Pretendemos en este trabajo hacer una breve reseña de la situación norteamericana, tras la crisis de las hipotecas que parece no terminar nunca y ante las inminentes elecciones presidenciales de noviembre.
Cuando se habla de EEUU suelen despertarse todo tipo de apasionamientos, de los cuales prácticamente nadie en el mundo está libre, excepto, tal vez, los propios norteamericanos. Sabiendo como sabemos que así son las cosas, intentaremos este breve análisis de la situación económica del coloso del Norte.
Según los datos dados a conocer, en el segundo trimestre del corriente año la economía de ese país creció un 3,3%, ello pese a los problemas financieros de todos conocidos, y también a pesar de los temores (y las afirmaciones de encumbrados dirigentes) de una recesión poco menos que inevitable y profunda. Cabe tener presentes los presagios sobre una depresión similar o aún mayor a la de 1929.
No se trata de que no haya problemas y gravísimos. Los datos son por demás elocuentes. En materia de nuevas viviendas, por efecto de la crisis inmobiliaria, hubo una caída en la construcción de nuevas unidades de casi el 16%, esto es algo más de medio punto del PBI. También hay recesión en el sector automotor, es decir en la llamada industria de industrias , que aunque en un rango menor que el inmobiliario, no deja de ser un problema de gran magnitud.
La fortaleza de la economía norteamericana supera con contundencia draconiana las falencias, que no han sido pocas en estos años.
Las ventas crecieron un 4,8%, (a tal punto que el incremento de la demanda debió ser satisfecho con existencias previas), hasta en un punto y medio del PBI.
Podemos observar que por ejemplo el sector externo, es decir las exportaciones, han crecido en conjunto más de un 13%, mientras que las importaciones por su parte han caído. En conjunto el sector externo explica 3 puntos del PBI del efecto expansivo. Naturalmente que juega en ello la pérdida de valor del dólar, que produce un encarecimiento de las importaciones y una merma en el valor de las exportaciones, en parte cubierto por la suba de precios en dólares, justamente como consecuencia de la devaluación de la moneda entre otras cosas.
El consumo privado creció un 1,7% y el gasto público lo hizo un 3,9%.
Si comparamos la situación norteamericana con la Europa de la zona euro y el Japón, podemos observar algunos contrastes llamativos: El Reino Unido quedó estancado en su crecimiento en tanto que la Europa del euro en su conjunto cayó un 0,8%. mientras que el Imperio del Sol Naciente caía un 2,4%
En el último año EEUU creció un 2,2% contra el 1,% de la eurozona, el 1,4% de Gran Bretaña y el 1% de Japón.
Por supuesto que todavía está por verse cómo sigue la película. Porque el fantasma recesivo no ha desaparecido ni mucho menos. La cantidad de medidas tomadas por el gobierno norteamericano para apuntalar el sistema financiero y estimular el consumo también habrá de tener sus consecuencias. Si los países europeos se contraen, sus compras a EEUU caerán también, mientras que el paquete fiscal destinado a incrementar el consumo ya cumplió su ciclo, por así decirlo.
La FED por su parte parece dispuesta a incrementar las tasas de interés, que como se sabe han venido cayendo hasta alcanzar niveles ridículos por lo marcadamente negativos respecto de la inflación. Si esto ocurre contribuirá a la revalorización de la divisa, pero al mismo tiempo opera como un freno a la actividad externa en su sesgo más favorable, que es, sin dudas, la tendencia a disminuir el déficit de la balanza comercial. Pero, claro, las bajas tasas han colaborado con la devaluación y con la inflación, afectando al bolsillo de los norteamericanos hasta un punto en el que parece imprescindible dar marcha atrás.
La situación de la banca ha mostrado largamente las complicaciones a que se ha llegado por la vía de los malos negocios. Tampoco resulta tan fácil hoy por hoy acceder al crédito. Es decir que para nada está claro el panorama y esto lo recalcamos una vez más.
Pero no queremos dejar de hacer algunas consideraciones acerca del comienzo de la crisis. La llamada crisis de las hipotecas tuvo su origen en que la generación de créditos garantizados por títulos hipotecarios produjo un incremento en el valor de las propiedades dando lugar a que los deudores hipotecarios generaran una cadena de financiamiento hasta llegar a un punto en el que comenzaron a tener dificultades con el pago de sus deudas. Así las cosas, los títulos hipotecarios iniciaron el derrumbe, las propiedades comenzaron a perder valor y el fuerte cimbronazo descolocó a las entidades financieras tenedoras de los títulos, que debieron soportar grandes pérdidas.
Esto es lo que se dio en llamar también la gran burbuja, que fue vista en general como un elemento profundamente negativo y que ahora da lugar a las consecuencias en el sector afectado, corriéndose luego a otros sectores, como el automotor, según se ha dicho.
