Competitividad

Competitividad

Competitividad es la capacidad de una empresa, organización económica o región económica de vender sus productos o servicios, en relación con otros oferentes del mercado.


La competitividad tienen una estrecha relación con la productividad. La productividad es la relación entre la cantidad de producción y la cantidad de recursos utilizados para obtener esa producción. Manteniendo todo los otros elementos fijos, a mayor productividad, la empresa tendrá menores costos de producción y de este modo podrá reducir el precio de sus productos y colocar mas producción en el mercado, es decir que, si una empresa aumenta su productividad aumentará también la competitividad.

Pero la competitividad no solo depende del precio del producto o servicio. Sino que también influyen la calidad del producto, factores subjetivos y la disponibilidad del producto en el tiempo y espacio.

Entonces, los principales factores que influyen en la competitividad:


  • Precio
  • Elementos subjetivos: necesidad subjetiva del producto, valor agregado subjetivo, imagen, asociaciones psicológicas consientes o inconscientes, status social otorgado por el producto, etc. Estos elementos son fuertemente influenciados por campañas publicitarias y cuestiones sociales y culturales.
  • Disponibilidad del producto: si bien un producto puede tener una fuerte demanda potencial, para lograr competitividad, la empresa que la ofrece debe tener la capacidad de colocar su producto donde se encuentra la demanda, que puede estar ubicada en otro lugar geográfico o bien puede suceder que los tiempos de transporte sean tan elevados que los consumidores no estén dispuestos a esperar. Algunas empresas pueden aumentar su competitividad mejorando la logística.

Hay productos y servicios en los cuales es mas importante la competitividad en precios. Por ejemplo, los cereales en los mercados internacionales, el petróleo, y commodities en general. Hay otros productos y servicios, donde factores distintos del precio cobran una gran importancia, por ejemplo, en la competitividad de los automóviles tienen una gran importancia la calidad, la imagen subjetiva del producto, etc.

El concepto de competitividad aplicado a los países: la competitividad internacional



Cuando se analizan países, en lugar de organizaciones, se entiende a la competitividad de un país como la capacidad de vender sus productos en el extranjero, es decir, la capacidad de exportar.

La competitividad internacional ha sido objeto de estudio durante muchos años, porque la cantidad de exportaciones e importaciones de un país influyen fuertemente en el nivel de desocupación, el nivel de PBI, y otras variables económicas importantes de un país, y de este modo, influyen en el bienestar de las personas de un país.

Se pueden encontrar varios enfoques que explican la competitividad de un país. Estos enfoques no son necesariamente contradictorios entre sí, sino que un enfoque puede ser mas importante que otro en distinto momento del tiempo o cierto enfoque puede ser aplicado a algunos países y a otros no.

El primer enfoque se denomina tradicional y se concentra en el precio de los productos. Los elementos que determinarían el precio son los costos de producción, incluyendo los salarios, y el tipo de cambio. Este enfoque tiene mas aplicación en los mercados de bienes commodities y estandarizados.

El segundo enfoque es el enfoque estructural, que se concentra en las ventajas tecnológicas y organizacionales de un país en el largo plazo. El desarrollo y la incorporación de nuevas tecnologías son claves para lograr competitividad, y la reducción de salarios y las devaluaciones no necesariamente fomentan un clima de desarrollo tecnológico y de mejoras en la eficacia empresarial.

Competitividad Argentina y el Campo

Existe una visión ideológica extrema que suele evaluar la competitividad de un país conforme las condiciones institucionales, principalmente jurídicas y políticas, que favorecen el desarrollo del sector privado (el llamado clima de negocios) y, en particular, el acceso de las grandes corporaciones transnacionales Un claro ejemplo de este enfoque es el ranking de competitividad que periódicamente elabora el World Economic Forum.



En un reciente informe hizo retroceder a la Argentina 14 puestos en el último año, pasando del 64 al 78, a pesar del buen desempeño de la economía local durante ese periodo, situando a nuestro país muy por debajo de Chile (líder en A. Latina), Sudáfrica, Sri Lanka, Paquistán y Serbia. El trabajo también destaca que "las desventajas competitivas registradas para la Argentina son la inestabilidad política, la corrupción, la inflación y la falta de credibilidad pública en los gobernantes".

Como era de esperar los devotos locales del WEF se apresuraron en puntualizar que para mejorar la competitividad era fundamental encarar reformas de fondo vinculadas al rol del Estado, la eficiencia del gasto público, la seguridad jurídica y la estabilidad institucional.

