La Perversidad de la Inflación
La inflación es un fenómeno monetario y solamente puede ser reducida o eliminada si la expansión de moneda guarda relación con el crecimiento del producto bruto.
La preocupación del gobierno y de distintos sectores de la comunidad por la aceleración del proceso inflacionario es saludable si de alguna manera se busca una solución razonada y coherente para combatir el flagelo.
En otras épocas, conspicuos periodistas hoy encaramados en posiciones de adhesión al actual gobierno o en la antípoda, para el caso es igual, llegaron a comparar el proceso inflacionario con una epidemia de cólera. Tamaño dislate tiene que ver no solamente con el desconocimiento. No podemos imaginar determinadas mentes más o menos elaboradas suponiendo que los procesos inflacionarios son producto de una especie de virus; una calamidad o un castigo divino.
Hasta no hace demasiado tiempo, el proceso inflacionario desatado en la Argentina a partir de la estafa devaluatoria del año 2002, tuvo relación directa con el tipo de cambio alto y la emisión monetaria subsecuente. La esterilización de la moneda excedente mediante la emisión de bonos de deuda (básicamente las llamadas NOBACS y LEBACS) no dejó de ser un recurso de corto alcance. El gobierno ha llegado a suponer que el superávit primario provenía de una mejor administración cuando en realidad la única causa relevante fue el producido de los impuestos a las exportaciones (las llamadas retenciones) que pudieron aplicarse en virtud, precisamente, del tipo de cambio alto. Y también, claro está, de los precios elevados de las llamadas commodities en el mercado internacional.
De manera que si no se hubiera mantenido el tipo de cambio elevado artificialmente, probablemente un alto porcentaje de los impuestos a las exportaciones no hubiera podido aplicarse. Es decir que, excepto por los mayores precios, solamente en un cuadro de emisión monetaria espuria para comprar dólares caros fue posible recaudar recursos y considerarlos superávit. Recursos que no eran otra cosa que emisión pura.
El gobierno ha preferido reiterar una y mil veces el concepto absolutamente infantil de que la inflación se producía porque tal o cual sector aumentaba sus precios sin motivo. Tal falacia ha sido repetida hasta el cansancio también por muchos comunicadores, y no solamente aquellos que participan de la fiesta mediática de la televisión pública y sus sucedáneos.
Dicen que quienes toman como ciertas y repiten tantas veces gruesas falsedades terminan creyéndolas. Y algo por el estilo parece haber ocurrido en la Argentina.
Justamente en estas horas ha reaparecido la figura del secretario de comercio Moreno, un personaje del cual carece de sentido reiterar su triste historia, pero a todas luces clave para el gobierno de la presidenta Cristina Fernández. Moreno reivindica la creencia de que los precios son manejables desde una oficina. Y, dicen, que también recurre a métodos extorsivos hasta con un arma sobre la mesa. No nos consta pero son muchos los que repiten esto. Alguna vez tuvimos la oportunidad de escucharlo hablar en la radio a este señor, en el que fue posiblemente el único reportaje que concedió en su vida. En aquel momento lo que repetía al estilo de un bando militar era que ellos (el gobierno) no iban a permitir que los precios de tales o cuales productos se dispararan. Es decir, no daba a conocer las medidas tendientes a detener el proceso inflacionario mediante el control de los medios monetarios, sino que se limitaba a decir, cual celador de escuela, que acá no habría subas de precios porque él no iba a tolerarlas. El que sí toleró semejantes afirmaciones de carácter autoritario e inconstitucional, fue el periodista que lo entrevistaba.
Es obvio que esta clase de metodologías, aparte del tinte fascista que encierran, han demostrado ser una y mil veces una verdadera estupidez. Y es obvio que el daño que se ha producido en sectores como el energético y el cárnico es inmenso. Mientras tanto, como se sabe, se ha dañado el sistema estadístico de manera irreparable por muchos años, mediante la intervención del Instituto de Estadísticas y Censos para amañar las cifras y mostrar una realidad inexistente.
En este marco, tenemos hoy en día un rebrote inflacionario que está siendo impulsado por un expansionismo monetario originado en supuestas utilidades del Banco Central producidas por las devaluaciones. También se recurre a métodos poco claros como el recurso de destinar divisas de las reservas al pago de deuda pública por medio de la emisión de moneda. Las reservas del Banco Central provienen de la emisión de moneda para comprarlas. Si luego se recurre al traspaso de tales reservas al gobierno para que éste pague deuda y para ello se emite moneda si se trata de obligaciones en pesos, tal emisión se duplica.
Al mismo tiempo, es obvio que si el gobierno no comprara divisas mediante el recurso de la emisión, éstas caerían de precio, con lo cual quiere decir que, una vez más, el gobierno está comprando caro lo que en verdad cuesta más barato. Y para ello, reiteramos, sigue emitiendo moneda.