Es rigurosamente cierto que llevar adelante una burbuja puede provocar finalmente un estallido. Pero también es digno de observarse que mientras tal burbuja se generaba, creció de manera llamativa la demanda de bienes y servicios vinculados con el sector de la construcción. Materiales, mano de obra, artefactos electrodomésticos y demás mejoraron sus números de manera notable. Y lo hecho, hecho está.
Con esto queremos decir, ni más ni menos, que más allá del tendal que pudiera dejar la burbuja, también es cierto que ha dejado durante el tiempo que duró una grata secuela de producción y trabajo. Ahora hay que analizar qué pasa con los valores de las propiedades, cuya baja parece ser bastante más moderada que lo esperado, máxime teniendo en cuenta la pérdida de valor del dólar que venimos comentando.
Como no faltaron quienes denominaron lo ocurrido como una crisis del capitalismo corresponde aclarar que la operatoria del mercado siempre tiene topes y pisos que deben ser justipreciados. Cuando ocurre que se llega a la cima, nadie quiere deshacer posiciones hasta que, finalmente, alguno comienza a hacerlo, produciéndose la caída hasta llegar a la sima, justamente. Para posteriormente resurgir de ella.
La pujanza de la economía norteamericana tiene que ver con el sistema jurídico político en el que se desarrolla. La esencia del sistema está muy por encima de estrategias ocasionales, e incluso del intervencionismo, cuyo efecto es corto y limitado. Y por lo general acarrea efectos no deseados muchas veces en mayor medida que sus supuestas virtudes.
Entendemos que es por estas razones que, pese a todos los augurios, y pese a que aún no se han disipado ni mucho menos los nubarrones, EEUU sigue su curso ascendente incluso respecto de las principales economías del mundo, es decir el G7.
La elección presidencial que se avecina, habrá de marcar la impronta de cómo será el futuro cercano. Demócratas y republicanos, más allá de la campaña y de las chicanas políticas naturales y obvias, deberán intentar fortalecer el frente externo y la moneda. Deberán combatir rápidamente el pavoroso déficit fiscal que soportan entre otras cosas por el enorme gasto bélico.
Sin embargo, no es posible hoy por hoy descuidar la cuestión del terrorismo abandonando a la buena de Dios la tarea que han iniciado en conjunto para combatir, o al menos poner a raya, a los enemigos del sistema. Se han cometido a nuestro juicio muchos errores que tal vez podrían haberse evitado. Y decimos esto desde nuestra modestísima posición de Contadores Públicos que además estamos muy lejos. Pero el peor de los errores que puede cometerse es el de la inacción, el de la concesión. Porque tanto una cosa como la otra implica una derrota segura. Y esa derrota sí que puede hacer caer a niveles insospechados a la economía norteamericana. No hay que olvidarse que para ciertas culturas EEUU es directamente un ente demoníaco que debe ser destruido como sea, por lo cual cualquier intento de pacificar las aguas debe ser medido dentro del ámbito en que corresponde que se haga.
Si bien el tema es realmente álgido y meternos en él puede no ser lo más acertado, hemos oído comentarios lanzados con bastante ligereza sobre el rumbo a seguir. Insistimos en que no somos quiénes para dar lecciones a nadie. Pero si el pueblo norteamericano sufriera hoy un atentado de características similares al del año 2001, (o aún de muchísimo menor proporción) el daño económico sería enorme.
Entonces, y para concluir, es ahí donde vemos el peligro más serio para el futuro inmediato. Demócratas o republicanos deberían tener elaborada una estrategia seria y con verdaderas posibilidades de éxito. Ello, claro está, más allá de cualquier otra cuestión.
No avanzamos aquí sobre la política exterior norteamericana, ni la pasada ni la presente. No es nuestro tema.Pero debemos recordar que los atentados de 2001 llevaron varios años de gestación, mientras la política norteamericana miraba hacia otro lado. Entendemos que el pueblo elector aprendió la lección y se volcará hacia el candidato que mejor garantice el camino a seguir. No se trata de uno u otro. No hay que dejar de recordar que a comienzos de los años 60 la escalada en Vietnam tuvo la impronta de un gobierno demócrata, al que siguió uno republicano.
Como lo que ocurre en el país del Norte nos afecta a todos, y lo hace en nuestra vida económica y financiera también, es imprescindible analizar estos aspectos, que son, insistimos, los fundamentales. De ellos depende la fortaleza futura de la economía norteamericana, no de las hipotecas ni de los automóviles ni del tipo de cambio. Estas cuestiones podrán tener sus efectos en lo inmediato, en los próximos meses, ahora. Pero no hacia el futuro. El futuro está en la defensa del sistema jurídico y político al que nos referimos más arriba.
HÉCTOR BLAS TRILLO
Buenos Aires, 31 de agosto de 2008
ESTUDIO
HÉCTOR BLAS TRILLO
CONTADORES PÚBLICOS
ECONOMÍA Y TRIBUTACIÓN
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