El año 2005 será recordado en Argentina por varios aspectos, algunos duraderos, otros efímeros. Algunos trascendentes y otros nimios. Pero todos marcarán la impronta de un gobierno que la promediar su mandato debe definir si el curso de acción que conlleva lo conducirá inexorablemente a repetir viejas experiencias, o si por el contrario se revisará a fondo la concepción política y de economía del país.
El año 2005 ha sido fundamental desde el punto de vista económico para la Economía Argentina por varias razones. Sin ninguna duda que la primera y fundamental fue la salida parcial del default Las negociaciones que condujeron al canje de la deuda externa culminaron con un porcentaje de aceptación del orden del 76%, lo cual implicó una quita cercana a los 70.000 millones de dólares. Al mismo tiempo quedó sin resolver el resto de la deuda pública, esto es el 24%, que significa una cifra de 24.000 millones de la misma moneda que han quedado fuera de la conversación e inclusive de las cuentas públicas. Una verdadera espada de Damocles sobre la cual prácticamente no se dice una palabra, pero que implica un riesgo enorme, en especial en lo que se refiere al movimiento del dinero de las reservas, que debe ser cuidadosamente manipulado para evitar embargos, lo cual significa entre otras cosas que debe ser colocado en lugares seguros y a tasas muy bajas (del orden del 2% anual), impidiendo así una rentabilidad adecuada dentro del llamado señoreaje (renta de la colocación de las reservas públicas).
El otro punto que sin duda ha adquirido una gran relevancia en la economía argentina fue el del retorno de la inflación. Este fenómeno, que es esencialmente monetario, ha sido una consecuencia directa del modelo expansionista neokeynesiano aplicado por el Gobierno, al que se suma el mantenimiento de un tipo de cambio alto sostenido mediante compras de divisas a precios artificialmente elevados y la llamada política de sustitución de importaciones , que consiste en reemplazar por producción nacional los productos importados cuya llegada se complica precisamente por el encarecimiento artificial del tipo de cambio que señalamos. De ello deriva el atraso tecnológico y la merma de la calidad de los bienes ante la falta de competencia internacional. Amén de una tendencia a la suba de precios precisamente impulsada por la falta de competencia.
Un tercer aspecto es el de la cancelación anticipada de la deuda con el FMI. Una medida llevada a cabo a las apuradas, en un marco decididamente alejado de la institucionalidad y con el estigma de haber sido tomada para no quedar descolocados frente a la decisión brasileña en el mismo sentido, tomada 48 hs antes. El pago anticipado de una deuda con tasas de interés excepcionalmente bajas como las que aplica el Fondo no resiste el menor análisis financiero, aunque escapa a nuestro entender la finalidad política que sin duda encierra. Lo cierto es que los dólares que los exportadores liquidan obligatoriamente y que el Estado adquiere mediante emisión de moneda fueron destinados al pago de esa deuda, al tiempo que las Lebacs emitidas para retirar de circulación esa misma moneda emitida, pagan hoy por hoy tasas entre el 8 y el 15% en dólares.
Un cuarto aspecto que no podemos dejar de señalar es que siendo 2005 un año electoral en Argentina, motivó la ya tradicional suba del gasto público, provocando un recalentamiento de la economía y azuzando los índices inflacionarios. Ello originó luego una de las últimas medidas del Dr. Lavagna, como fue la reactivación del llamado fondo anticíclico al tiempo que anunciaba que finalmente el gasto público se ceñiría estrictamente a lo presupuestado, aunque por seis meses únicamente, dado que para el ex ministro hacer política económica implica cambiar permanentemente para adaptarse a las circunstancias. La idea de la intervención permanente en la economía argentina conlleva desde ya abrir y cerrar paraguas según como esté el clima, aunque ello conlleve el riesgo cierto de alejar definitivamente la llegada de inversiones fundamentales para el desarrollo.
Obviamente que la salida del ministro de economía luego de denunciar actos de corrupción en la obra pública constituyó el baldón político del año, aunque hubiera sido minimizado por algunos sectores vaya uno a saber por qué. Se recuerda que tales actos de corrupción implicaron la interrupción de líneas de crédito por parte del Banco Mundial hacia Argentina, y el tema hasta el día de hoy no ha sido ni siquiera elevado a la categoría de investigable, que sepamos.
No podemos dejar de mencionar la Cumbre de las Américas en Argentina con la llegada del presidente norteamericano al país. En general los analistas de economía coinciden que el manejo que se hizo de esta cuestión ha sido por lo menos deficiente. Si bien la Argentina tomó distancia del ALCA para mantenerse cerca del Mercosur y hacer fuerza en conjunto por la abolición de los subsidios agrícolas en los países centrales, no era necesario llegar incluso a actitudes de neta descortesía como anfitriones. Precisamente en esa Cumbre, recordamos, George Bush dijo públicamente que estábamos en condiciones de arreglarnos solos con el FMI, y que era necesario avanzar sobre la corrupción, punto este que se encadena perfectamente con lo ocurrido después pero que también fue soslayado por los comentarios de la prensa.
