¿Porqué dólares?

La cuestión no es nueva. Desde hace unos 40 años los argentinos han decidido que el dólar es la moneda de referencia para valuar sus operaciones económicas y financieras. Prácticamente desde el abandono del peso moneda nacional, el 31 de diciembre de 1969, las operaciones trascendentes empezaron a nominarse en la moneda norteamericana.


Recordamos todavía casos en los que se hablaba de cifras millonarias en pesos, como el famoso pase al fútbol inglés del jugador de Rácing Julio Ricardo Villa en el año 1977. Sin embargo eran excepciones y al menos en los ámbitos universitarios todo el mundo hacía la cuenta y trasladaba a dólares los pesos de entonces.

Generalmente desde los sectores políticos se apunta a cuestiones nacionalistas y morales para culpar quienes prefieren tener dólares y no la moneda local. Las apelaciones patrióticas no se condicen, sin embargo, con las actitudes públicas y privadas de la inmensa mayoría de los políticos opinantes. Basta enterarse de lo que muestran las declaraciones juradas de cualquier personaje medianamente público para comprender que se cumple a rajatabla el viejo dicho de “Haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”.

Cargar de culpa a personas honestas que ganan su dinero con el trabajo cotidiano porque deciden poner a salvo sus ahorros en moneda extranjera y en sitios más seguros que los bancos o los bonos emitidos por el Estado argentino, no parece ser una explicación técnica de por qué ocurre lo que ocurre. Sin embargo, el esquema se repite una y otra vez.


Tenemos vívida en nuestra retina la imagen de un conocido periodista televisivo acusándonos a todos de no ser lo suficientemente nacionalistas. De no querer lo necesario a nuestra patria. De no responder con nuestro esfuerzo a lo que este maravilloso país nos ha dado.

¿Es así la cosa? ¿Somos los argentinos tan desapegados y tan poco generosos con nuestro terruño que preferimos huir del peso, y además hacerlo hacia la moneda del país más odiado y a la vez más amado por millones de compatriotas?

Las apelaciones a la moral y la amor a la patria suenan huecas en términos de análisis económico. Cuando el barco se hunde cualquiera en su sano juicio intenta tomar alguna tabla que lo sostenga a flote. Esta realidad es aplicable a todos los argentinos. Diríamos mejor a todos los habitantes de esta gran Nación.


Veamos: Un peso actual equivale a 10 billones de pesos moneda nacional del 31 de diciembre de 1969. Si analizamos las explicaciones dadas por la clase política a lo largo de todos estos años respecto de las verdaderas razones de la pérdida de valor y la desaparición de varios signos monetarios desde aquel entonces, nos encontraremos que en prácticamente todos los casos la culpa fue de agiotistas y especuladores, de acaparadores y de empresarios oportunistas. Pero la verdad es que solamente el Estado puede emitir moneda, y ningún signo monetario puede perder 13 ceros en algo más de 20 años (1970/1991) como ocurrió con el viejo peso si no se emiten impresionantes cantidades de billetes.

Porque la verdad es que más allá de precios relativos y cuestiones coyunturales sobre tal o cual sector, lo cierto es que la pérdida de valor de la moneda es la contrapartida de la suba de los precios cuando ésta es generalizada. Resulta obvio que dada una cierta cantidad de bienes y servicios en una economía, no es posible que todos ellos suban su precio al punto de valer 10 billones más en 20 años.

En el derrotero inflacionario de la Argentina, hay puntos que se recuerdan especialmente. El “rodrigazo”, el “desagio”, el “plan Bónex”, el “corralito”, el “corralón”. Pero lo cierto es que el fantasma siempre estuvo sobrevolando nuestras cabezas. Todos podemos percibir que si hay una fiesta, ésta no ha de durar para siempre.

La cantidad de veces en que los ahorros en pesos a lo largo de estos cuarenta años les fueron birlados a los ahorristas es demasiado elocuente. Es muy recordado el caso de la “ley de intangibilidad de los depósitos” apenas pocos meses antes de la debacle de la llamada convertibilidad.

Y precisamente es la salida de la convertibilidad el punto culminante de una serie de estafas devaluatorias sufridas a lo largo de los años. Aquellos “pesos convertibles de curso legal” equivalían a dólares, precisamente. Cuando el Estado resuelve abandonar el sistema y devaluar esos pesos, en realidad incumple el contrato que duró 10 años según el cual asumía el compromiso de convertir tales pesos a dólares en la relación uno a uno.

