La presentación que hizo el secretario de comercio en el Senado da lugar a ciertas observaciones que entendemos básicas para entender el proceso inflacionario como lo que realmente es.
En estas líneas no diremos seguramente nada que ya no hayamos dicho en ocasiones anteriores. Pero es importante volver sobre este asunto luego de la disertación del secretario Guillermo Moreno en el Congreso. Intentaremos hacer un análisis lo más desapasionado posible con la finalidad de clarificar conceptos básicos del funcionamiento de la economía, y marcar, claro está, aquellos puntos que a nuestro entender resultan absolutamente erróneos, como pretendemos demostrar una vez más.
El funcionario mencionó que en estos momentos no están dadas las condiciones para que se desarrolle un proceso inflacionario. Ello en virtud de ciertos aspectos básicos (a) la ausencia de déficit fiscal y (b) la balanza comercial ampliamente favorable al país. Incursionó luego en otras cuestiones, tales como la necesidad de controlar los costos de las empresas para que, vía márgenenes de utilidad, hacer factible el manejo de los precios. Así y todo, resaltó la necesidad de controlar los costos de las empresas para, a partir de ello, definir márgenes de utilidad y poder saber si existen utilidades desmesuradas. En otras palabras, si bien no están dadas las condiciones para que exista la inflación, ésta podría existir a menos que la secretaría de comercio controle costos, márgenes de utilidad y precios. Suena realmente extraño, es como afirmar que como no debe llover tendremos que controlar que no llueva.
Dejando de lado el estilo de este curioso personaje, sus apreciaciones en primera persona ( me bajen las tasas de interés por ejemplo) y sus ataques a otros expositores, cosa que no es sencillo de hacer para nosotros, insistiremos en nuestro modo de ver las cosas.
La inflación es un fenómeno esencialmente monetario y se define como la suba generalizada de precios. Para que tal suba se produzca es necesario al menos uno de los siguientes factores: (1)que existan menos bienes y servicios disponibles, (2) que aumente la cantidad de circulante monetario, (3) que suba la cantidad de moneda circulante más que lo que sube la cantidad de bienes y serivicios disponibles o (4) una combinación de al menos dos de estos elementos.
El país ha venido recuperándose a tasas del 8 o del 9% anual con lo cual resulta obvio que se produjo un incremento importantísimo de la cantidad de bienes y servicios disponibles. En los últimos 6 años, por tomar el dato desde el comienzo de la crisis, el PBI ha crecido (descontando la variación del dólar) no menos del 50%. Pero la cantidad de moneda en circulación ha crecido mucho más. Y ha crecido mucho más porque el Estado ha estado comprando dólares a precios superiores a los que fija el mercado durante todos estos años mediante la emisión de moneda. Por tal razón, si a comienzos de 2002 el circulante rondaba los 20.000 millones de pesos, hoy supera los 100.000 millones. Tenemos pues la evidencia palpable numéricamente de que la cantidad de moneda ha crecido de tal modo de avalar los aumentos de precios generalizados que han venido y vienen produciéndose.
La liquidación de divisas por parte de los exportadores ha superado largamente a la demanda las mismas por parte de los importadores, y esa diferencia ha sido adquirida por el Banco Central básicamente mediante la emisión de moneda. La idea de mantener el tipo de cambio alto, o competitivo, conlleva pagar más de lo que vale por el dólar, para decirlo de manera simple. Y ello significa para este gobierno emitir más moneda. Una especie de despilfarro monetario, dicho esto sin ninguna mala intención. En verdad, el Estado podría adquirir los excedentes de dólares con recursos genuinos provenientes de los fondos del Tesoro Nacional, esto es, de la recaudación tributaria, pero no es eso lo que hace salvo en contadas excepciones.
En general el Banco Central ha venido retirando esos excedentes monetarios para no exacerbar la demanda agregada y afectar así los precios. Lo ha hecho, como ya es sabido, básicamente con la emisión de Letras o títulos. Las conocidas Lebacs y Nobacs. De tal modo, siempre se ha dicho que el BCRA seca la plaza y evita que se dispare la inflación debida a la emisión. Esta medida es considerada (y realmente así es) ortodoxa, y por lo tanto suponemos contraria a las ideas predominantes en el gobierno. Sin embargo, no se le ha hecho asco al asunto. Digamos que el gobierno se jacta de ser heterodoxo sin serlo verdaderamente.
