Es interesante señalar que según los datos que se conocen se ha producido en el trimestre inicial de este año un incremento de las exportaciones en cantidades, con descensos en los precios. En efecto, las exportaciones en el lapso señalado subieron un 13% con relación al mismo período de 2004, y la descomposición de este porcentaje indica que en cantidades la suba fue del 18%, mientras los precios bajaban algo así como un 4% promedio. Estos datos fueron publicados por el diario La Nación del sábado 28 de mayo. Se trata de cifras oficiales y sería interesante que se expusiera la metodología de cálculo, especialmente de las cantidades, ya que obviamente requiere un complejo trabajo de homogeinización en cuanto a las unidades. También se informó que la cantidad de firmas exportadoras pasó de 11.300 entre 2001 y 2004, a 14.000, con una participación creciente de empresas pequeñas y medianas.
Es evidente que el crecimiento en divisas de las exportaciones fue posibilitado por la gran devaluación de comienzos de 2002, aparte de la notable suba de precios internacional de algunos productos primarios, tales como la soja y el petróleo. A ello se agrega la pérdida de valor del dólar con relación a otras monedas, como el euro.
Sin duda la devaluación, que alcanza hoy el orden del 200% fue un incentivo de gran importancia dado que los costos de producción ni de lejos alcanzaron semejante porcentaje, al tiempo que el mercado interno se vio a su vez favorecido por la falta de competencia externa debido a los altísimos precios de los productos importados.
En nuestra opinión, allí donde hay un mercado siempre aparecen interesados en cubrirlo, y lógicamente la favorable situación del comercio exterior como consecuencia de lo señalado ha sido un incentivo de importancia liminar. A tal punto lo fue, y lo sigue siendo, que hizo factible la imposición de retenciones que oscilan, mayoritariamente, entre el 23,5 y el 45% de los montos brutos exportados.
Así las cosas, mientras el mercado local era abastecido partiendo de la capacidad ociosa instalada a fines de 2001 a precios crecientes en niveles del 50% o del 100% respecto de los vigentes en tiempos de la convertibilidad (algunos rubros prácticamente no se modificaron, tales como las tarifas de servicios, los peajes y otros), la salida al exterior posibilitó un crecimiento sostenido en la producción, las ventas y las utilidades de las empresas abocadas a la exportación.
Pero debemos recalcar que los efectos logrados, tal como surge entendemos del mismo comentario que estamos realizando, están basados en dos pilares: el sostenimiento del tipo de cambio elevado de manera artificial, y la cotización internacional del dólar y de los productos que estamos en condiciones de exportar, como la soja. Es decir, que no se trata de una mejora relativa en las calidades o en la productividad local que nos permitirá ser competitivos hacia el futuro en un marco de equilibrio.
El sostenimiento del tipo de cambio, tal como reiteramos con insistencia, implica medidas monetarias de explansión que se traducen en inflación y déficit cuasifiscal, del mismo modo que el mantenimiento de tarifas irreales provoca desinversión en áreas fundamentales, como las de la exploración y explotación petrolera y gasífera.
La Argentina está importando gas oil y fuel oil en crecientes cantidades, y también como se sabe importa todo el gas que puede de Bolivia. Estas importaciones resultan imprescindibles para mantener un nivel de producción acorde con el crecimiento del orden del 8% que venimos manteniendo aún con la tendencia a la baja.
A todo esto se suma la necesidad de generar un marco de seguridad jurídica a muy largo plazo, que más allá de la línea que siga, debe fijarse de manera definitiva.
Porque el marco natural es el de un país donde llegan las inversiones, mejoran las tecnologías, crece la productividad (es decir mejora la eficiencia) y se sostiene un estado de derecho sólido y duradero. Las mejoras tecnológicas se retrasan cuando el tipo de cambio encarece su importación. Del mismo modo que la sustitución de importaciones consecuencia de los altos precios de importación, genera una producción local de escasa calidad comparada.
Hay que tener en cuenta que el reclamo de un dólar “competitivo” es, en realidad, la corroboración de que si el tipo de cambio no es incrementado artificialmente, el país no es competitivo. Esto, que parece Perogrullo, es necesario recalcarlo. Porque esquemas similares han sido mantenidos durante los últimos 60 años, salvo escasos períodos.
