Pese a que desde el Gobierno se niega una y otra vez que existan controles, lo cierto es que poco a poco va intensificándose la presión sobre las empresas para que no incrementen los precios.
Comenzaremos este comentario señalando una vez más lo obvio: la política monetaria llevada adelante por el Gobierno es inflacionaria, es por eso que el país tiene hoy una inflación creciente. Y por supuesto que el problema no se solucionará atacando las consecuencias, sino que es preciso abocarse a las causas.
Como tantas veces hemos señalado, las causas de la inflación son esencialmente monetarias, y en el caso argentino, como se sigue adelante con la política expansiva de la cantidad de dinero para comprar excedentes de divisas, se produce inflación inexorablemente. La sobreabundancia de pesos es inflacionaria, y es por eso que el Banco Central trata de reducir el circulante mediante la colocación de Lebacs. Sin embargo, esa política produce un endeudamiento creciente y una tendencia a la suba de tasas de interés. A su vez, el Banco Central debe pagar esos intereses aumentando de ese modo las presiones inflacionarias y también de la tasa de interés.
La base del problema está en que la política elegida de sostener un tipo de cambio artificialmente alto es necesaria para hacer competitiva la producción local. De manera que en lugar de encarar desde su origen el problema de la ineficiencia, lo que se hace es utilizar un artilugio monetario para lograr el efecto deseado sin necesidad de “hacer los deberes”.
Esto no es nuevo ni en el país ni en el mundo. Durante un tiempo el sistema se sostiene, sobre todo cuando se arranca de una crisis terminal y con una memoria inflacionaria adormecida por una larga década de estabilidad. La enorme capacidad ociosa de los tiempos de la crisis, poco a poco ha ido disminuyendo y mucha gente ha ido consiguiendo trabajo pese a que los sueldos son muy bajos en moneda dura, precisamente para hacer competitiva la producción local.
Actualmente la economía argentina ha llegado al punto en que es imprescindible la llegada de nuevas inversiones si se pretende seguir creciendo luego de la recuperación. Y es aquí donde aparece el problema inflacionario, dado que decidir invertir en un país sin seguridad jurídica y con discursos y actitudes políticas que para nada generan el llamado “clima de negocios” es casi imposible.
El país sigue teniendo un superávit fiscal notable y único. De tal modo que el Estado tiene un “colchón” importante para solventar obra pública y para cumplir entre otras cosas con las obligaciones asumidas en el canje de la deuda, al menos en parte. Podríamos decir aquí que afortunadamente tiene el superávit que tiene, de lo contrario el problema inflacionario, hoy todavía incipiente, se habría desatado con toda la furia hace ya bastante tiempo
Muchas veces nos hemos referido a estas cuestiones de manera que nuestra opinión no es nueva en este sentido y no hacemos más que reiterarla aquí. Pero lamentablemente nos vemos obligados a ser reiterativos ante la insistencia tozuda del Gobierno por controlar precios y evitar las consecuencias de esta política. La suba de los precios no es ni un fenómeno paranormal ni una plaga. Tampoco es el resultado de conspiraciones como suelen sostener sectores ideológicos que no se han detenido a observar, sin entrar en demasiados detalles, que los más favorecidos por la devaluación (exportadores e industrias), mal pueden conspirar contra el sistema que tanto les ha dado. Ello sin dejar de decir que pensar que toda una comunidad (la que fuere) conspira contra algo es una generalización absurda e inconsistente por donde se la mire.
El Gobierno, y el presidente en particular, insiste en una política “acuerdista”, como se ha dado en llamar. Pretende negociar con empresarios representativos de sectores claves, listas de precios congelados de algunos productos por lo menos. Así es como en estas horas ha logrado acuerdos con representantes de empresas lácteas. Estos acuerdos comprenden unos pocos productos y son por tiempo limitado, y encima si uno lee los detalles verá que el compromiso asumido es tal siempre y cuando no cambien las condiciones del mercado Es decir que prácticamente nada. Esto no es casualidad y entendemos que el Gobierno no puede ignorarlo. Es decir que desde la ministra Miceli hasta el propio presidente de la Nación saben que estas cosas no sirven para mucho. Kirchner pretende lograr una tasa de inflación por debajo de los dos dígitos, mientras el propio presupuesto nacional aprobado y promulgado por él mismo contempla un techo de dos dígitos. Estamos ante una ilusión, desgraciadamente. Probablemente se apunte a las expectativas, no lo sabemos con exactitud. Pero lo cierto es que la modificación de las expectativas puede hacer que el problema del recrudecimiento inflacionario se postergue un tiempo, pero no que se evite.
