EL ÍNDICE DE PRECIOS Y EL COSTO DE LA VIDA
En estos días estamos viviendo en materia de índices de precios una situación verdaderamente inédita. Por un lado el gobierno intenta demostrar que los valores surgidos de INDEC son ciertos y confiables mientras prácticamente toda la población argentina, salvo algunos sectores muy afines al oficialismo, considera a tales índices como mentirosos.
Si bien las autoridades atribuyen a esta opinión generalizada un origen mediático, ello no obsta a que se hayan intentado algunos cambios en el organismo estadístico, con el objeto de modificarla. Dicho de otro modo: para el gobierno actual la gente está equivocada, pero por las dudas intentemos algo para modificar esa creencia.
Si bien consideramos que el nuevo director ha incurrido en la práctica consuetudinaria de salir a descalificar a quienes opinan diferente y por lo tanto para nada halagüeño, ello no quita que en algún punto el gobierno parece haber acusado el golpe. Nos gustaría hacer nuestro pequeño aporte al tema, anticipando que no somos especialistas.
Los cálculos referidos al índice de precios tienen una larga historia de disensos. Recordamos en los años 80 cuando se hablaba de la inflación mensual y se indicaba un porcentaje (igual que ahora) pero partiendo de datos finales provisorios. Durante el transcurso del mes siguiente, tales datos se cambiaban por los definitivos, y éstos daban siempre un índice mayor que aquel provisorio original, pero entonces se tomaba el provisorio del mes siguiente contra el definitivo, dando lugar a un nuevo porcentaje que dejaba colgada esa diferencia del mes anterior. Esto evidentemente no era casualidad. El porcentaje consignado terminaba, mes tras mes, siendo menor al real, que uno solamente podía encontrar en las publicaciones completas de los índices.
Lo mismo ocurría en tiempos del índice de precios descarnado, es decir, aquel que no incluía a la carne. Un verdadero galimatías estadístico que pretendía medir el índice de precios sin considerar el consumo de carne. Una entelequia de aquellas.
Pero en definitiva lo que siempre se ha sostenido es que el índice de precios, que antes era denominado costo de vida, mide en realidad la inflación en la Argentina, cuando en rigor no es exactamente así. Veamos la definición que hace Wikipedia de esto:
El costo de vida es un concepto teórico que representa el valor o coste de los bienes y servicios que los hogares consumen para obtener determinado nivel de satisfacción. El índice de coste de vida es un índice que indica cuánto se incrementa (o modifica) el costo de los hogares para mantener un mismo nivel de satisfacción
El cálculo del coste de vida es un problema difícil porque se basa en conceptos subjetivos (nivel de satisfacción). Como estimador del costo de vida suele usarse el IPC (índice de precios al consumidor) sabiendo que hay diferencias importantes: el IPC se refiere a una canasta fija de bienes y servicios; en un costo de vida debería tenerse en cuenta que los hogares hacen sustituciones de productos cuando los precios cambian.
Más allá de las diversas triquiñuelas que puede haber utilizado el INDEC en estos años, es interesante analizar un poco el fondo del problema. Nosotros no somos especialistas en estadística pero sí conocemos bastante respecto de la forma de cálculo y las diversas ponderaciones.
La realidad es que el índice de precios parte de la base de una composición determinada del consumo hogareño promedio, que es lo que la enciclopedia llama canasta fija de bienes y servicios. En cambio el indicador del costo de la vida debería tomar las sustituciones cuando los precios se modifican. Tales sustituciones deberían a su vez reflejar si se produce un cambio o no en el nivel de satisfacción y ésta medirse en términos de costo. Tarea compleja si las hay. No es lo mismo satisfacerse la sed con una gaseosa que hacerlo con agua de la canilla. La sed se satisface igual, pero el plus que representa beber una refrescante bebida edulcorada se resigna en el segundo caso. ¿Cómo se mide esto?.
Al menos por lo poco que ha trascendido del mecanismo utilizado por el INDEC para medir los precios hoy en día, más parece que estuviera intentando calcular el costo de la vida y no el índice de precios al consumidor. Aún así, ni uno ni el otro representan con exactitud el índice de inflación, que es la suba generalizada de precios (o su baja en sentido inverso) y no contempla los cambios en las preferencias.
En efecto, por lo que se sabe la mecánica elegida consiste en sustituir determinados bienes del índice cuando éstos, por razones estacionales, por ejemplo, son reemplazados por otros en el consumo general. A simple vista uno puede colegir que esto puede dar lugar a cualquier cosa a menos que la metodología sea ampliamente difundida y conocida número por número (como era antes de la intervención del organismo en enero de 2007) y por lo tanto factible de ser cuestionada o al menos permitir las comparaciones sobre bases reales.
Pero si el reemplazo de bienes y servicios afecta el nivel de satisfacción lo que en verdad estamos intentando medir, insistimos, es el costo de la vida y no el IPC o la inflación. Incluso si no modificamos la canasta, como debería ocurrir en el cálculo del IPC, la suba del mismo tampoco refleja la inflación de manera precisa e inocultable. Puede haber cambios de precios relativos que al mes siguiente vuelven a cambiar provocando en tal caso indicadores negativos. Aún así, se aproxima más al concepto de moneda de valor corriente el IPC.
Imaginemos por un momento un escenario donde todos los bienes y servicios que requiere la economía fueran, por ejemplo, carne y arroz. Supongamos que la canasta está compuesta únicamente por tales bienes y que tiene un costo de $ 100.- al mes. A su vez, supongamos que la ponderación indica que las familias consumen mensualmente $ 50.- de carne y $ 50.- de arroz. Simplificando todavía más las cosas, podemos decir que el índice (que no es la misma cosa que el porcentaje de cambio) es 100.