Ahora bien, justamente la sobrevaluación del dólar, o la subvaluación del peso, es la primera razón por la cual pudieron aplicarse las retenciones a las exportaciones. Como se sabe, tales retenciones son en esencia el superávit fiscal, junto con el llamado impuesto al cheque. Es decir que si no se hubiera subvaluado el peso, y el dólar hubiese caído a menos de $ 2.- como tantas veces afirmaron no pocos funcionarios del gobierno kirchnerista, las retenciones no hubieran podido aplicarse, o al menos no hubieran podido aplicarse en la dimensión en que se han venido aplicando y por lo tanto el superávit, en caso de existir, hubiera sido casi insignificante.
Como ese superávit es utilizado para subsidiar empresas y sectores, y también para hacer obra pública, lo que en realidad ocurre es que el dinero emitido primariamente para mantener caro al dólar se vuelca a la demanda de bienes y servicios presionando sobre los precios. Otra cosa sería si el Estado comprara los excedentes de divisas con impuestos recaudados, pero no es el caso general, como decimos.
Este aspecto del funcionamiento monetario no ha sido citado siquiera por el funcionario Moreno. Es decir que ni siquiera lo ha considerado. Por eso supone (creemos) que no tiene que haber inflación.
Para Moreno, si se controlan los costos de las empresas y se manejan los márgenes de utilidad, se evita la inflación. Hay varias cosas para aclarar, sin embargo.
Los costos también son precios, eso en primer lugar y para clarificar semánticamente el panorama. Los precios de venta al público, o al mayorista o al fabricante, no tienen que ver con la decisión personal de cada uno de los factores intervinientes de fijar márgenes de ganancia excesivos . Cada uno intentará, por lógica, fijar el mayor margen posible. El punto es si el mercado lo resiste-. Un fabricante de pastillas obtendría una ganancia fabulosa si consiguiera vender cada paquete a un millón de pesos, pero es obvio que no puede venderlo a ese precio. De tal manera que la lógica de los costos y los márgenes de utilidad da por sentado, erróneamente, que el producto será adquirido de todos modos, y ello no es así.
El producto en cuestión será adquirido si el comprador tiene el poder adquisitivo para hacerlo, y si además le parece razonable su precio. Los bienes y servicios se consumen según las necesidades en tanto y en cuanto los precios estén acordes con ellas.
Entra acá a jugar el concepto de la llamada demanda inelástica para ciertos productos. Pero hay que observar que la inflación no es la suba de determinados productos, sino la suba de TODOS los productos. Esto para no entrar en detalles respecto de que ninguna demanda por inelástica que sea implica que la cantidad de oferentes se mantendrá incólume y no habrá quienes quieran vender sus productos a menor precio para poder ganar mercado.
Otro argumento curioso, y que si bien no tenemos presente que Moreno lo hubiera mencionado, suele estar siempre en estas maneras de razonar que podríamos llamar oficiales , es el de la llamada cadena de intermediación . Se acusa a que en el medio hay quienes se quedan con las ganancias . Ello probablemente sea así en algunos o muchos casos, pero eso no significa que exista inflación, sino que hay alguna forma de ineficiencia en tal cadena. Es decir, algunos o varios productos serán más caros de lo que serían si la cadena fuera más eficiente, pero eso no significa que esos productos, y todos los demás suban de precio como ocurre cuando hay inflación. Los factores de ineficiencia son encarecedores de ciertos precios, pero no inflacionarios.
