La infraestructura no acompaña al crecimiento

Los datos estadísticos siguen marcando cifras de recuperación de la economía muy importantes, pese a los problemas derivados de la inseguridad jurídica. El contexto internacional sigue siendo muy favorable.


Pero la mejora estructural no acompaña ni de lejos el ritmo de crecimiento.

El periodista Diego Cabot se pregunta en un interesante artículo del diario La Nación de hoy si la falta de gas y de electricidad se debe exclusivamente al frío. Y si los atosigamientos en los trenes se deben únicamente a que ahora viaja más gente. O la falta de vuelos está ocasionada únicamente por la caída del famoso rayo en Ezeiza que dejó al Aeropuerto sin radar hace ya varias semanas. Las estadísticas marcan un incremento en la demanda de servicios que no está siendo acompañada debidamente por la mejora en la oferta. Este dato es conocido y difundido por todos los medios, casi sin excepción.

No vale la pena reiterar lo que hemos comentado en trabajos anteriores sobre la falta de inversiones suficientes en materia energética, o el atraso de los

emprendimientos cuasiestatales y la falta de iniciativas privadas de envergadura en la materia.


Los problemas en la infraestructura tienen que ver no con los “dolores del crecimiento” como dijo días pasados la ministra Miceli, sino con la falta de seguridad jurídica derivada de controles de precios y tarifas, prohibiciones de exportaciones, cambios en las reglas de juego tributarias, etc.

En términos viales hace rato que no se mejora la infraestructura a nivel nacional o provincial. Son muchos los problemas que ocasiona el crecimiento del parque automotor que ni por asomo se encaran seriamente con inversiones en obras, con o sin peaje. Y también hay que decir que en muchos casos, según dicen los entendidos, el sistema de peaje ha mantenido tarifas (o han subido en escasa medida) a costa de un deterioro en el sistema de reparación de la capa asfáltica mediante el “bacheo” y no la renovación de los tramos con problemas.

Los colectivos muestran ya su progresivo deterioro debido a la falta de renovación del parque, ocasionada sin ninguna duda por la falta de adecuación de los ingresos al valor de las unidades nuevas.


La economía ha crecido un 8% en el primer trimestre comparando con igual período del año anterior. El desempleo según cifras oficiales según el último dato conocido está en 9,8% (con los planes Jefas y Jefes rondará el 11,2% aproximadamente) y las exportaciones de abril crecieron un 9% frente al mismo mes de 2006. ¿Acompañan las inversiones en infraestructura este ritmo de crecimiento? Indudablemente no. A

simple vista puede afirmarse esto.

El crecimiento de la economía en el primer trimestre de este año, si lo comparamos con el último de 2006, ha sido de sólo 1%, contra 1,7% si hacemos la misma comparación periódica de 2006 vs. 2005, o 1,6% si retrocedemos a 2005 vs. 2004. Hay una desaceleración evidente.

Téngase en cuenta que estamos comparando períodos en los que no hubo mayores problemas energéticos, como los que acontecen en estos días. Ojo, no es que no los había, porque los cortes y los llamados telefónicos a industrias, comercios e inclusive aeropuertos estuvieron a la orden del día este verano. Pero digamos que la cuestión no había adquirido todavía las características de hoy en día.

Los faltantes de lácteos son una realidad que desde el sector y desde el gobierno pretende atribuirse exclusivamente a las inundaciones en Santa Fe. Pero, ¿hasta dónde no se ha afectado la inversión en el sector con los controles de precios, el incremento de las retenciones de exportación o inclusive la prohibición lisa y llana? Cuesta creer en un efecto nulo de semejantes medidas.

La política del dólar caro sigue su curso y las consecuencias negativas no pueden ya ocultarse. La recuperación ha sido muy buena mientras la infraestructura surgida de las enormes inversiones hechas en la década pasada y la utilización de la capacidad ociosa de esos años soportó el embate. Pero una vez alcanzado el tope de 1998, comenzaron los problemas. O mejor dicho se agravaron y se agravan más día a día.

Si la escasez de energía o de lácteos tiene que ver, como creemos, con los controles de precios y con la inseguridad jurídica, sólo cabe esperar que los problemas no sólo continúen, sino que se amplíen a otros rubros. Cualquier ama de casa sabe que en los supermercados faltan marcas de no pocos productos. Y cortes cárnicos también. ¿Esto es un problema coyuntural o ha llegado para quedarse?. Nuestra opinión es conocida.

El intervencionismo puede tener un efecto virtuoso en un determinado momento, pero sin duda es negativo. Cualquier intervención pretende derivar inversiones a sectores donde naturalmente no se derivarían, o a bajar márgenes de utilidad que el mercado podría haber absorbido. El dólar caro favorece la producción nacional, pero de menor calidad y a precios superiores por la falta de competencia externa. Las retenciones a las exportaciones indican que es el Estado quien se queda con la diferencia del tipo de cambio alto. Así de sencillo.