Ahora supongamos que al mes siguiente la carne sube de precio y por lo tanto para consumir la misma cantidad que en el mes anterior necesitamos $ 60.-. Supongamos también que el precio del arroz no varió. Si el consumo fuera el mismo en el segundo mes, el costo total ascendería ahora a $ 110.- , el índice sería 110, y el incremento porcentual sería, obviamente, del 10%.
Si las familias modifican en este segundo mes sus hábitos en razón de la suba del precio de la carne, podría ocurrir que consuman ahora menos carne y la misma cantidad de arroz, es decir $ 50 de carne y $ 50 de arroz. Pero como la carne en este segundo mes es más cara, las familias comerían menos.
En la práctica nada es absoluto, claro está. Y ésta situación puede darse en determinados sectores que por ahí pueden disminuir un poco los consumos dado que tal vez descuidan un poco los volúmenes y tienen sobrantes que arrojan a la basura. En cambio aquellas familias con menores recursos probablemente pasen a consumir todavía menos carne para pasarse al arroz y mantener el gasto total en $ 100.- consumiendo lo necesario aunque en proporciones diferentes.
Sin embargo, tanto en un caso como en el otro lo que podemos sí observar es que la calidad de vida sufrió una merma. Unos tienen que cuidarse más, otros tendrán que comer comida diferente y probablemente de menor calidad para no excederse en su gasto mensual.
Insistimos en que estamos dando un ejemplo y agregamos que no pretendemos juzgar la calidad nutricional de los alimentos que elegimos para esta abstracción teórica. Podría ser al revés, que aumentara el precio del arroz y bajara el de la carne. Pero como la carne es más preciada por los argentinos en general, nos parece más acertado suponer que es ésta la que aumenta su precio y que privarse de ella para reemplazarla por arroz produce una merma en el grado de satisfacción. Si el arroz subiera su precio y la carne permaneciera sin cambios, también habría un porcentaje de baja en la satisfacción, obviamente.
Siguiendo con el caso, podemos ver que si el INDEC toma la variante de suponer que la gente consume ahora más arroz y menos carne hasta la concurrencia del gasto mensual, este seguirá siendo de $ 100.- Y si esto es así, el IPC no habrá variado y por lo tanto aquello que común y erróneamente se denomina índice de inflación sigue inalterable. La falacia es evidente.
Podemos agregar más factores, tales como por ejemplo que al bajar el consumo de carne como consecuencia de la suba de su precio, éste tienda a bajar, mientras que ante el incremento del consumo de arroz el precio de éste tienda a subir. Esto efectivamente ocurrirá en una segunda instancia, pero no queremos hacer un análisis que resulte brumoso y complejo, sino más bien apuntamos a lo evidente.
Normalmente la ponderación de la canasta es muy compleja e integrada por una enorme gama de bienes y servicios, que se agrupan por rubros, que a su vez se considera que insumen un porcentaje del gasto total de cada familia. Y esos rubros están integrados por subrrubros y luego por bienes y servicios en proporciones preestablecidas. Tocar esta canasta y hacerlo todos los meses en función de estacionalidades o cambios ocasionales no solo no está en su definición, sino que no nos parece lo más acertado para medir el IPC. Además, como decimos, si la metodología no está plenamente determinada y es difundida cabalmente todos los meses, es imposible saber qué se tocó y qué no. Y en definitiva, las bases terminan siendo no comparables entre un mes y el otro.
Pero volvamos a nuestro ejemplo: si una familia tenía por costumbre consumir en un mes una determinada cantidad de carne y de arroz y debió modificarla como consecuencia del cambio en los precios, su calidad de vida ha bajado. Es decir que su costo de vida ha subido, ¡y sin embargo su gasto total ha sido el mismo!
Por eso, si el INDEC modifica la composición de la canasta todos los meses en función de cambios estacionales o lo que fuere, aunque lo haga con total honestidad y a conciencia, no está midiendo el índice de precios. Y por lo tanto no está suministrando la información que dice suministrar.
En el ejemplo sencillísimo que elaboramos ¿ha habido o no incremento del IPC?, sí lo ha habido: fue del 10%. ¿Y el costo de vida? podríamos decir sobre él que si una familia pretende mantener la misma calidad de vida debería incrementar su gasto un 10% y por lo tanto también esa sería la suba de su costo de vida. ¿Y cuándo el costo de vida se vería afectado de manera diferente?, cuando pese a la sustitución de bienes no pudiera sostenerse el valor 100. Es decir, cuando aún consumiendo más arroz y menos carne necesitáramos más de $ 100, para mantener la supervivencia. Pero esto tampoco es del todo cierto. Porque la sustitución en sí misma implica como decimos una merma en la calidad de vida que en la práctica es muy difícil de medir.
Lo que sí queda perfectamente en claro, es que la modificación de los componentes de la canasta lleva a que el índice de precios arroje incrementos menores en tanto y en cuanto encontremos los sustitutos. Y solamente se reflejaría un incremento cuando tales sustitutos, los que fueren, también aumentaron sus precios.
Por lo tanto y en nuestra opinión, el INDEC no está suministrando la información que se le requiere sino otra. Y este es el nudo gordiano del problema que nos ocupa.
La variación en el valor de la moneda no depende de sustituciones o de cambios de precios relativos, sino de la suba o la merma generalizada de precios. Es esto lo que hay que medir y no otra cosa. Y es esto lo que no está ocurriendo, según lo que las propias autoridades del INDEC afirman.
Buenos Aires, 15 de agosto de 2009
HÉCTOR BLAS TRILLO
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