Es triste ver cómo nuestros gobiernos no aprenden de la experiencia pasada. La Presidente de la Nación y varios de sus principales Ministros salieron a justificar la “sensación térmica” de inflación en la suba del precio de la carne. Por supuesto, la culpa es de los ganaderos que quieren ganar más y, bueno, eso significa que el pueblo tiene que pagar más caro hacer un asado.
Quiero pensar bien y creer que la Mandataria y sus subordinados no van muy seguido al supermercado y que realmente confían en las estadísticas de precios del INDEC. Cualquiera que haya ido de compras en los últimos tiempos sabe que la suba de los bienes y servicios ha sido generalizada y se ha estado acelerando; lo que tiene que ver con una emisión monetaria cada vez más expansiva.
Por otro lado, la carne y la leche han sido dos sectores sumamente castigados por las malas políticas oficiales; lo que ha llevado a los productores a disminuir la producción y, ésto, redunda en una suba de precios en el tiempo. En el caso de los ganaderos, hacer un kilo de carne les lleva tres años y, qué casualidad, en 2006 empezó una estrategia oficial de restricción de exportaciones y de congelamientos de precios que desincentivó esta histórica labor del campo y llevó que mudhos se pasasen, parcial o totalmente, a la agricultura. La disminución de los stocks ganaderos y la suba de la demanda incentivada por un precio artificialmente bajo, llevó a periódicos saltos que fueron respondidos por mayores políticas distorsivas del gobieno.
Es cierto, parte de la suba actual tiene motivos estacionales y, esa porción, tenderá a corregirse en unos meses. Sin embargo, desde mediados de 2008, superada la necesidad electoral de mantener bajo el aumento de precios, el ritmo de emisión de pesos se aceleró. Lamenbablemente, esta tendencia se irá exacerbando y, con ella, la inflación.
Por eso, nos parece interesante refrescar dos artículos, uno de marzo y otro de noviembre de 2006, en los que no fue necesario ser Mandrake para predecir lo que nos está pasando, hoy, pasado ya algo más de tres años.
LA INFLACIÓN NO ES PECADO CARNAL
Por el Lic. Aldo Abram, director del Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados de Argentina (CIIMA-ESEADE)
Publicado el 31 de marzo de 2006, en Ámbito Financiero, pág. 14
El gobierno decidió prohibir la exportación de carne y, cómo la baja de los precios no fue lo profunda y rápida que esperaban, el Presidente llamó a la población a no consumir este producto. La pregunta es, ¿sirven para algo estas medidas?
En principio, el precio de la carne va a bajar en el corto plazo; ya que quedará afuera gran parte de la demanda para exportación. En definitiva, la medida demostró ser equivalente a un aumento de la retención a la venta externa de unos 15 puntos porcentuales. Sin embargo, lo más seguro es que vuelva a subir dentro de unas semanas siguiendo el ritmo de la inflación, que no depende del mercado de la carne.
Algunos tienden a pensar que prohibiendo la suba de un producto o conjunto de ellos se logra detener la inflación. Sin embargo, la historia argentina y mundial da muestras de incontables fracasos en ese sentido. ¿Frenar el precio de la carne disminuye la inflación, más allá del muy corto plazo?
Para responder esta pregunta pongamos otro ejemplo de congelamiento que está viviendo, desde 2002, la Argentina. Para algunos economistas, la inflación no fue mayor desde la devaluación debido al férreo control de los precios de muchos servicios públicos. Esto no es cierto. Dado que todos tenemos un ingreso finito para gastar, en la medida que las tarifas no aumentaron eso me permitió gastar más en otros bienes y servicios. Por ende, estos últimos pudieron subir más que lo que hubiera sucedido si mi erogación en los primeros hubiera sido más alta. De la misma forma, un aumento de tarifas no traerá mayor inflación, sino que obligará a reacomodar mis gastos, disminuyendo la posibilidad de subir sus precios en aquellos sectores dónde deba bajarlos.
Los acuerdos de precio tampoco solucionan el problema de la inflación, sólo postergan por un tiempo unas décimas de puntos porcentuales de suba. Sin embargo, el congelamiento o baja de algunos precios permiten aumentar el consumo e impulsan un aumento mayor de los valores de otros que no están controlados (ej. carne).
