El paro del sector agropecuario termina este fin de semana en medio de acusaciones y “sacadas de pelota”. Desde los más variopintos grupos de ideólogos hasta la dirigencia del campo, las acusaciones resultan llamativamente absurdas.
Empezamos estas líneas con una reseña de los avisos publicados por el gobierno en todos los medios:
EL PAÍS AVANZA, LOS DIRIGENTES DEL CAMPO PARAN
¿NO SERÁ QUE QUIEREN AUMENTAR EL PRECIO DEL PAN, LA HARINA Y LA CARNE?
EN LOS ÚLTIMOS TRES AÑOS SUS INGRESOS FUERON 33.000 MILLONES DE PESOS MÁS QUE EN LOS 90 Y SUS TIERRAS VALEN UN 200% MÁS EN DÓLARES.
TUVIERON RÉCORD DE COSECHAS, RÉCORD DE INGRESOS Y RÉCORD DE EXPORTACIONES.
La parafernalia nos cuesta a todos los habitantes de esta tierra unos cuantos pesos. Nos cuesta el paro, nos cuesta la inflación que el gobierno produce y quiere negar, nos cuestan los avisos de propaganda que citamos. Y no parece que se tome debida nota de todo ello.
El gobierno mantiene ese discurso clasista y voluntarista que caracteriza a quienes suponen que la vida de millones y millones de personas se maneja desde oficinas que “vigilan los precios”. Ya nos ocupamos del tema con bastante intensidad en nuestro comentario anterior. La idea de que ganan mucho y no se conforman, se repite una y otra vez, como el hecho de que si se conformaran podría modificar de cuajo la realidad de que los precios suben y seguirán subiendo. Es el voluntarismo de la mentalidad intervencionista. La dirigencia agropecuaria debería convencer a miles de productores de vender más barato sus productos, aún si pudieran venderlos más caro, y si paran, es porque el gobierno no se los deja vender más caro. El galimatías recurrente no incluye en sus cuentas la pérdida de valor de la moneda, que haría modificar la denominación del “aumento” y lo convertiría en “ajuste”.
La idea de que los “grupos económicos” y las “grandes corporaciones” hacen lo que quieren también subyace en todo esto. En otras palabras, estamos nuevamente como en los años 50 o en los 80. La culpa de lo que nos pasa está en unos cuantos vivos que hacen lo que quieren y pretenden presionar al gobierno para que no se entrometa en sus demoníacos designios e intereses. Y cuando la fiesta se acabe, seguramente volveremos a oír aquello del golpe de mercado. Insólita frase acuñada a fines de los 80 cuando la hiperinflación era considerada por algunos comunicadores como una enfermedad ajena a la voluntad de los funcionarios.
La solicitada de la Sociedad Rural, aparecida el viernes 8 en los diarios capitalinos hace referencia al ataque publicitario del gobierno e incluso aclara errores técnicos de la ministra de economía respecto de la colaboración del campo en los ingresos nacionales.
El discurso ruralista es esencialmente realista y señala que la manipulación de los mercados y el cambio constante de reglas son, esencialmente, elementos negativos.
Más allá de estas opiniones, es claro y lo hemos señalado en varias oportunidades, que una cosa es hacer política económica y otra es esta suerte de sube y baja cotidiano, que modifica derechos de exportación, kilaje para faena, precios de referencia para aplicar retenciones, etc.
Pero debemos decir también que desde sectores del campo se busca poner la responsabilidad en la cadena de comercialización de los productos y en la operatoria informal, lo cual constituye un error de proporciones.
Varias veces hemos escuchado a dirigentes del campo señalar que la baja del precio de la hacienda (consecuencia de la inconcebible medida de prohibición de exportaciones adoptada el 8 de marzo) no se tradujo en bajas similares en los precios de la carne porque el sector frigorífico se quedó con la diferencia. En esta afirmación, en muchos casos explícitamente, se incluye una cuota de ataque a la viveza de la industria para aprovecharse de la situación.