Otros aspectos de relevancia pueden señalarse, como por ejemplo la reciente elección de Evo Morales en Bolivia o el creciente acercamiento a Hugo Chávez para financiar lo que deja de financiarse en organismos multilaterales de crédito. Hoy tenemos el problema de las papeleras uruguayas, que ha motivado la internacionalización de las prácticas piqueteras , con la complacencia del gobernador entrerriano y del intendente de Gualeguaychú, aspecto este que convierte a una práctica ilegal y prepotente, en algo avalado por el Estado argentino internacionalmente. Si bien es probable que en un punto se concilie, es un tema muy preocupante porque la relación con el Uruguay puede tener implicancias serias en varios frentes, dada la cercanía ideológica de su gobierno con el nuestro y su participación en el Mercosur. En materia energética como se sabe la cuestión no pinta para nada bien, sobre todo por la falta de inversiones originada en la política seguida en la materia, que incluye al día de hoy la anunciada continuidad del congelamiento de tarifas domiciliaras durante 2006
La desocupación ha bajado bastante y si encuentra en el orden del 14% si consideramos desocupados a quienes perciben planes de ayuda gubernamentales, que entendemos es lo que corresponde. Y esta merma se condice con el crecimiento de la economía, que alcanzó una cifra notable del 9,2%.
La nueva ministra de economía Felisa Miceli ha profundizado la línea acuerdista en materia de precios, considerándola vital para frenar expectativas inflacionarias, cuando es sabido y conocido que la inflación no se detiene con este tipo de medidas, sino que más bien se exacerba ya que la tendencia a “cubrirse” es un dato. Y nadie está libre de caer en las fauces acusatorias presidenciales, por lo demás.
Es a estas alturas evidente que la llegada de inversiones a la economía argentina requiere una política seria y consistente en el tiempo, enmarcada en la seguridad jurídica y en el respeto de las instituciones consecuente. Cualquier marco regulatorio que se disponga, más allá de las opiniones personales de cada uno, debe ser mantenido en el tiempo y garantizada la estabilidad de las normas. Resulta imposible pensar en inversiones a 20 o 30 años en un esquema en el cual un mes parece un siglo.
Y precisamente la preocupación que hoy se da en materia de inversiones es especialmente importante, dado que la capacidad ociosa instalada ha sido prácticamente cubierta por la reactivación, excepto en el sector automotor, lo cual implica que la demanda agregada creciente solo puede ser satisfecha con mayor producción y que ésta requiere de nuevas inversiones. A eso apuntan los distintos incentivos crediticios y las desgravaciones impositivas, que pretenden suplir la llegada genuina de inversiones, del mismo modo que pretende suplirse la falta de competitividad con un dólar alto y salarios bajos en dólares. No hay que dejar pasar que todo incentivo es pagado por el resto de la economía, que sufre en consecuencia el desincentivo resultante.
Nuestra conclusión es que los aspectos de la economía argentina que podemos signar como positivos, tales como haber negociado con buenos resultados el canje de la deuda, deben ser acompañados por políticas serias y duraderas que garanticen a los inversionistas el llamado clima de negocios. Por lo demás, el Estado debe emprender de una buena vez una reforma que conduzca a la eficiencia del gasto público tanto en la esfera nacional, como en la provincial y municipal. Es imprescindible terminar con los artilugios monetarios que pretenden volver competitivo lo que no es. Es indispensable concluir con los llamados impuestos distorsivos en la economía, en especial los derechos de exportación, que implican un desaliento a mayores inversiones en las áreas más rentables y el consecuente desarrollo industrial genuino que se asocia precisamente a estos sectores. Es imprescindible llegar a un acuerdo en la coparticipación federal, aún pendiente, que signifique además terminar con los llamados adelantos transitorios. En verdad, lo ideal sería volver al sistema federal de la Constitución, donde cada provincia recaude sus impuestos sin necesidad de recurrir a los impuestos nacionales “de emergencia” (como el impuesto a las ganancias) durante 70 años para ser manejada su distribución por el poder político de turno.
Es preciso emprender el camino de la sana política económica, permanente y estable, al tiempo que se adecua la asignación de los recursos públicos a la genuina eficiencia del Estado en aquellos aspectos en los cuales resulta impensable que delegue, tales como la seguridad, la educación y la salud pública. La tarea es ímproba, sin duda. Y todo está por hacer.
De no ser así, las cosas terminarán deteriorándose más temprano que tarde, y la inflación irá menguando poco a poco la recuperación lograda. Toda política económica y monetaria que signifique alterar factores de mercado, debe ser medida en tiempo y beneficios y no es concebible que pueda eternizarse, que es lo que ocurrió con la llamada convertibilidad.
HÉCTOR BLAS TRILLO
Buenos Aires, 31 de diciembre de 2005
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Economía y tributación
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