Si bien todos los años encaramos las expectativas e intentamos pronosticar lo que sobrevendrá en materia especialmente económica, en esta oportunidad hemos preferido hacer un recuento breve, conciso y también lo más contundente posible de lo ocurrido. En la esperanza de que por sí mismo, el recuento sirva para que cada uno se haga la composición de lugar acerca de lo que puede venir durante el año que se inicia.
Empecemos por señalar que el llamado “modelo de crecimiento con inclusión social” ha sido una suerte de solución mágica basada, innegablemente, en el fabuloso incremento de los precios de las commodities en el mercado internacional. Fueron los exorbitantes precios de exportación de nuestros productos primarios los que brindaron el colchón distribucionista, que no crea riqueza sino que la gasta. En efecto, el mayor consumo de los años iniciales del modelo no estuvo basado en una mayor productividad de quienes consumen o de quienes invierten, sino en una inmensa distribución de utilidades producidas por las retenciones sobre las exportaciones a una ingente masa de consumidores que jamás tuvo en sus planes reinvertir un solo peso.
El gasto público ha sido llevado a niveles absolutamente descomunales, la exacerbación de la presión tributaria se ha visto exacerbada por la emisión espuria de moneda para obtener recursos vía la inflación, el reconocido impuesto más injusto de todos.
Los gobernantes recurrieron entonces a todo tipo de acusaciones a comerciantes y productores, a acuerdos y controles de precios de nula eficacia, expuestos en planes con denominaciones que terminan enfrentando a la sociedad entera, como el recordado “mirar para cuidar”, donde unos (los buenos) deberían encargarse de controlar a los otros (los malos) en un ejercicio maniqueo y francamente pueril.
Los controles de precios provocan faltantes de productos, mercados negros y modificaciones en los envases o segundas marcas, entre otras cosas, todo lo cual es presentado como una “avivada” de comerciantes y productores, todo ello sin considerar siquiera por un momento si la política monetaria seguida por el gobierno, que es la otra pata de la sota, se corresponde con la subsistencia de precios estables. Es que los precios lo son en una moneda que emite de manera desmadrada el Banco Central, dato que no es menor al pretender que mantenga su valor para posibilitar los precios constantes.
La inflación, negada hasta el surrealismo, terminó afectando el tipo de cambio, que es un precio más. Ello provocó el encarecimiento en dólares del país, lo cual dificultó las exportaciones, incentivó las importaciones, dando lugar al cepo cambiario y a la increíble prohibición de girar dividendos.
Ante el incremento de la inflación, la gente que cuenta con pesos y que no tiene acceso al dólar porque el gobierno mediante el cepo le niega la venta, termina refugiándose en activos físicos, entre los cuales se cuenta la compra de dólares en el mercado paralelo. Porque la realidad es que el cepo cambiario si algo pretende es que la gente se quede en pesos y soporte así el impuesto inflacionario que el Estado crea con la emisión de billetes sin control alguno. El aumento del tipo de cambio paralelo incentiva la subfacturación de importaciones y la sobrefacturación de exportaciones, deteriorando aun más la balanza comercial.
El sostenimiento de tarifas congeladas en materia energética provocó la verdadera crisis que estamos padeciendo, tanto en combustibles liquidos (que suben de precio casi dos veces por mes), gas y petróleo en general, con el consabido efecto sobre la electricidad. En todos estos años se consumieron prácticamente todas las inmensas inversiones de capital llevadas a cabo en la odiada década del 90. A las apuradas, y sin planificación alguna, están importándose combustibles de diversos países para intentar paliar la crisis, pagando por ello precios bastante superiores a los del mercado internacional.
La modificación de la Carta Orgánica del Banco Central le quitó autonomía a la entidad y hoy es utilizado para aportar los dólares necesarios para afrontar los pagos de deuda externa, dado que el superávit ficticio logrado en tiempos del dólar artificialmente alto fueron gastados en subsidios y en erogaciones corrientes. El Banco Central cede al Tesoro Nacional divisas para los pagos, y el Tesoro entrega letras intransferibles a 10 años que luego el primero contabiliza en su activo. De esta manera, el eufemístico “desendeudamiento”· es una falacia descomunal que se repite a lo largo de todos estos años como si tal cosa.
Las tarifas del transporte se han mantenido artificialmente bajas y los subsidios otorgados fueron, según la propia información de la Auditoría General de la Nación, verdaderas bolsas de gatos. De tal modo, el sistema de transporte está literalmente destruido y sin posibilidades de repararse excepto mediante compras a las apuradas y sin licitación alguna de cosas tales como vagones, rieles, señales, frenos, etc. para el caso del ferrocarril especialmente.
El atraso del tipo de cambio oficial ha dado lugar a un verdadero galimatías que consiste en gravar con el 35% del impuesto a las ganancias (como pago a cuenta), no solamente los gastos en moneda extranjera, sino también LAS EXTRACCIONES de esa moneda en los cajeros automáticos y luego de las “autorizaciones “ afipianas. Debemos ser el único país del mundo en el que se paga impuesto a las ganancias por haber retirado dinero de un banco o de una casa de cambios. Hasta tal punto llega el absurdo. O sobre el gasto, siendo que el impuesto a las ganancias grava LOS INGRESOS.
En estos momentos el gobierno está obligando a los exportadores que adelantes los ingresos en dólares que llegarían en realidad en mayo próximo. Esto a cambio de un bono en pesos ajustado por el tipo de cambio oficial más una buena tasa de interés. El tema es qué ocurrirá en mayo, cuando ya las divisas hayan entrado como resultado de esta nueva “promo”.
Cada día se violan más los derechos personales, cada día más se restringe la libertad de disponer de lo que es propio, cada día más se ponen trabas para viajar, cada día crece la maraña de controles, y los anuncios de nuevas medidas se corrigen en cuestión de horas según los funcionarios que tomen el micrófono.
La improvisación, el desconcierto, el eterno parche intentando atacar de manera descontrolada, apresurada y sin una visión global, nos pone en el ojo del huracán. Sin duda alguna. Estamos empachados de parches, pero estos siguen como si tal cosa, y nadie parece dispuesto a tirarnos el cuerito, como hacían nuestras abuelas.
HÉCTOR BLAS TRILLO Buenos Aires, 9 de enero de 2014
www.hectortrillo.com.ar
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