El Virus Holandés y las Crisis Argentinas
Una característica de la historia económica argentina son sus marcados ciclos de expansión y recesión. La dificultad por mantener una senda de crecimiento sostenido encuentra diferentes líneas de interpretación. Para unos (los más ortodoxos) es consecuencia de una excesiva intervención del Estado que obstruye el funcionamiento de los mercados. Para otros, el problema es más complejo e incluye aspectos estructurales como la existencia de estructuras productivas desequilibradas que dificultan la consolidación de un sector industrial competitivo. En el marco de esta interpretación Argentina estaría infectada con el virus responsable de la patología económica conocida como “enfermedad holandesa”.
El descubrimiento y desarrollo de la explotación de grandes yacimientos de petróleo y gas en las costas de Holanda, con posterioridad a la crisis del petróleo de la década del 70, generó un gran ingreso de divisas que, paradójicamente, repercutió negativamente sobre la economía y el empleo de ese país. La explicación de este fenómeno se encuentra en el hecho que esa avalancha de divisas impacto sobre el tipo de cambio apreciando la moneda haciendo perder competitividad a la industria holandesa. Debido a la rapidez con que esto ocurrió, parte del sector industrial no pudo adaptarse a esa circunstancia favorable (la repentina aparición de nuevos recursos naturales) y se vieron expulsados del sistema. Las consecuencias fueron quiebras, despidos y recesión…. ¡¡Y todo a causa de un descubrimiento aparentemente positivo!!
A Noruega le toco vivir una situación similar tiempo después pero, en base a la experiencia de Holanda, pudo evitar las consecuencias negativas de un ingreso masivo de divisas creando un “fondo anticiclico” destinado a absorber el exceso de divisas ingresadas.
La experiencia argentina
La “bendición” de nuestro país, originada en su excepcional dotación de recursos, suele reproducir lo ocurrido en Holanda. La diferencia reside en que el fenómeno es consecuencia de una estructura productiva desequilibrada que periódicamente entra en crisis.
En la década del 70 el economista Marcelo Diamand llamó la atención sobre este fenómeno, señalando como principal causa del subdesarrollo nacional la dificultad de consolidar un sector industrial competitivo debido a la convivencia de estructuras productivas totalmente disímiles en eficiencia. La principal dificultad en consolidar un importante sector industrial sería una consecuencia no deseada de las ventajas de nuestro sector primario exportador. No esta de más recordar que los costos de producción del campo argentino son los más bajos del mundo, lo cual le permite exportar plenamente su producción a pesar, incluso, de los subsidios de otros grandes productores como EEUU y la UE.
¿Cómo afectan estas ventajas naturales el desarrollo de nuestro país?
De dos formas. Por un lado, por la baja absorción de empleo de nuestro sector primario exportador. La gran diferencia con la Argentina de la “edad de oro”, anterior a la Primera Guerra Mundial, es que el campo de hoy emplea poca gente y que se necesita más que nunca de la industria para brindar trabajo.
Por otro, que el fuerte ingreso de divisas generado por el campo tiende a apreciar la moneda local y restar competitividad a la industria, ya que la posibilidad de desarrollar un sector manufacturero nacional pasa por contar con un tipo de cambio “adecuado” o depreciado. Argentina tiene en su estructura el virus de la enfermedad holandesa.
La fuerte asociación entre la evolución del tipo de cambio real y los precios de los 5 principales productos agrícolas de exportación (soja, maíz, trigo, sorgo y girasol) en los últimos 30 años constituye, justamente, una clara confirmación de la presencia de este fenómeno en nuestro país.
En definitiva, Argentina carga desde sus cimientos, con lo que algunos han dado en llamar una pesada maldición. Una paradoja que cuesta comprender. El problema no esta en la bonanza natural sino en la preponderancia de un perfil exportador primario que repercute negativamente sobre la economía a través de un tipo de cambio dependiente de factores ingobernables como la demanda mundial, precios internacionales, factores climáticos mundiales e internos, resultados de cosechas, etc.
Cuando todos los vientos soplan a favor de Argentina (buenas cosechas y altos precios) el país recibe una avalancha de divisas que aprecia el peso y produce el fenómeno de lo extranjero barato y lo nacional caro, retratado en el folklore criollo a través de expresiones propias como momentos del “dólar barato”, la “plata dulce” o el “déme dos”. En esas circunstancias las empresas productoras de bienes transables, es decir, las que producen bienes que compiten con similares del exterior, tiemblan o cierran sus puertas. Por el contrario, en los años de vacas flacas o de “dólar caro” el peso se deprecia y la industria local se recupera y expande.
Al depender el tipo de cambio de las condiciones y resultados del sector primario exportador, la industria queda relegada a la función de simple espectador del comercio internacional y entonces cabe preguntarse ¿qué industria arriesgará su capital en un proceso productivo a largo plazo, cuando desconoce totalmente el tipo de cambio futuro que condiciona la viabilidad de su inversión?
De allí la necesidad de una intervención pública que evite las fuertes contracciones económicas derivadas de ciclos tan quebrados y que permita desenganchar el valor del tipo de cambio real de la coyuntura por la que atraviesa el sector primario. En otras palabras, que permita planificar con horizontes mas aplanados y menos sobresaltos.
Alternativas
La solución propuesta por Marcelo Diamand era el establecimiento de tipos de cambio diferenciales para la industria y para el campo. Una derivación moderna de esta propuesta son las retenciones a las exportaciones agropecuarias que se usan en la actualidad, que en los hechos operan a manera de tipo de cambio diferencial.
Otra idea es el establecimiento de un fondo anticiclico a la noruega. Esto fue propuesto recientemente por el ex ministro Roberto Lavagna y, sin duda, ayudaría a crear un ambiente de inversiones más estable en el largo plazo.
Una solución más drástica seria entender la producción de productos primarios como si fueran bienes públicos. Es decir, planificar tanto la producción como el abastecimiento y los precios internos de los mismos. Esta política es mucho más compleja que las anteriores e implica un gran aparato de control y planificación con herramientas tales como: precios controlados, cuotas a la exportación, subsidios al sector, etc.
Soluciones existen. Lo más importante es implementar políticas con una visión estratégica que permitan armonizar el aprovechamiento de las ventajas de nuestra dotación de recursos y, simultáneamente, promuevan el desarrollo de una industria poderosa y competitiva.
Por Sergio Peskin. Junio 2006
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