La evolución de la economía de Europa ante la baja en el precio de los commodities
En estos días se han producido algunas novedades a nivel internacional que juzgamos de gran trascendencia para el acontecer la economía mundial tanto en el corto como en el largo plazo. Como lo que habitualmente hacemos es referirnos a la repercusión que puedan tener entre nosotros los sucesos internacionales, no profundizaremos en el análisis de la cuestión europea tras las dos derrotas consecutivas, en Francia y en Holanda, de la propuesta de una constitución para toda la comunidad de naciones del Viejo Mundo. Pero nos parece importante hacer una mención más o menos amplia dado que el efecto sobre modelos transplantados a América Latina, como el Mercosur por ejemplo, se enmarcan en un esquema bastante similar en cuanto a las previsiones futuras.
Es sabido que la Unión Europea está chocando con innúmeros problemas provenientes de décadas de proteccionismo y de la prolongación /sine die/ de subsidios y seguridades del llamado “Estado benefactor” sin que se analicen debidamente los resultados sobre los sectores promovidos o protegidos, por ejemplo.
Europa toda está sufriendo una falta de competitividad notable con relación a no pocos países de Asia, Oceanía e incluso de América del Norte. Ello es debido a varios factores, entre los cuales los costos del sostenimiento de beneficios y subsidios adquiere características importantísimas. Piénsese por ejemplo, que la Comunidad hace más de 50 años que protege al agro, lo cual excede todo marco de razonabilidad, más allá de la opinión que cada sector pueda tener respecto del proteccionismo económico. Es decir, puede parecer lógico establecer protecciones por un tiempo con una finalidad determinada, pero cuando tales protecciones se vuelven indefinidas, en términos meramente económicos cabe pensar si no sería mejor estudiar una “reconversión”, como se le llama hoy al cambio de objetivo económico en tal o cual área.
A esto se suman las restricciones inmigratorias y el control de la natalidad que van llevando al Viejo Continente a tener una población de gente mayor, jubilada, subsidiada, protegida, contenida y todo lo demás, que está perfecto pero que hay que pagarlo.
La llegada del euro a Europa ha provocado una suerte de corsé para los mecanismos devaluatorios nacionales que en casos como el de Italia permitían cada 3 o 4 años restaurar la competitividad, como acaba de ocurrir en la Argentina con la devaluación de comienzos de 2002. Es decir, cuando el gasto excesivo en el sostenimiento de políticas proteccionistas se hacía intolerable, una devaluación devolvía las cosas a un estadio anterior. Esta modalidad, que siempre calificamos como artilugio monetario, permitía sostener la fantasía de que se podía pagar hasta lo impagable. Italia en particular ha sabido imponer controles de precios y demás, como nosotros, pero sin llegar al grado de desastre al que se llegó aquí en otras épocas. Tales controles pretendían evitar las consecuencias de las devaluaciones, como pasa aquí hoy en día, precisamente.
Lo cierto es que el euro, como moneda común, no contempla estas expresiones locales, y por ende actúa de manera similar a lo que fue la llamada convertibilidad entre nosotros. A medida que se sobrevalúa, deja fuera de competencia definitivamente a la industria y el comercio locales. Europa tiene un enorme reaseguro en el ingreso de turismo. Es un plus que da miles de millones de euros por año a los viejos países que la conforman. Este dato no suele ser tenido en cuenta por los países americanos que pretenden tomar la experiencia comunitaria para trasladarla a estas playas.
Precisamente la sobrevaluación del euro, en parte producto de la caída del dólar como consecuencia del enorme déficit norteamericano de los últimos años, ha contribuido al descontento de verse compelidos varios países a revisar sus números. Por ejemplo, Alemania ha establecido modificaciones en los sistemas de subsidios por desempleo, tomándolos a cuenta de la futura jubilación de las personas involucradas. Francia y otros países han comenzado a “tercerizar” la producción de bienes de grandes marcas, el llamado /outsourcing/ va imponiéndose poco a poco en la vieja Europa protegida, para bajar los costos laborales que se tornan imposibles de sostener. Esto hace años que ocurre en Asia, como todos podemos comprobar observando etiquetas de prendas o electrónicos donde se indica el lugar de fabricación de grandes marcas japonesas, por ejemplo.
La derrota del “sí” en Holanda tiene además ribetes de catástrofe, porque nadie esperaba una cifra de rechazo como la que finalmente se obtuvo: el 61,7% dijo “no”.
Bien, las perspectivas para estos países terminan siendo las de tratar de sostener hasta lo imposible el proteccionismo del “eatado benefactor”, subsidios al agro incluidos. Esto es visto como un perjuicio para nuestro país, dado que obviamente somos productores de bienes primarios a gran escala. Sin embargo, consideramos que Europa puede marchar rápidamente a una seria crisis económica con un atraso tecnológico que ya se hace evidente, por lo demás. Piénsese que los adelantos en tecnología de los últimos 50 años, desde la computación a Internet, desde los satélites de comunicaciones a la telefonía celular, tienen origen estadounidense o japonés, esencialmente. Europa debe buscar formas de competencia, lo cual no es sencillo porque implica recortar beneficios adquiridos y sostenidos casi como un axioma.
La caída del euro en estos días, que ha bajado a 1,23 dólares por unidad y sigue la misma tendencia, es la manera monetaria de tratar de volver a competir allí donde los mercados se retraen.
Observando la situación local, en principio estas cuestiones no producen un efecto en el mediano plazo. La Argentina hace años que tiene problemas para exportar a Europa productos primarios, y no solamente por proteccionismos del tipo subsidios y topes, sino también por imposición de sanciones colaterales, como la búsqueda de objeciones sanitarias y cosas así. Pero es importante tener muy en cuenta el final de estas experiencias colectivas, que si bien todavía no ha llegado, está cada vez más próximo.
Cabe recordar que el Mercado Común no nació esencialmente para protegerse, sino para competir, que obviamente no es la misma cosa. En efecto, aquellas medidas iniciales de Francia y Alemania de los años 50 apuntaban al establecimiento de la llamada Escuela Austríaca en materia económica, siguiendo la línea de Jaques Rueff y de Federico Von Hayek. Es decir la llamada “economía social de mercado” basada en la “teoría relativa del valor”. Esto es: una liberalidad acotada por razones de Estado pero creciente y punzante. Capaz de avanzar por encima de proteccionismos e intervenciones indefinidas.
Esto no fue así, naturalmente. Porque poco a poco, la propensión a brindar seguridades a cualquier costo y sin límites terminó en el punto en que hoy estamos: falta de competitividad, tercerización, desocupación creciente, sociedad con mucha gente mayor jubilada, poca gente joven y demás. Y precisamente el voto negativo a la constitución europea pretende afianzar las fronteras locales para sostener así lo que a estas alturas parece insostenible.
© Héctor Trillo