Por eso es que mientras el país continúa su crecimiento de la mano de una favorable coyuntura externa, las inversiones no llegan pese a todas las promociones y afirmaciones de los funcionarios. La infraestructura se mantiene mientras puede con problemas crecientes. La escasez afecta a los rubros más críticos primero y sigue luego con los demás. No estamos diciendo nada que el hombre común con algunos años encima no haya vivido ya.

Las otrora llamadas “tarifas políticas” mantienen contenta a la gente pero las empresas prestadoras de servicios no invierten lo suficiente. A su vez, tales tarifas exacerban el aumento del consumo de tales servicios, por más invocaciones que haya para que Sueyro apague la luz.

Según los datos oficiales el empleo informal alcanza el 41,6% de la población activa. No queremos lastimar a nadie pero en el empleo registrado con seguridad se incluye a quienes son monotributistas, siendo que éstos en muchos casos son personal contratado por el propio Estado. Es decir que la cifra conocida podría ser bastante mayor si se considerara, como es debido, que aquellos que trabajan en relación de dependencia pero figuran como independientes también son informales. Y no solamente en el Estado, hay que agregar.

Estas cifras muestran que algo no está en equilibrio, obviamente. La gran recuperación apuntada está evidentemente afectada por serios desequilibrios surgidos de controles estatales. Muchas empresas de servicios no pueden abonar mejores sueldos a sus empleados porque, simplemente, los tomadores de tales servicios no están en condiciones de abonar las tarifas que se les exigen. Y ello debido a que no pueden aumentar los precios de sus productos debido a los controles.

En materia de telefonía celular, el crecimiento es inaudito: casi un 42% en un año. ¿Por qué semejante cifra?. Porque es un sector desregulado. En él no hay tarifas fijadas por el Estado, ni controles de precios sobre los aparatos. El ritmo es vertiginoso.

Pero obsérvese que todavía hoy estamos volando con control manual pese al tiempo transcurrido. No sabemos por cuánto tiempo careceremos del imprescindible rompehielos Irízar, que es único. Tenemos problemas con el transporte que está decididamente colapsado. Nadie parece dispuesto a invertir en la materia, pero sí lo hace en otras cuestiones como la telefonía móvil.

Es probable que como siempre termine recurriéndose a prohibiciones de circulación de vehículos, tarifas diferenciales durante determinadas horas, cargas tributarias adicionales para quienes viajen solos en sus vehículos, etc. Lo mismo que se ha intentado con el sistema de premios y castigos en el consumo eléctrico hogareño, por ejemplo.

El aumento de la demanda puede satisfacerse o prohibirse. Si se lo prohíbe estamos en problemas, ya que se limita el ritmo de crecimiento. Y para satisfacerlo hay que invertir, para lo cual, obviamente, hay que establecer reglas de juego claras y dejar funcionar a la oferta y la demanda, como en la telefonía celular.

Otro punto que hay que atender es el del gasto público, cuyo incremento notable supera todas las previsiones. En las provincias está creciendo la presión fiscal de un modo agobiante para atender, precisamente, a tal incremento del gasto. Las tasas municipales son una importante presa sobre la que avanzan los municipios. Nadie parece interesado en poner en orden las cuentas y hacer ahorros. Más bien la cosa pasa por inventar fuentes de recursos a costa de la actividad productiva, con el consiguiente daño y el aumento de la dependencia de los particulares que deben conchabarse en cargos públicos como consecuencia inevitable. Sabemos que estos temas no son sencillos y que no se pueden resolver de un día para otro. Por algo somos argentinos y creemos conocer el paño. Pero si por lo menos la tendencia fuera al orden y a la simetría en materia de eficiencia, estaríamos ubicados en el camino correcto, como país ante el mundo, y como sociedad ante nosotros mismos. No es así, sin embargo. Y no lo es prácticamente en ninguna jurisdicción. El mal es, pues, endémico.

Y terminaremos con una breve referencia al default, ahora que se ha puesto nuevamente de moda el tema. Señores: la Argentina resolvió en buena medida el problema de la deuda externa, con una quita que afectó al bolsillo de muchísimos conciudadanos, comenzando por los futuros jubilados. Pero no hemos salido técnicamente del default, ya que casi el 25% de los acreedores no entró en el acuerdo.

Y justamente esa importante masa de acreencias, que supera hoy por hoy los 30.000 millones de dólares si se reconocieran los intereses caídos, presiona sobre los activos argentinos en el mundo, impide que se hagan colocaciones de bonos bajo normas de países del primer mundo, y dificulta la colocación de las propias reservas del Banco Central a tasas superiores. No está en la mira de nuestros gobernantes comenzar a resolver esta cuestión, al menos hasta donde sabemos. Esto es muy grave, porque el “pelito al campo” no es una buena forma de atraer inversores, y eso nos afecta

enormemente.

Buenos Aires, 17 de junio de 2007

HÉCTOR BLAS TRILLO

ESTUDIO HÉCTOR BLAS TRILLO

Economía y tributación

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