Las falacias sobre el proceso inflacionario resultan grotescas y poco edificantes si pensamos en depositar confianza en las autoridades que además recurren a estos métodos de la denominada contabilidad creativa.
El actual ministro de economía presenta un cuadro de abundante verborragia, y suele quedar prisionero de afirmaciones bastante poco serias si las observamos técnicamente. En verdad suele pasar el aviso, por decirlo de algún modo, como si tuviera siempre la obligación de defender las acciones del actual gobierno poniendo a todos los antecesores en la antesala del infierno. El método lo usan también los políticos, especialmente el matrimonio Kirchner. Pero el Dr. Boudou es un economista, no un político. Y más allá de que tal método siempre resulta poco creíble, lo cierto es uno espera de un funcionario técnico algo más que chicanas verbales.
Pues bien, el ministro ha hecho referencia varias veces al hecho de que determinados planes de ayuda o ajustes jubilatorios favorecen el consumo y mejoran la situación general. Ha hecho comparaciones en lo que se refiere a montos jubilatorios y ha llegado a decir que son los más altos de Latinoamérica.
Como cualquiera ha de poder notar, todos los ajustes juntos efectuados al sector pasivo y a todos los demás sectores no ha mejorado la situación de postergación de una enorme cantidad de población en la Argentina. Se calcula que cerca del 40% de los habitantes de la república están hoy por hoy debajo de la línea de pobreza.
Ocurre que la mejoría del estándar de vida no se logra mediante ajustes nominales de ingresos en una moneda que no es confiable para la población y que pierde su valor día tras día por efecto de la emisión constante. Pero hay más: la comparación con otros países es incompleta si no se toman en cuenta los precios de los bienes en tales países. Dicho de otra manera: lo que cuenta no es lo que gana en dólares un individuo sino para cuánto le alcanza ese dinero. Este dato tan simple y obvio es directamente omitido en el discurso ministerial, lo cual resulta cuando menos alarmante y lo vuelve absolutamente increíble. O no sabe, u oculta la referencia obvia a los precios. Qué será peor, nos preguntamos.
La verdad es que la suba de ingresos por efecto de la asignación de recursos que en definitiva provienen de la emisión de moneda no mejora la calidad de vida de nadie.
El gobierno nacional mantiene un entramado sistema de subsidios que provienen básicamente de los recursos fiscales obtenidos entre otras cosas mediante la emisión de moneda para comprar dólares excedentes a un precio superior al de mercado. Estos subsidios no son tomados en cuenta para analizar los precios de los bienes o servicios subsidiados. Así, si un boleto de colectivo cuesta poco más de un peso, ese es el valor que toma el INDEC para calcular el incremento promedio de los precios. Esto más allá de las anomalías y tropelías de todo tipo cometidas en ese organismo estadístico. La falacia es evidente. El precio no es el precio si no se computa todo lo que se paga para que un servicio pueda llevarse a cabo. Por lo tanto, tal cifra es una mentira. Y punto.
En horas de escribir estas líneas han aparecido comentarios periodísticos del secretario del confederación sindical única de la Argentina con personería gremial, don Hugo Moyano, que hicieron acordar aquellos dichos del Dr. Raúl Alfonsín respecto de que un poco de inflación no viene mal. La inflación es una estafa y es un impuesto. Es una estafa porque la emisión espuria de moneda desvaloriza los pesos que podamos tener en nuestros bolsillos, y es un impuesto porque es la manera de hacerse de recursos por parte de un Estado voraz sin tener que recurrir a impolíticos ajustes nominales hacia abajo.
Y, como todo el mundo sabe, las principales víctimas de este accionar francamente deshonesto, son los asalariados y los jubilados. La gente de renta fija. La gente a la que el Sr. Moyano dice defender.
El origen del problema es siempre el mismo: intentar mantener un nivel de gasto público por encima de todas las posibilidades. Hacerse de recursos para ello a como dé lugar. Todas las políticas limitantes de importaciones (salvo casos de dumping demostrados y claros), y las inconcebibles trabas a las exportaciones tienen como resultado el deterioro del mercado afectado por tales medidas y la suba de los precios y la escasez. Sin embargo se persiste en eso. Y cuando la economía anda un poco mejor, como en estas horas, se considera un triunfo de personajes funestos y patoteros o de la producción agrícola que hasta ayer nomás se defenestraba.`
Se llega así al extremo de intentar en el Congreso terminar con la payasada del INDEC, invirtiendo tiempo y esfuerzo en obtener logros políticos de cuestiones que no deberían haber aparecido siquiera. Las energías que deberían utilizar nuestros legisladores para resolver verdaderos problemas nacionales, que son innúmeros; son utilizadas para estos temas, u otros como el caso del presidente del Banco Central, el uso de las reservas, o la modificación de la ley de entidades financieras para que los bancos privados dejen de ser tales y se conviertan literalmente en cotolengos.
HÉCTOR BLAS TRILLO
Buenos Aires, 12 de agosto de 2010