuino desincentivo al gasto; esto es: al consumo.
Es decir que estamos ante una contradicción evidente. Mientras la Dra. Kirchner intenta llamar a la reflexión para que se siga consumiendo, los precios de ciertos servicios públicos (electricidad, gas) aumentan de manera rabiosa y encima más que proporcionalmente cuanto más se consume, invirtiendo de ese modo el principio de que la compra en cantidades genera descuentos y no incrementos. Mientras por un lado se asume la lógica de la ley de oferta y demanda, por el otro se pretende derogarla.
Todo esto se enmarca también, y hay que decirlo, en la vieja discusión respecto de la llamada sociedad de consumo, defenestrada desde siempre por los intelectuales de todo tipo y color, pero especialmente por los llamados progresistas.
Estos referentes no han hecho sino criticar desde siempre cosas tales como el deme dos o los shoppings , con argumentos tan disímiles como complementarios. Desde que existen quienes pueden consumir mientras otros no tienen para comer, hasta la frugalidad de las compras compulsivas y cuestiones por el estilo. Con todo lo que esto tenga de verdad, y tiene bastante de eso, lo cierto es que si el consumo cae la situación se agrava. Que una persona que se define a sí misma como progresista entienda esto es un verdadero progreso, con perdón del retruécano.
Esto lleva también a repasar un poco el llamado distribucionismo. Hemos señalado muchas veces que el distribucionismo forzado mediante exacciones estatales es un genuino castigo al éxito. Quienes más ganan (rezan en sus plegarias progresistas quienes nos gobiernan), deben contribuir mucho más que el resto de la población al sostenimiento del bienestar general. Exactamente eso es lo que se intenta con las tarifas de luz o de gas crecientes, pero a medida que aumenta el consumo. El adagio según el cual quien más tiene más paga , incluye la sobre proporción. Quien más tiene paga, y lo hace más que proporcionalmente, no solamente paga más. Es también evidente que este sistema aplicado a las tarifas de gas y luz no es ni más ni menos que una nueva variante de la recién defenestrada tablita de Machinea. Además, como tal tablita se aplica sobre los consumos y no sobre los ingresos, se darán miles de casos en los que personas con bajísimos ingresos caerán en categorías intermedias con incrementos altísimos. Y no serán pocos los pudientes que tendrán su bulincito pagando monedas de consumo, como si se tratara de miserables jubilados, dado que como se sabe los servicios domiciliarios no tienen en cuenta el patrimonio del consumidor, sino solamente la propiedad en cuestión.
Para no extendernos demasiado, podremos entonces resumir ya el mensaje que desde el propio Poder Ejecutivo se nos transmite: consumir más y pagar más que proporcionalmente si lo hacemos. Y no ahorrar o hacerlo menos porque así conservaremos el trabajo.
No hay que olvidar que en la Argentina se han establecido múltiples sistemas de cruces de información para cazar ricos , por así decirlo. Y tales sistemas apuntan a detectar los movimientos bancarios, de tarjetas de crédito, de tenencia de cajas de seguridad e inclusive de escuelas a las que mandamos a nuestros hijos con la noble finalidad de detectar si evadimos impuestos, en principio. Pero violando todo lo que sea necesario el derecho a la privacidad e inclusive el secreto bancario. Todo ello para finalmente caer en un apresurado blanqueo de capitales y la correspondiente moratoria fiscal y previsional, que dicho sea de paso está a un tris de ser reglamentado y se anuncia que se enviarán cartas a los locadores de cajas de seguridad invitándolos a presentarse. El sólo hecho de que la A.F.I.P. cuente con los datos de estas personas es una severa violación del secreto bancario, llevada adelante, además, con la intención de apretar.
Siendo así las cosas, la gente sabe que si por casualidad exhibe capacidad de consumo corre el riesgo de ser cazada por la A.F.I.P., o por el benemérito Sr. Montoya. Porque entre las contradicciones de estos modelos que no son tales, se incluye la que estamos comentando de llamar al consumo para finalmente castigar a quien consume. Ni hablar de lo que puede ocurrir con quienes blanquean capitales, en el marco de la propia U.I.F. (Unidad de Investigaciones Financieras) o incluso a nivel internacional en lo referido al narcolavado.
Cuando las papas queman la población intenta guardar su dinero para poder contar con él si llegara a quedarse sin trabajo, lo cual está ocurriendo manifiestamente. Como decimos en la Argentina el ahorro no va a los bancos sino a los colchones en moneda dura. El Estado incentiva el consumo de heladeras, automóviles o bicicletas (estas últimas sin segundas intenciones), lo que se le ocurra al burócrata detrás de su escritorio. Lo hace con el dinero habido de las AFJP, es decir con el desahorro forzoso de los futuros jubilados. Al mismo tiempo pretende que la gente desahorre voluntariamente, pero que consuma, no que se pase a dólares porque eso obviamente no le sirve y equivale a la fuga de capitales. Pero la gente hace eso justamente porque tiene miedo de dejar el dinero en el sistema. Es más, tiene miedo del dinero argentino. No solamente de quedarse sin fondos o sin empleo.
Tiene también miedo de endeudarse. Tiene miedo en general. Y así las cosas, se guarece cuanto puede.
Por consiguiente, toda declamación en favor del consumo resulta ociosa si el marco general en el que se desarrollan las cosas, ocurre todo lo contrario.
En la Argentina no se puede exportar sin permiso, se aprieta a productores y comerciantes para que bajen sus precios, se acorrala al campo, se desploman los títulos públicos con mentiras estadísticas, se apropian fondos de ahorristas (ahora en las A.F.J.P.). No parece que muchos vayan a hacerse eco del pedido presidencial. En verdad, si no se hacen eco, actúan en contra del deme dos y de la sociedad de consumo. Y eso es progresismo puro. ¿O no?.
HÉCTOR BLAS TRILLO Buenos Aires, 19 de enero de 2009
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