Reflexiones sobre el superábit fiscal

El gasto público de la Confederación Argentina, según su Constitución, se compone de todo lo que cuesta el constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad J.B.Alberdi


Oíamos en una radio capitalina un reportaje al ex Jefe de Gabinete Alberto Fernández en el cual el periodista formulaba básicamente preguntas de tipo político, vinculadas a las alianzas que están supuestamente en gestación con miras a las próximas elecciones legislativas de este año. Hasta aquí, nada digno de destacar, como no sea que los acuerdistas de otrora hoy cercanos al gobierno, no son acuerdistas, y los acuerdistas de otrora que hoy están en la oposición, siguen siendo acuerdistas.

Sin embargo, en un pasaje del diálogo, el Dr. Fernández hizo una extraña comparación que motivó que nuestras orejas se pararan, literalmente. Dijo algo así como que si alguien le pregunta al Dr. Néstor Kirchner o al Ing. Mauricio Macri respecto de la conveniencia de mantener superávit fiscal, ambos responderán que sí. Pero mientras el primero ha destinado el dinero proveniente de dicho superávit a atender necesidades de la población, el segundo lo hubiera destinado a pagar el total de la deuda externa porque con toda seguridad éste no habría negociado una quita del 75% como sí lo hizo el Dr. Kirchner.

La mezcla conceptual que produjo el ex ministro en tan pocas palabras es enorme. No es nuestra intención en este caso ni siquiera acusar a Kirchner, ni mucho menos defender a Macri. Simplemente estos dos políticos fueron puestos como ejemplo de lo que representa el progresismo versus la derecha política. Es decir, la biblia y el calefón, si nos atenemos a los parámetros de la intolerancia argentina que tan bien ha reflejado Fernández en esta grosera comparación.


En otras oportunidades hemos señalado que en la Argentina el superávit fiscal no ha sido genuino, desde el momento que fue provisto por los derechos de exportación (las llamadas retenciones), que a su vez fueron posibles en virtud del sostenimiento de un tipo de cambio elevado por encima de los precios de mercado, merced a una política monetaria basada en la emisión espuria de billetes de banco para comprar con ellos los dólares excedentes provenientes de las exportaciones de productos primarios. Exportaciones que a su vez se incrementaron como consecuencia de los muy buenos precios internacionales que posibilitaron incluso interesantes inversiones en el sector agropecuario. Esta es la causa esencial de la inflación que venimos soportando, ya que tal superávit obtenido de esa forma espuria, es luego gastado por el Estado en obras o en subsidios (cosa a la que Fernández denomina necesidades de la población ) inyectando de ese modo los excedentes de pesos emitidos y avivando el incremento de los precios.

Ahora bien, no es función del Estado manejarse con superávit. La función del Estado es la de mantener las cuentas públicas equilibradas atendiendo aquellos preceptos señalados en el Preámbulo de nuestra Constitución. Inclusive si el Presupuesto indica la existencia de superávit, o si éste a su vez excede lo presupuestado, ese dinero debe efectivamente destinarse a los fines enumerados en la cita alberdiana del comienzo de esta nota. Eso no lo dice el progresimo ni la derecha ni la izquierda , lo dice la Constitución Argentina y lo reafirma Juan Bautista Alberdi. No sabemos qué piensa Macri al respecto. Pero es sabido que ciertos excedentes superavitarios han sido manejados discrecionalmente durante años por, justamente, Alberto Fernández cuando era funcionario.

Pero, con todo, lo que nos parece muy importante y digno de comentar es el tema de la quita del 75% de la deuda externa. Fernández considera un logro del gobierno kirchnerista haberle hecho el proverbial pelito al campo a los acreedores a los que se obligó a conformarse con migajas. Y además da por sentado que Macri no haría eso, y lo hace críticamente, señalándolo con el dedo. Insistimos en que no sabemos qué piensa el ex presidente boquense al respecto y poco importa, porque con independencia de las personas, acá lo que está en juego es la moral, tanto pública como privada.


Fernández tranquilamente podría haber estado entre los que aplaudieron y vociferaron en el Congreso cuando el efímero presidente Adolfo Rodríguez Saa anunció el default. A este ex ministro le parece correcto, y además digno de mención y de comparación, el no respetar las obligaciones contraídas. Y le parece pésimo que un ocasional adversario político sostenga en hipótesis lo contrario. No podemos dejar de resaltar a su vez que el pasado de Fernández dista bastante mucho de ser progresista .