Es sabido, por ejemplo, que en materia de empaquetado de productos, las empresas se han resignado a una calidad intermedia que los haga exportables a América Latina o al Mercosur. Es decir que pese a que estamos en condiciones de producir a precios en principio de competencia con el Primer Mundo, pese al flete, no parece haber un incentivo suficiente. El problema, sin embargo, está a nuestro entender en la posibilidad de mejorar el empaquetado, para lo cual se requiere a su vez alta tecnología que debe ser importada.
El superávit comercial del comercio exterior, en el lapso que comentamos, fue de 2.300 millones de dólares, una cifra más que interesante. Pero insistimos en que hay que tener en cuenta que las limitaciones que imponen los precios a los productos importados son importantes. No es que no se importa más porque no se necesita, sino porque no hay mercado que pueda pagarlo.
La necesidad de replantear la administración del Estado, tanto nacional como provincial y municipal para hacerla realmente eficiente, con controles externos adecuados, en un marco de austeridad y con específicas atribuciones, es un aspecto que prácticamente no existe en el discurso del gobierno actual. Igualmente, el sistema tributario sostenido en las retenciones a las exportaciones, por ejemplo, constituye un verdadero baldón a la hora de solicitar nuestro país que los países centrales no protejan sus productos agropecuarios mediante subsidios. Pero además de ello, se trata de una quita notable a los sectores que terminan siendo rentables por imperio de la política monetaria en buena medida. Es decir, una transferencia de ingresos lisa y llana, entre otras cosas posibilitada por los bajos costos en dólares, y por los bajos sueldos.
El bajo nivel de vida del habitante medio de nuestro país, está vinculado directamente con la baja productividad, y ésta se incrementa con tecnología, con inversiones, con maximización de la asignación de los recursos, y con seguridad jurídica. Piénsese que el PBI per cápita en la Argentina está en el orden de los 4.000 dólares anuales contra 25 o 30.000 de los países industrializados.
Ahora bien, es un dato alentador que las exportaciones crezcan, que haya superávit, que surjan nuevos emprendimientos a la luz del nuevo mercado que se gesta. Pero siempre es importante tener en cuenta que los mercados surgidos de medidas partidas de artilugios monetarios, como el sostenimiento del cambio alto, tienen una duración muy limitada. Y eso es obvio. Rápidamente las presiones sobre los precios, el aumento del endeudamiento público (que se produce hoy vía Lebacs o Boden) y su consecuencia: el déficit cuasifiscal, termina destruyendo las mejores intenciones.
Cuando vemos todavía hoy en el conurbano enormes galpones y fábricas abandonadas, sabemos que en general se piensa en la política económica seguida por Cavallo, por ejemplo. Y por lo general los argumentos que se leen, y que especialmente son esgrimidos por algunas cámaras empresarias, indican que hubo una apertura indiscriminada de las importaciones. Este razonamiento es incorrecto, o más bien incompleto. Lo que hubo fue una apertura indiscriminada de importaciones con el tipo de cambio fijo. Eso es lo que hizo que pudieran demandarse infinitos dólares necesarios para la importación que siempre iban a poder adquirirse al mismo precio: un peso. Por ello, en la medida que el tipo de cambio se retrasó por imperio de la fijación llamada convertibilidad, la importación masiva terminó hundiendo las industrias medias. Pero hay que tener presente que muchas de tales industrias se gestaron al amparo de regímenes de protección y cierres de fronteras que posibilitaban el encarecimiento de sus productos y bajaban la calidad para el mercado local. Algo de eso está pasando ahora nuevamente. Hay más industrias, hay más producción, pero baja la calidad y volvemos a las reparaciones y arreglos de máquinas y elementos que poco a poco se vuelven obsoletos y son la corroboración del retraso tecnológico.
Buenos Aires, 28 de mayo de 2005
Dr. Héctor Blas Trillo
Asesor y consultor de empresas
(011) 4328-3382
estudio@hectortrillo.com.ar
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