Durante los años en los que en la Argentina no hubo inflación, o incluso hubo deflación, la cadena de distribución de ciertos productos era la misma o muy similar a la que es hoy. Era la misma gente además, con la misma idiosincracia. Y sin embargo no había inflación. Si somos eficientes podremos vender un producto a menor precio, y si no lo somos el precio será mayor. De ese producto o inclusive de TODOS los productos. Pero aún así eso no implica que los precios suban permanentemente. Es decir que no es la intermediación la causa de la suba corriente de todos los precios. Es causa de ineficiencia si es mala. Es causa de que tengamos un nivel de vida más bajo que en países más eficientes que el nuestro, pero no es inflacionaria.
Bien. Acerquemos ahora un tanto la lupa a los márgenes de utilidad. Digamos primero que para definir si tales márgenes son desmesurados hace falta un poco más que la aplicación de la pura lógica. ¿Es desmesurado lo que gana un jugador de fútbol que llena estadios y genera millones de dólares de recaudaciones y venta de productos asociados?. ¿Es desmesurado lo que gana una estrella del cine o de la televisión? ¿Es desmesurado lo que gana Bill Gates?. Fijar pautas de desmesura implica un juicio de valor acerca de qué cosa es la mesura . Si vamos a poner un tribunal que diga qué cosa es una ganancia mesurada y qué cosa es una ganancia excesiva estamos en problemas. Porque las actividades comerciales, empresariales, de inventiva o de lo que fuere son tantas y tan variadas y con resultados tan imprevisibles que implica un acto casi divino pretender trazar parámetros. ¿Cuánto puede valer el agua en el Sahara?.
Pero el punto es todavía otro: si determinamos un margen de ganancia razonable a juicio de Moreno o de quien fuere, pero los costos nos suben un 300%, ¿qué hacemos? ¿Subimos los precios un 300%? En otras palabras, controlar márgenes de utilidad no influye en los precios de los productos, sino en la relación entre precios de compra y de venta. Por lo tanto, como razonamiento para detener el alza de precios, o de cualquier precio en particular, es cuando menos incoherente.
Tenemos también que decir algo respecto del intervencionismo. Los costos de las empresas, su manejo financiero, sus formas de comercialización y de distribución; y, en definitva, su política comercial es privativa de ellas y no resulta ajustado a derecho que los funcionarios pretendan invadir el ámbito de decisión de particulares y empresas. A su vez, los funcionarios o el Estado no tienen derecho a fijar los precios porque así lo dispone la Constitución Nacional. Como ocurre en otros campos, la anomia parece haberse apoderado de todo en la Argentina del siglo XXI.
Controlar los costos es controlar los precios de los insumos, que quede bien claro. Controlar los márgenes es pretender que los productos lleguen al consumidor a un precio a partir de un costo disminuido artificialmente, de lo contrario entramos en el absurdo que señalábamos más arriba. La venta de productos a precios menores a los de mercado produce la escasez de los mismos, el desabastecimiento. O el mercado negro. O una combinación de ambas cosas. Como claramente ocurre hoy con los combustibles.
Mientras, el Estado sigue generando inflación y suponiendo que tiene superávit fiscal cuando en realidad prácticamente no existiría tal superávit si no recurriera al artilugio monetario del dólar alto.
Como puede verse, hemos dejado de lado en estas líneas la cuestión de la soja y los aspectos más candentes de estos días. Lo hicimos adrede, porque creemos que puede dar lugar a interpretaciones que no son las que esperamos generar.
Merece un párrafo también el remanido concepto de la especulación. Porque suele ser la otra condición de los malos de la película que parecen quererlo todo para ellos: Nadie vende sus productos en momentos en que no resulta oportuno hacerlo. No lo hacen los particulares, ni las empresas, ni los mismísimos Estados. Es una condición natural esperar el mejor momento para vender, que se corresponde con el mejor momento para comprar del demandante. Por lo tanto, las especulaciones tampoco son inflacionarias, porque no implican vender todo más caro cada día, sino que algunos productos se venderán más caros en un momento dado y otros deberán liquidarse por falta de ventas, como ocurre con los fines de temporada textil. Quedarse con existencias remanentes puede ser un pésimo negocio. Tanto por pasar de moda los productos como por la inmovilidad de capital que implica.