Y en esta semana que concluyó, varias veces hemos oído y leído que el problema de la carne está en la intermediación porque además nadie la investiga. Esto último como indicativo de que la operatoria incluye un alto grado de informalidad.
No es posible que se digan estas cosas excepto en un marco de pretender poner culpas en el otro para intentar corporativamente arrimar agua al molino propio.
El error es grave. La informalidad en la Argentina abarca a casi el 50% de la actividad económica y no es un problema exclusivo de tal o cual industria. Ni muchísimo menos.
La baja de precios se produce por exceso de oferta, como ocurrió con la hacienda en pie luego del disparate oficial de prohibir exportaciones. Pero no hubo exceso de oferta de carne, sino de ganado en pie. El mercado de consumo absorbió el precio del producto sin mayores problemas, y por lo tanto una baja del precio debería haberse gestado artificialmente y hubiera provocado un incremento de la demanda que llevaría a la suba del precio.
Las cosas, tal como se han planteado por parte de varios dirigentes del sector agropecuario llevan la situación a un verdadero clímax del absurdo: que si se controlara a frigoríficos y carniceros se acabaría el problema del precio alto de la carne. Esto no sólo no es correcto sino que dado que no son pocos los funcionarios que sin entender tienen poder suficiente como para hacer disparates, podría dar lugar a nuevas medidas equivocadas y errores infantiles como los cometidos.
El problema inflacionario argentino no está ni en la ganancia, ni en la venta informal, ni en la intermediación, ni en la cadena de comercialización, ni en la ineficiencia. El problema inflacionario es un problema monetario y es el gobierno nacional el encargado de fijar la política monetaria.
Ningún precio de ningún producto puede sostenerse más barato que el internacional por mucho tiempo, porque es obvio que ello inclinará naturalmente a los productores hacia la exportación. Y la prohibición de exportar inclinará a los productores a no producir esos bienes y a producir otros. El mismo efecto provocan los controles de precios y los cambios de reglas de juego. Y todo ello significa subas de precio relativas, es decir de los bienes involucrados, incluso más allá de la tasa de inflación.
Y ningún discurso acusatorio oficial puede cambiar esta realidad.
Por lo tanto, la discusión resulta bizantina. O para decirlo de otro modo, estéril.
También se repite a cada rato que el paro es político e ideológico.
En nuestra opinión, los paros (o las huelgas) siempre tienen un componente político. Decirlo no es decir nada nuevo, ni es nada malo que así sea. Pero cuando el gobierno dice que el paro es, en verdad, ideológico, cae en un nuevo error. Las agrupaciones que adhirieron al paro conforman sectores ideológicos absolutamente diferentes. Y de hecho, la Sociedad Rural siendo la más enfrentada en ese plano con el gobierno, se sumó a la medida a último momento sin haberla propiciado en absoluto. Es decir que no estaba de acuerdo pese a su disenso con la política oficial.
En fin. Que aún en el enfoque meramente político el discurso es equivocado por donde se lo mire.
Y finalmente, los precios no dependen de decisiones sectoriales, sino de la oferta y la demanda, aún en los más acérrimos regímenes que se oponen a ello en el mundo entero. De manera que pretender que tales o cuales sectores garanticen precios, o los quieran hacer subir, o bajar porque las empresas ya ganan bastante, o lo que fuere, es un absurdo. Si un precio es más bajo que lo que el mercado pagaría, el bien se agota. Si es más caro, el bien baja de precio.
Obsérvese si no, dónde están los actuales problemas: los combustibles líquidos, la electricidad, el gas, los transportes de personas, los productos de la llamada canasta básica. Allí donde hay precios controlados o congelados, aparece el problema inexorablemente.
Buenos Aires, 10 de diciembre de 2006 HÉCTOR BLAS TRILLO
ESTUDIO
HÉCTOR BLAS TRILLO
Economía y tributación
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