La competitividad cambiaria



Desde un enfoque más técnico y menos contaminado de proselitismo anti estado es útil analizar la competitividad internacional a partir del tipo de cambio y, en particular, de la influencia que ejercen los factores estructurales en la determinación de este.

En Argentina, las excepcionales ventajas de productividad del sector agropecuario representan un serio obstáculo para el desarrollo industrial. Cosechas abundantes o mejoras de los precios internacionales implican incremento de la oferta de agrodólares, con la consecuente presión a la baja del tipo de cambio (sobrevalorización del peso) y el perjuicio de la producción manufacturera que pierde competitividad cambiaria frente a sus similares de otros paises. Paradójicamente, las excepcionales ventajas de productividad del sector agropecuario se terminan transformando en un serio obstáculo para el desarrollo industrial, si el Estado no interviene activamente. Esto permite entender porque muchos productos nacionales suelen ser mas caros que los extranjeros.

En otras palabras, cuando al campo le va bien la industria incuba una crisis. El mecanismo de transmisión de este remolino vicioso es el tipo de cambio, ya que el incremento de saldos exportables tiende a valorizar el peso y hacer perder competitividad a los sectores más sensibles y expuestos a la competencia externa.



De allí, que el desarrollo de la industria nacional se encuentre más ligado a factores que hacen a la competitividad macro, principalmente al tipo de cambio, antes que a otros de carácter micro. En consecuencia el problema deja de ser de comportamiento empresarial o de eficiencia del sector público y pasa transformarse en un desafío de política económica.

Cuando la riqueza se convierte en maldición

La maldición argentina reside, paradójicamente, en la fantástica riqueza que la providencia nos regaló y que repercute en la bonanza agrícola. El mismo fenómeno (denominado técnicamente "enfermedad holandesa") suele afectar las posibilidades de desarrollo industrial en otros grandes exportadores de commodities, como los paises petroleros.

Para ser más precisos, la maldición argentina es consecuencia, justamente, de la conjugación de dos factores, la elevada productividad de nuestro sector primario (fuente principal de generación de divisas) y la falta de una adecuada acción reguladora del Estado.

La evolución de la industria nacional presenta un derrotero muy quebrado de líneas en ascenso y descenso, debido tanto a la marcha del sector primario como a las cambiantes políticas públicas. Las consecuencias están a la vista. En la Argentina de hoy convive una industria raquítica con un robusto sector agropecuario. Nunca el país explotó tan intensamente sus recursos naturales, ni produjo ni exportó tantos granos como ahora y sin embargo … nunca hubo tanta pobreza y exclusión social.

En el actual modelo económico sobramos la mitad de los argentinos. Un país exportador de materias primas con poco valor agregado es socialmente inviable, debido a la poca capacidad del sector primario para generar un nivel de empleo satisfactorio para el conjunto de la población. De allí, la necesidad de contar con una industria vasta y consolidada.

La competitividad y el futuro del desarrollo industrial dependen de una serie de factores que superan el ámbito de la fabrica y la órbita del empresario, ya que se puede elaborar con gran eficiencia un producto pero estar fuera del mercado. Sin duda, la existencia de un tipo de cambio adecuado es una condición necesaria mas no suficiente de una política que persiga un desarrollo industrial sustentable. En consecuencia, la acción pública no puede limitarse a la sola intervención en el mercado cambiario.

Es necesario reflotar la idea que el estado sea promotor del crecimiento económico planificando estratégicamente el mediano y largo plazo, una concepción a la que se renunció hace 40 años. En este campo esta todo por hacerse, comenzando por la creación de un marco institucional y económico sólido, con una dirigencia comprometida con el interés nacional que logre crear previsibilidad en las medidas que se adoptan.

Paradigmas y Paradojas

En este tema, al igual que en tantos otros, los argentinos seguimos viviendo en el pasado, juzgando nuestra riqueza conforme a patrones que han perdido vigencia. La historia del mundo y de América Latina en particular es prodiga en ejemplos de frustraciones nacionales fundadas sobre la abundancia de recursos naturales. En este sentido, el oro americano fue la perdición de la España colonial, así como la plata de Potosí la maldición boliviana.

El campo de hoy no es el campo de ayer. Un siglo atrás era la principal fuente de creación de trabajo (de allí la atracción que ejerció nuestro país sobre los ejércitos de desempleados del mundo) y el precio de los productos primarios tenía un alto valor agregado por el trabajo. Hoy, por el contrario, el empleo en el sector agropecuario es ínfimo y el valor agregado de los bienes agrícolas es, para el caso argentino, principalmente renta diferencial, esto es, retribución al propietario del factor tierra .