Digamos también que ni los precios internacionales del petróleo ni los precios internacionales de los alimentos son inflacionarios per se. Que suban los derivados del petróleo o que suba la comida es terrible y nos afecta a todos, claro está. A algunos puede que los afecte favorablemente si son productores. Pero tales subas implican cambios de precios relativos, no inflación.
Si en una familia ahora resulta más caro comer, probablemente sus integrantes no se vayan de vacaciones, o compren menos ropa, o no cambien tan seguido su auto (en caso de tenerlo y poder cambiarlo, lógicamente). Eso no es inflación. Los productos que pasan a consumirse menos o que son prescindibles verán mermada su demanda y tal vez bajen sus precios. Incluso ciertos productos como los derivados del petróleo están viendo mermar su demanda en el llamado Primer Mundo por su elevado precio. Mucha gente prefiere pasarse a la bicicleta y dejar de usar el auto. Ello provocará tal vez una suba en el precio de las bicicletas. Pero eso, insistimos, son cambios de precios relativos. Y no inflación.
Costos, precios e inflación, que no se conviertan en impostores por no conocer debidamente los mecanismos del mercado. Y la verdad es que, hay que decirlo, a estas alturas no sabemos si estas confusiones no son generadas adrede.
Realmente que un funcionario a cargo de la secretaría de comercio exponga de la forma en que lo hizo Moreno con semejantes yerros conceptuales es muy grave. Sobre todo en el ámbito del Senado.
Moreno prendió en cierto modo el ventilador contra ex funcionarios como Guadagni, que según dijo desmanteló la secretaría de comercio de tiempos de Alfonsín y así privó al país de excelentes controladores de costos. Lo curioso es que luego de eso vino el período de estabilidad más largo del último siglo, lo cual implica una marcadísima contradicción entre aquello que defiende Moreno, y la realidad más palpable.
Durante los años de la convertilibidad el país controló el tipo de cambio, pero no los precios ni los costos. Lo hizo de una manera particular, evitando emitir moneda excepto que ingresaran divisas. Ese mecanismo fue la base de la credibilidad y de la falta de inflación. La explosión posterior se debió al déficit y a la falta de productividad similar a la existente en el país de origen de la moneda fuerte, pero este sería otro análisis. Lo cierto es que no hubo que controlar costos, ni márgenes, ni precios. Bastó con reemplazar la moneda local por una moneda cuya emisión no dependía de factores aleatorios y poco serios. Nada más.
Nosotros nunca hemos compartido el criterio de fijar un precio, y menos el de la divisa. Hubiéramos preferido siempre contar con una moneda dura que no dependiera de artilugios tales como mantener alto el tipo de cambio emitiendo más y más. Simplemente lo dejamos claro una vez más. Dado que nos vimos obligados a referirnos a ese período. Si la productividad argentina fuera similar a la de EEUU, y si no hubieran existido los pavorosos déficit votados por todos los diputados y senadores de entonces (y de ahora), otro hubiera sido el cantar. Pero insistimos, ello excede el marco de este trabajo.
Arribamos así a la conclusión de que el ministro de economía en la práctica, ya que Carlos Fernández no se ha presentado a exponer siquiera en el Senado, pretende establecer motivaciones y resultados que sólo pueden ser positivos si son controlados por una secretaría de Estado. La cual al ocuparse de los costos, lo hará tanto de la fabricación de huevos de gallina, como de supositorios para la gripe de los bebés. Pasando por cuanto rubro se le ocurra a quien quiera tomarse el trabajo de imaginarse los millones de productos de una economía. En esto sí que sería interesante que pudiera privar la mesura.
Pero es evidente que hay una decisión política para que este funcionario (que según dicen llegó al Congreso acompañado por un grupo de guardaespaldas o algo así) esté donde está diciendo las cosas que dice.
Y no caben dudas, además de que la frutilla de la torta fue la defensa que hizo de la estadística inflacionaria oficial, luego de haberse intervenido el INDEC y haberse desplazado a sus técnicos como sabe todo el mundo.
La realidad, llegado cierto punto, supera verdaderamente a la ficción.
Buenos Aires, 11 de julio de 2008 DR. HÉCTOR BLAS TRILLO
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