El problema de la inflación no está en el mercado de la carne; ya que ésta es la suba generalizada de precios. Entonces, ¿todos los mercados de bienes y servicios están fallando? No parece una afirmación muy seria. Si todos tienen el mismo problema, deberíamos preguntarnos si no hay algo que todos tengan en común que sea el verdadero problema. Todos los bienes y servicios tienen en común la unidad de medida de su valor, el peso.
Desde los marxistas hasta los más ortodoxos, aceptan la existencia de la oferta y demanda en los mercados de todos los bienes y servicios. Sin embargo, parece que éstas no existen en el caso del mercado de las monedas nacionales y, por lo tanto, quedan indeterminados sus valores.
En realidad, existe una demanda de pesos (base monetaria) debido a que éste es un bien, ya que tiene utilidad. Para la gente, como unidad de cuenta para medir los precios de otros bienes y servicios, como medio de pago y como reserva de valor (ahorrar). Para los bancos para guardarlos en los cajones de las sucursales por si alguien va a buscar sus depósitos y para constituir los encajes que exige el Banco Central. Por otro lado, la autoridad monetaria es la única oferente de billetes y monedas, por lo que se comporta como un monopolista.
Como en cualquier mercado, si el productor de un bien produce más de lo que la gente quiere, su precio baja. En la Argentina, hasta mediados de 2004, el Banco Central pudo emitir muchísimos pesos para comprar dólares debido a que la gente estaba recuperando sus licuadas tenencias de moneda por la devaluación. A partir de dicha fecha, la demanda de pesos llegó a los niveles deseados y empezó a aumentar mucho más lentamente. Por su lado, el BCRA pretendió seguir comprando muchas divisas para sostener el tipo de cambio y comenzó a emitir más de lo que se le pedía; lo cual empezó a hacer bajar el valor del peso. El problema es que éste es la unidad de medida de los precios de todos los restantes bienes y servicios. Por lo tanto, si yo achico un “metro” todo lo que mida contra él aumentará. Eso es inflación y hemos encontrado la razón común a todos los mercados por la que hay una suba generalizada de precios.
Por lo menos hasta finales de año, el Banco Central anunció que continuará con la fuerte emisión de pesos para recomponer las reservas que se utilizaron para pagarle al FMI. Por ende, las presiones inflacionarias continuarán. A esto se le suma que la carne está recomponiendo sus precios respecto al período previo a la devaluación. Además, durante el período 2002-2004 en que la soja tuvo precios elevados, la ganadería fue desplazada a sectores marginales y, dado que lleva alrededor de tres años llegar a un animal que se pueda faenar, eso limita la oferta actual de carne. Todo esto hace esperable que su precio, luego de bajar por la prohibición de exportar, en algunas semanas vuelva a empezar a subir. Entonces ¿qué hará el gobierno? ¿Postergará eternamente la prohibición? ¿Pondrá precios máximos en las carnicerías? ¿Mandará a confiscar el ganado en los campos para garantizar la provisión barata de carne?
Todas estas medidas lo único que logran es que los productores opten por otras alternativas de inversión para sus campos, lo que implicará que, dentro de tres años cuando los terneros que deberían empezar a criarse hoy tengan que llegar al mercado, la escasez de carne será mucho mayor a la de hoy. Entonces sí, el asado de los domingos será considerado un pecado carnal.
CARNE PARA HOY, HAMBRE PARA MAÑANA
Publicado el 30 de noviembre de 2006 en el diario Ámbito Financiero, pág 14
Por el Lic. Aldo Abram, director del Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados de Argentina (CIIMA-ESEADE)
Hacia finales del año pasado, el gobierno amenazó al sector productor de carne con aumentarle de 5% a 15% las retenciones a las exportaciones de dicho bien. En ese momento, ante la pregunta sobre que sucedería con esta medida, contestábamos que la carne efectivamente bajaría debido a la mayor oferta interna que generaría el desincentivo a vender afuera. Sin embargo, luego de bajar un escalón, volvería a subir acompañando todo el resto de los bienes y servicios, por la escalera o el ascensor, según lo determinara la política monetaria del Banco Central. Entonces, elucubrábamos, ¿qué haría el gobierno? ¿Prohibiría exportar carne? De hecho, lo viene haciendo hace ya tiempo con el gas para asegurar una provisión interna barata y suficiente.
Antes que nos comparen con Harry Potter o Mandrake, debo aclarar que la “predicción” fue sólo el resultado de llevar al absurdo el conflicto creciente con el sector privado que implica la estrategia antinflacionaria del gobierno. Sin embargo, el “absurdo” se volvió realidad.