Recordamos haber señalado en muchas oportunidades que la Argentina debió respetar sus obligaciones y no imponer una quita como lo hizo. Porque la verdad es que más que negociar lo que la Argentina hizo fue imponer. Eso ha derivado en innúmeros problemas internacionales, entre los cuales está que no tengamos fuente de financiamiento y debamos entonces recurrir a Hugo Chávez o al robo a las AFJP. O al blanqueo de capitales y la moratoria impositiva y previsonal, entre otras lindezas.

El progresista Lula Da Silva no entró en default y pese a ello ha logrado revertir la situación complicadísima en la que se encontraba Brasil a comienzos de los 2000. ¿Acaso hay algún punto en común entre Lula y Macri? Habría que preguntarle a Alberto Fernández, pero cabe suponer que en tal caso habría una conjunción entre progresismo y derecha por demás llamativa.

Brasil tiene hoy acceso al crédito internacional a tasas muy convenientes, el llamado riesgo país es extremadamente bajo comparado con el nuestro y sus relaciones internacionales son evidentemente promisorias. En cambio nosotros estamos aislados del mundo con una presidenta que se sube al escenario para anunciar planes para la compra de calefones o cambios en el sistema de pago de los boletos de colectivo, (en lugar de que la Casa de Moneda resuelva el problema de la escasez de metálico, dicho sea de paso). La diferencia es tan evidente que cabe preguntarse si Fernández intentó elogiar o criticar a Kirchner.

Si la situación de nuestro país hubiera sido la de afrontar el pago de la deuda, mediante una refinanciación a largo plazo, otra sería la cuestión. El superávit fiscal, en caso de ser genuino, implica haber cumplido en el ejercicio con las obligaciones surgidas de la Constitución en forma satisfactoria y por lo tanto es efectivamente un excedente. Si esto es así, ese excedente debe ser destinado al pago de la deuda, y no a repartir subsidios y dádivas. Y si no se cumplió con las obligaciones constitucionales, entonces la administración está comportándose de manera deficiente y debe modificar eso. Por lo demás, tal superávit también se destina al pago de los vencimientos de la deuda.

No nos parece que estemos diciendo algo que no se sepa. Afrontar nuestras obligaciones en lugar de comportarnos como los proverbiales piolas para afirmar como lo hiciera Lavagna que si alguien le presta a la Argentina a tasas enormes, sabe los riesgos que corre para luego lanzar tácitamente el también proverbial corte de manga, o, si los lectores lo conceden, el alpiste.

En definitiva, lo que Fernández ha hecho es mostrarnos su estatura moral. Y lo hecho tal vez sin darse cuenta. Él considera correcto dejar de afrontar los compromisos asumidos, incorrecto asumirlos, beneficioso tener superávit ficticio sin ser buenos administradores, y algo lógico que esto sea así.

Mientras tanto, desde el Sistema Económico y Rentístico de la Confederación Argentina según su Constitución de 1853 un lúcido Juan Bautista Alberdi nos recuerda cuáles son nuestras obligaciones y cuáles las del Estado, que es único y permanece en el tiempo, cualesquiera que hubieran sido sus administradores ocasionales.

Si el gobierno de Kirchner decide hacerle caso a Rodríguez Saa y no pagar la deuda, lo que hace es comprometer a todos los argentinos. No a algunos sí y a otros no. El Estado soberano no tiene nada que ver con las ideologías o los métodos predominantes.

Quien no cumple con sus compromisos falta a su palabra y a su ley. Y quien sí los cumple, respeta los principios fundacionales y actúa conforme a derecho. El resto es pura cháchara.

La presión tributaria ha crecido en la Argentina de manera endemoniada. Los ajustes tarifarios han llegado al paroxismo dejando así de lado la consigna subsidiadora en evidente estado de agotamiento. Las cifras de ajuste por índice de precios se han ridiculizado por la impresentable manía de mentir los índices, lo cual constituye una forma de default al no pagar a los tenedores de bonos indexados lo que les corresponde. Mentiras y cortes de manga, no respeto de las obligaciones contraídas, reparto de dinero entre los amigos, y subsidios a empresas y no a consumidores forman parte del universo ético y progresista de este ex ministro. Un paradigma de la realidad que nos toca vivir a todos.

HÉCTOR BLAS TRILLO Buenos Aires, 5 de febrero de 2009

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