Es evidente que el índice de precios al consumidor del mes de junio provocó un verdadero cimbronazo en las estructuras del poder ejecutivo. Las medidas tomadas a lo largo de estos meses, sumadas a las promesas de los funcionarios e inclusive a las opiniones de reconocidos economistas, algunos de los cuales fueron descalificados no hace mucho tiempo por el propio presidente de la Nación, en el sentido de que “la inflación” estaba relativamente controlada se han dado de bruces con la realidad.
Es insólito que a pocos días de concluir junio, e incluso ya comenzado julio, todos los especialistas auguraban un índice del 0,5 o como mucho del 0,6%. El 0,9 es, por lo tanto, por lo menos el 50% más de lo previsto cuando ya todos los números estaban echados. Cabe sospechar, lamentablemente, que los números que habían trascendido no eran los que verdaderamente debían ser, sino otros. Y no nos atrevemos de ningún modo a juzgar intencionalidades, pero sí por lo menos dejar un margen de duda.
Aclaramos antes de continuar que el término “inflación” para referirse a índices de precios, lo consideramos incorrecto, ya que en lo que corresponde es referirse al costo de la vida, o simplemente al índice de precios al consumidor.
Ello así porque tal índice es en verdad un ponderado de consumos estándar de una familia tipo, y un cambio en los precios relativos de algunos de esos consumos puede alterar el número final sin reflejar en sí mismo una tasa inflacionaria.
Lo cierto es que, más allá de esta aclaración que juzgamos pertinente, las medidas restrictivas de los excedentes monetarios que emite el Estado para comprar dólares, más medidas tales como el encaje del 30% a los capitales “golondrina”, más los acuerdos de precios, las canastas sociales y demás, no han sido otra cosa que paliativos ante una realidad.
Y la realidad es que la emisión de moneda resultante de la devaluación del año 2002, aún no se ha trasladado a los precios como debería ocurrir. En estos momentos, aproximadamente los índices de precios minoristas crecieron un 64%, los mayoristas un 150% y el tipo de cambio un 190%, todo desde el comienzo de la crisis.
La lógica matemática indica que tales tasas de ajuste deben tender a igualarse en el futuro. El único aspecto en duda, en nuestra opinión, es en cuánto tiempo.
De manera que cabe también mencionar, que cuando se habla de “reacomodamientos” de precios se incurre en un eufemismo que se derrumba fácilmente ante la pregunta de ¿por qué hay precios que necesitan reacomodarse?. La respuesta, naturalmente es: porque antes el Estado los desacomodó.
Es que mientras desde el Banco Central y en las usinas del Ministerio de Economía, se vende y compra el dólar a un valor muy superior al que tendría si se dejara flotar libremente, por otro lado se intenta de mil maneras que tales o cuales precios de OTRAS cosas no se incrementen. Es decir, el dólar sí, el resto, no.
Esto es una irrealidad que se sostiene durante un tiempo, pero que finalmente caerá inexorablemente.
Obsérvese que la política denominada de “sustitución de importaciones”, se basa en este precepto: siendo el dólar caro, importar es carísimo, y por lo tanto produzcamos localmente que podemos competir. Pero ello implica vender los productos locales a un precio mayor que el que debería ser en condiciones de competencia, y a una calidad inferior. Estas desilgualdades tienden a nivelarse siempre.
Del mismo modo, el colchón que obtiene el Estado mediante las retenciones a las exportaciones, que es logrado por la misma causa, es decir, por sostener el dólar a un precio elevado artificialmente, terminará desapareciendo en tanto y en cuanto los precios y los costos presionan al alza por las razones apuntadas.
Un modelo económico de este tipo funciona con salarios bajos, precios bajos, país barato, y exportaciones de productos competitivos en el exterior, que obviamente son básicamente los primarios.
Por lo demás, y tal como venimos reiterando, la crisis energética es una realidad palpable. Se ha aumentado la importación de gas oil, y seguirán los problemas con los demás fluidos. Todo dependerá de la intensidad del frío, pero es obvio que estamos lejos de quedarnos tranquilos. Basta con oir y ver la campaña publicitaria cotidiana en el sentido de no consumir energía. Es decir, en lugar de obtenerla para satisfacer la demanda, lo que se postula es que no se consuma lo que hay. Algo así como achicarse para crecer. Es un absurdo.
Bien, para el mes de julio, el índice de precios al consumidor se espera que crezca más del 1%, y en el acumulado del semestre se llegó al 6,1%. Comparando junio de 2005 contra junio de 2004 estamos en el 9%.
La necesidad de realizar inversiones nuevas se topa con las inseguridades jurídicas y de toda índole que se observan en punto a los contratos, a las leyes, a la vida cotidiana en nuestras calles, e incluso a los cambios de color de no pocos reconocidos políticos.
Asistimos en estas horas a las secuelas del desastre terrorista en Londres, que mucho o poco, tendrá sus efectos en los mercados y probablemente en el petróleo, que ya pasó los 60 dólares el barril, y que en la medida en que localmente se pretenda mantener tarifas de combustibles sumamente bajas, aumenta la brecha y sin ninguna duda contribuye negativamente sobre cualquier intento de inversión en exploración, por más que se hubieran instituido regímenes promocionales al respecto.
También nos encontramos con un clima sindical muy inestable, donde personajes como Hugo Moyano se ha quedado con la conducción de la CGT oficial, en un evidente acuerdo con el poder político. Mientras tanto, los gremios de distintos flancos e intereses, presentan permanentemente disputas que concluyen en medidas de fuerza y reclamos salariales que no pueden controlarse desde la llamada Central Obrera. Y mucho menos desde el poder central.
La presión sobre los salarios intenta ser amainada con ajustes oficiales, que encuentran poca acogida en las provincias, cuyas “cajas” no tienen la holgura de la Nacional.
Y políticamente, asistimos a la división que no por esperada deja de ser preocupante, entre las huestes de Duhalde y las de Kirchner, cuyo debate, en medio de los pronósticos que nosotros venimos haciendo, resulta literalmente de otro planeta. Mientras el gasto público sigue subiendo y no parece preocupar demasiado, dado que sigue habiendo un importante superávit fiscal.
Las perspectivas en materia de inflación siguen apuntando a tasas anuales bastante más elevadas de las previstas en el presupuesto Nacional, tal como venimos sosteniendo desde principios de año. Es que el país está en el brete de seguir creciendo a partir de nuevas inversiones que superen el 22 o 23% del PBI anual, o que los precios se incrementen ante el primer estímulo de demanda, dado que la capacidad ociosa proveniente de los años 90 ha quedado cubierta
Un dato que no deja de ser preocupante es que los inversores externos que colocan dinero en bonos postdefault ajustados por CER, hacen diferencias de gran importancia en dólares, consecuencia de las distorsiones del mercado que venimos señalando. Incluso se han oído voces pidiendo una nueva devaluación que impidiera a ciertos capitales “golondrina” alzarse con sus ganancias en dólares. Y el Estado sigue endeudándose en Lebacs para poder retirar el circulante que inyecta para comprar excedentes de dólares.
Abrimos ahora un compás de espera ante las vacaciones de invierno y la feria judicial. Esperamos que al retomar dentro de unos 10 días nuestra labor, nos encontremos ante una perspectiva al menos un tanto mejorada.
Buenos Aires, 8 de julio de 2005
Dr. Héctor Blas Trillo
Asesor y consultor de empresas
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