Más allá de la inconstitucionalidad de prohibir una actividad lícita como la exportación de carne, habría que ver si la medida realmente resuelve el problema. En ese sentido, la defensa que están haciendo algunos economistas y representantes del sector no ayuda. Todos parecen aceptar el diagnóstico desacertado del gobierno de que el problema de la inflación está en el mercado de la carne. Entonces, puede gustarnos o no, puede ser inconstitucional, puede no ser lo mejor, pero la prohibición es un remedio posible.
Lo grave es que no es la solución a la suba de precios porque el diagnóstico es equivocado. El precio de la carne va a bajar durante las próximas semanas. Sin embargo, en la medida que el Banco Central siga emitiendo, para comprar dólares, más pesos que lo que la gente quiere, habrá inflación. Si uno produce de un bien más de lo que se demanda, baja su precio, el problema es que la moneda nacional es la unidad de medida con la que se valúan todos los bienes y servicios de la economía. Por ende, si se achica el metro, todo sube medido contra él. Por eso, los economistas dicen que la inflación es el aumento generalizado de precios. Sin embargo, si bien no es el aumento del valor de un bien (en este caso la carne), es en realidad la baja del precio de otro con el que se mide, es decir el peso.
Por lo tanto, cuando la política monetaria del gobierno incentive nuevos aumentos de precio y, en no más de un par de meses cuando la carne empiece a acompañar el ascenso de los valores del resto de los bienes y servicios, ¿qué hará el Poder Ejecutivo? En principio, habrá que olvidarse de exportar carne (más allá de las pocas operaciones exceptuadas); ya que de eliminarse la restricción el precio de la carne subirá 20% o más. De todas formas y más allá de la inflación de fondo, el precio relativo de la carne seguirá recuperándose depende mayormente de la demanda interna. Esto no es casualidad, ya que los consumidores están lejos de haber recuperado el poder de consumo que tuvieron en el pasado.
Intentar acordar precios con el sector no funciona. En el caso de los lácteos, el gobierno juntó a las dos empresas industriales que compran la mayor parte de la leche del país y acordó bajarle el precio a los tamberos para que pudieran vender más barato en los comercios. Es decir, se alió con los industriales para subsidiar a la gente que compra lácteos a costa de los tamberos. En el sector de las carnes hay cientos de frigoríficos, por lo que es imposible conseguir una masa crítica de industriales que permita obligar a miles de productores ganaderos a transferir parte de sus ingresos a los consumidores.
Por otro lado, los acuerdos de precio solamente logran postergar décimas de punto porcentual de cada mes hacia más adelante; pero no resuelven el problema de fondo. Según la Ministra Felisa Miceli, los acuerdos son un “puente de plata” que nos permitirá llegar al momento que las inversiones aumenten la oferta y frenen la suba de precios. Supongo que las retenciones y las restricciones a las exportaciones también son “puentes”, pero ¿a dónde nos llevan?
Supongamos que un inversor decide producir en la Argentina y opta por la carne, de emblemático prestigio mundial, comprando una vaca. La vaca tiene un ternero y cuándo llega al peso ideal para mandarlo a Liniers, el gobierno decide que debe engordarlo más y que no podrá venderlo al peso que más le convenía (hoy no se puede faenar con menos de 280 kilos). A pérdida, lo termina de engordar y al enviarlo a Liniers se entera que prohibieron las exportaciones de carne, lo cual derrumba el precio y malvende el novillo. Por otro lado, cuando vende la leche que produce la vaca, se encuentra con que la industria láctea acuerda con el gobierno pagársela menos de lo que realmente vale, para que llegue a menor valor al consumidor. En definitiva, el señor mata la vaca, invita a sus amigos a un gran asado con cuero y se dedica a otra cosa, seguramente en algún otro país. Por último, dentro de 3 años, cuando los terneros que deberían empezar a engordarse deban ser enviados a faena, seguramente la escasez de carne será mayor a la de hoy, afectando su precio futuro.
Esto no solamente ocurre con la actividad ganadera, también con otros productos de primera necesidad: con el gas, la electricidad, los combustibles, el agua, etc. en los que se subsidia alegremente a los consumidores a costa de los productores y, como consecuencia, no se invierte lo suficiente para garantizar la suficiente oferta futura.
Conclusión: Esperemos que la gente se de cuenta que la política intervencionista del gobierno es “Carne para hoy, hambre para mañana”.
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