El Estado jamás se hizo cargo de la diferencia entre aquel peso convertible y el resultado de la devaluación. Tampoco recordamos que nadie la hubiera reclamado. Pero lo cierto es que cuando se lleva a cabo dicha devaluación, lo correcto hubiera sido que el Estado argentino pagara a cada tenedor de aquellos pesos la diferencia, de manera que si ahora con un peso convertible alguien podría comprar 33 centavos de dólar, el Estado, garante y soberano, debería haber entregado los 67 centavos restantes. O un bono, o un título, o lo que fuera por la diferencia. Eso no ocurrió jamás.

Vemos en estas horas que el Estado ha iniciado un incierto derrotero de ajustes que intenta convertir en patriada generosa y solidaria de renunciamiento a los subsidios. Pero los subsidios han servido en estos años no sólo para ocultar la verdadera tasa de inflación (más allá de los cálculos del INDEC) sino también para crear la idea de que estamos en un clima de mejoría generalizada cuando en realidad si tales subsidios no hubieran sido otorgados la situación económica de los habitantes sería bien diferente. Creemos que esto es obvio y no requiere más explicación.

Pero si de alguna manera se sincera ahora el verdadero valor de la energía en general, o del agua, o de los transportes, tendremos un incremento en los precios y tarifas que afectará el índice de inflación y por lo tanto reflejará en los hechos que el verdadero valor del peso es todavía bastante menor que aquel que el Estado dice que es.

Tomamos el tema de los subsidios como una muestra palpable de lo que ocurre. Porque la verdad es que si se subsidia es porque se supone que es necesario. Y si lo es, es porque la productividad es demasiado baja y los ingresos no le alcanzan a la gente. En otras palabras: durante años se ha creado una especie de burbuja de bienestar que ahora hay que sincerar porque los números ya no dan.

¿Abarcará ese sinceramiento también al dólar? Evidentemente las trabas a las importaciones, el tardío intento de liberación de importaciones y el esquema policial para tratar de frenar el dólar en el mercado libre indican claramente que sí. Para ponerlo en otros términos, aquello que el Estado intenta proteger a como dé lugar (el dólar) obviamente vale más de lo que se dice. Porque si no fuera así, y por pura lógica, nadie lo demandaría y tales trabas no tendrían sentido alguno.

La moneda no equivale a riqueza, como suele confundirse sobre todo en círculos “intelectuales” conformados por filósofos, artistas y otras yerbas que poco “manyan” de cuestiones económicas. La moneda es un pagaré, una equivalencia de los bienes. Un pagaré que bien puede resultar devaluado de la noche a la mañana sin que el Estado se haga cargo de la diferencia, como explicamos.

En la situación actual, vemos que el Estado argentino ha desmantelado el Banco Central como garante del valor de la moneda, se ha apropiado de los ahorros de los jubilados en las AFJP, viene apropiándose de las reservas para pagar la deuda en lugar de adquirir los dólares para hacerlo con genuino superávit fiscal, etc. Lo que vemos, dicho claramente, es que no podemos tener ninguna garantía de que estos pesos de hoy, más la tasa de interés que pueda representar colocarlos a plazo fijo, darán un valor equivalente dentro de un año.

No caben dudas de que también la moneda dólar, o el euro o cualquiera otra está hoy endeble y con problemas en el mundo entero. Pero hay monedas que son más confiables que otras. Y esa confianza tiene que ver con el manejo monetario de los países que las emiten. Tan sencillo como eso.

La semana pasada en Montevideo se vendían dólares contra pesos a 5,55 por unidad. En Buenos Aires, en el mercado libre, se vendían a 4,80. Pero el Estado argentino nos decía que el dólar valía en realidad 4,28 pesos por unidad ¿Quién en su sano juicio no intentaría adquirir dólares a este último valor? Es de una obviedad meridiana.

Entonces, para que la elección sea ahorrar en pesos, es indispensable que el Estado argentino cree las condiciones que permitan contar con una moneda sana y confiable, dentro del un marco institucional de respeto por la ley y la Constitución. Con un Banco Central independiente, con normas monetarias claras, precisas y estables, y fundamentalmente autónomas del poder político.

No se logra la confianza de la noche a la mañana, y mucho menos con declamaciones vacuas por parte de quienes cuando pudieron compraron dólares o sacaron sus depósitos del país.

Todos podemos imaginar cómo terminará la historia y tenemos miedo. Y tenemos razón de sobra en tenerlo.

HÉCTOR BLAS TRILLO Buenos Aires, 28 de noviembre de 2011

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ECONOMÍA Y TRIBUTACIÓN

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Una segunda opinión, nunca está demás.