Otra confusión, asociada a este paradigma, es considerar que el bienestar de los argentinos depende de los precios internacionales de nuestras commodities agropecuarias. Pensemos por un instante en las consecuencias de una eliminación de los subsidios y de las trabas al ingreso de productos agrícolas en la Unión Europea y los Estados Unidos. Los precios internos de los alimentos se dispararían (el precio de la carne podría llegar a multiplicarse unas 10 veces) haciendo aún más angustiosa la ya precaria situación de los trabajadores. Además, se incrementaría la cascada de agrodólares presionando sobre el tipo de cambio y comprometiendo la viabilidad de muchas industrias con la consecuente perdida de empleos.

Los grandes beneficiarios de esta situación serían los dueños de la tierra. No los productores agropecuarios sino los propietarios de campos. En otras palabras, aumentaría la renta agraria, que es la retribución que perciben quienes detentan la apropiación privada de un bien. Sin una intervención correctora del Estado (retenciones u otro mecanismo de captación de renta) asistiríamos a una nueva versión de la paradoja que a la Argentina le va bien pero a muchos argentinos les va mal.

Tampoco nuestra balanza comercial es lo que se pretende sea. El holgado superávit de divisas que muestra el intercambio con el exterior se transforma en serio déficit cuando se contabiliza trabajo exportado vs. trabajo importado. En otras palabras, nuestra demanda sirve para crear mas puestos de trabajo en el exterior que aquellos que en el ámbito interno crea la demanda mundial de nuestros bienes. Sería, indudablemente, un ejercicio muy útil contabilizar el flujo comercial a través de la creación y perdida de puestos de trabajo.

A título de conclusión

Una mala lectura de esta nota sería considerarla como una crítica al sector agropecuario y a productores y trabajadores del campo. O concluir que no deberíamos pelear por la eliminación de subsidios y trabas comerciales. Lo correcto es considerarla una seria convocatoria a la intervención activa del Estado para la captación de una mayor porción de la renta diferencial generada en el sector agropecuario y de la cual se beneficia sólo un pequeño grupo social. De allí, deberán surgir gran parte de los recursos que el país necesita para promover industrias y actividades de menor productividad económica pero más intensivas en generación de empleo.

Por Alberto Pontoni. Agosto 2004


Tipo de Cambio e Industria

¿Es competitiva la industria nacional?


Seguramente gran parte de quienes se formulen esta pregunta responderán por la negativa. Sus fundamentaciones apuntarán, principalmente, al diferencial de precios o calidades con productos similares extranjeros. Los más inmersos en el proceso productivo pondrán el énfasis en el desfasaje tecnológico del sector manufacturero, la falta de capacitación o el espíritu poco innovador de nuestro empresariado. Sin embargo, en este como en tantos otros temas económicos, es necesario comenzar separando ideología de realidad.

A diferencia de lo que ocurre en otros paises, en la Argentina de los últimos 30 años se ha sembrado y difundido un sentimiento antiindustrial que ha sido sistemáticamente alimentado por funcionarios, centros de pensamiento liberal y medios masivos. Existe una especie de sensación de sospecha permanente sobre la industria y los industriales que se refleja en la reiterada recurrencia a términos descalificantes, tanto para el sector (ineficiente) como para los empresarios (rentistas, prebendarios, evasores).

El antiindustrialismo es una ideología transversal que en nuestro país encuentra sus raíces en el pensamiento conservador de origen terrateniente pero que suma adeptos en diferentes sectores de la sociedad, incluso entre núcleos progresistas. Por su parte, las dirigencias empresarias han contribuido a reforzar esta impresión a través de la paradójica complicidad o pasividad frente a las políticas que llevaron al desmantelamiento del aparato productivo nacional durante las décadas del setenta y noventa. Una clara manifestación de esa patología empresaria fue el aval otorgado a la gestión de Martínez de Hoz. Primó mas en el ánimo de la dirigencia empresaria el revanchismo antiobrero, expresado en el disciplinamiento u opresión social practicado por la dictadura militar, que la defensa de sus propios intereses estratégicos.


De allí, que en amplios sectores de la sociedad aún exista la convicción acerca de la falta de competitividad de la industria nacional y que su supervivencia se encuentra supeditada a las transferencias del campo, la sobreexplotación laboral o la evasión impositiva.