Las pujas salariales son la otra pata de la cuestión. El sector público se encuentra rezagado en general y las presiones sindicales son crecientes. Y también lo son desde el ámbito de la CGT, pese a los acuerdos logrados por el Gobierno con ésta última. Y ni hablar de las tarifas de servicios, que continúan congeladas y probablemente sigan así por bastante tiempo.
Otro aspecto que hay que señalar para evitar confusiones es que los precios no son cualquier cosa, sino el resultado de la simple ley de oferta y demanda. Un producto se vende a mayor precio si hay quien lo pague, de lo contrario debe bajar porque no se vende. Esta obviedad parece ser negada absolutamente. Por ejemplo por aquellos que sostienen que los precios se acomodaron para arriba cuando el dólar estaba en cuatro pesos y jamás bajaron. Aparte de que esta afirmación es decididamente falsa, lo cierto es que un precio no baja si hay compradores. Y si baja por presiones del Gobierno entonces el bien se agota o aparece el mercado negro, como suele ocurrir con la llamada “reventa de entradas” para espectáculos.
Por eso la ministra Miceli anuncia líneas de crédito y el Gobierno todo está empeñado en llevar adelante promociones de inversiones en varias áreas. Lograr incrementar la oferta es parte de la solución.
En resumen el Gobierno continúa avanzando sobre la idea del control liso y llano de precios cuyas consecuencias todos conocemos, la promoción de inversiones que ha dado lugar históricamente a todo tipo de corruptelas (recuérdense los galpones de Delconte, por ejemplo), las líneas de crédito blando que, otorgadas por bancos del Estado terminan favoreciendo a sectores amigos, la presión tributaria que prosigue incólume en medio de un sistema francamente retrógrado y distorsivo, y el endeudamiento público a tasas exorbitantes mediante las Lebacs para tratar de mantener el circulante monetario en términos razonables.
Naturalmente que la recuperación económica a tasas del 9% anual es un ingrediente sumamente estimulante, pero hay que comprender que recuperar niveles de producción no es, en sí mismo, sinónimo de crecimiento. Cuando se cuenta con capacidad ociosa y con gran tasa de desocupación, es bastante sencillo reactivar pagando bajos salarios y exportando, pero a medida que la situación vuelve a la normalidad (y la normalidad buscada, hay que decirlo, es la que existía en 1998), las complicaciones se suceden.
Lamentablemente el discurso presidencial suele ser el de echar culpas a empresarios o grupos económicos, un fantasma que no aparece por ningún lado y menos todavía cuando el propio Kirchner se reúne a solas como Alfredo Coto luego de haberlo acusado prácticamente de ladrón públicamente. La búsqueda de culpables, sobre todo si son difusos, no resuelve los problemas, sino que los incrementa..
Vienen a nuestra mente aquellas acusaciones de “golpes de mercado” o de “mercados que se enojan”, por ejemplo. Una especie de demonización que no conduce a ninguna parte, salvo a ignorar una y otra vez dónde está el meollo de la cuestión. O a pretender ignorarlo, que es peor.
Mientras tanto, Bolivia se apresta a subir el precio del gas que nos vende pese a todo cuanto se diga en contrario, Uruguay se acerca a un acuerdo bilateral con EEUU aunque tenga que romper con el MERCOSUR, Brasil continúa sosteniendo ese discurso híbrido y muy habilidoso en términos diplomáticos, y Chile y México continúan creciendo aislados casi totalmente del resto de América Latina.
Buenos Aires, 14 de enero de 2006
Dr. Héctor Blas Trillo
Contador Público
Asesor y consultor de empresas
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