¿Es esta la realidad?

Competitividad micro y macro



En términos sencillos, la competitividad micro surge de la comparación de costos de bienes de calidad similar entre empresas diferentes. Si A fabrica escobas a $ 5 la unidad mientras que a B le cuestan $ 5.50, la conclusión es que A es más competitivo que B. Sin embargo, la medición se complica al momento de efectuar comparaciones con productos extranjeros ya que existen otros factores, principalmente el tipo de cambio pero también las condiciones de financiamiento y la existencia de diferentes subsidios, ajenos a la empresa y que dependen de las condiciones macroeconómicas del país. (En una ocasión un exportador argentino de maquinarias describió la desigualdad de condiciones financieras con que debía enfrentar a sus competidores europeos en terceros mercados con una frase sumamente gráfica e ilustrativa: "Ellos exportan un crédito y, de paso, te regalan una maquina").

En consecuencia, las condiciones de competitividad no dependen sólo del proceso productivo intra empresa (micro) sino también de condiciones extra empresa (macro).

La historia económica de nuestro país proporciona una sólida evidencia que puede servir de guía para una mejor comprensión de la dinámica de estos factores. Los ciclos expansivos del sector manufacturero fueron siempre impulsados por severas crisis externas o intervenciones públicas de carácter proteccionista. En situaciones de bonanza externa, de superávit de balanza de pagos, el peso tiende a valorizarse y la industria a retroceder.

La explicación de este evidencia hay que buscarla en las grandes ventajas comparativas del sector primario exportador, que le permiten seguir produciendo y exportando con niveles de tipo de cambio en que la producción industrial queda fuera de competencia. Esto fue lo que ocurrió durante la convertibilidad. A pesar de la apreciación del peso el sector agroexportador logró expandirse mientras que la industria se contrajo a niveles inéditos.

Este fenómeno genera una de las paradojas o patologías estructurales de la economía argentina: la bonanza del sector primario compromete la supervivencia del sector transformador. En otras palabras, cuando al campo le va bien la industria incuba una crisis. El mecanismo de transmisión de este remolino vicioso es el tipo de cambio, ya que el incremento de saldos exportables tiende a valorizar el peso y hacer perder competitividad a los sectores más sensibles y expuestos a la competencia externa.

De allí, que el desarrollo de la industria nacional se encuentre más ligado a factores que hacen a la competitividad macro, principalmente al tipo de cambio, antes que a otros de carácter micro. En consecuencia el problema deja de ser de eficiencia o comportamiento empresarial para transformarse en un desafío de la política económica.

¿Es posible quebrar este remolino vicioso?

Alternativas

Las opciones pasan, en todos los casos, por una intervención del Estado. En nuestro país, los principales instrumentos utilizados para evitar la asfixia de la industria por la sobrevaloración del peso han sido el monopolio del comercio exterior, las barreras arancelarias, el establecimiento de tipos de cambio diferenciales y los impuestos a las exportaciones (retenciones).

En el contexto actual resulta difícil pensar en mecanismos de control del comercio exterior y, por otro lado, los compromisos internacionales asumidos por el país dificultan o impiden la instrumentación de barreras arancelarias y tipos de cambio diferenciales. En consecuencia, el único instrumento viable es la imposición de retenciones a las exportaciones de productos con mayores ventajas comparativas, como los agropecuarios. Este mecanismo permite al Estado captar y redireccionar una porción del excedente generado por el sector primario y reducir la oferta de divisas en el mercado evitando la revalorización del peso. (Paradójicamente, las retenciones, al evitar la depreciación del dólar, contribuyen a aumentar el ingreso en pesos de los exportadores. Obviamente, este argumento no resulta convincente a los sectores tradicionales).

Obviamente, una política pro industrial no se agota en esta sola acción. La intervención en el mercado cambiario es una condición necesaria pero requiere ser complementada con otras medidas de asistencia, principalmente financieras.

Sin embargo, debe quedar claro que las transferencias de recursos al sector industrial no son subsidios destinados a compensar una tara particular de nuestros empresarios sino el costo necesario de industrializarse en un país que enfrenta una doble desventaja competitiva: la presencia de un sector dotado de extraordinarias ventajas comparativas (pero incapaz de brindar empleo e ingresos al conjunto) y la existencia de serias distorsiones en el mercado internacional.

Por Alberto Pontoni. Noviembre 2003

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