Desarrollo

Ideas sobre Desarrollo para Argentina

Por Alberto Pontoni. Agosto 2003


Corto y largo plazo en economía son categorías que no dependen del transcurrir del tiempo.

El corto plazo esta vinculado a la posibilidad de aumentar la producción de bienes y servicios a partir de una mejor utilización de la capacidad instalada, es decir, sin promover nuevas inversiones. De allí, que el corto plazo refiera a la reducción de la capacidad ociosa disponible y la plena ocupación de los recursos existentes, ya sean humanos o físicos. Para alcanzar este propósito se suele estimular a los diferentes componentes de la demanda agregada, fundamentalmente el consumo y el gasto público, que se han revelado como los instrumentos más eficientes de reactivación económica. De esto trata la Macroeconomía y de allí la preocupación por el presente del fundador de esta disciplina, John M. Keynes, que se refleja en la conocida frase "en el largo plazo todos estaremos muertos".

Por su parte, el largo plazo se vincula al incremento de la capacidad productiva, ya sea por la vía del cambio tecnológico, el aumento del parque de maquinarias, la expansión de la infraestructura física, la capacitación e, incluso, a través de la migración de trabajadores, para el supuesto de escasez de mano de obra. Este es el ámbito del Desarrollo Económico.


A partir de Keynes perdió importancia el debate acerca del rol del Estado en la reactivación económica. Ya nadie discute la necesidad de la intervención pública para restablecer o garantizar los equilibrios macroeconómicos. Por el contrario, en el campo del desarrollo se ha reavivado la crítica del fundamentalismo de mercado al rol del Estado en la planificación estratégica. Paradójicamente, es en los paises de América Latina donde esta cruzada se mantiene más activa, a pesar del estrepitoso fracaso registrado en las últimas décadas.

Los temas tradicionalmente contemplados en la agenda clásica del desarrollo, es decir, aquellos en que se promueve una acción decidida del Estado, son los siguientes:

* Creación de infraestructura


* Capacitación de recursos humanos

* Investigación científica y tecnológica

* Industrialización, ya sea por vía sustitutiva o exportadora

* Administración de los recursos estratégicos y del sistema financiero

* Orientación productiva del ahorro

* Distribución progresiva de ingresos

El caso argentino

Argentina ha experimentado diferentes modelos de desarrollo en sus escasos 120 años de vida moderna, los que pueden ser esquematizados en cuatro grandes ciclos, de acuerdo al tipo de intervención que ha tenido el Estado en la economía:

* Conservador. (1880-1945) La acción pública se centró en la atracción de inversiones extranjeras (y mano de obra) para la creación de la infraestructura requerida para un desarrollo orientado al mercado externo. El ritmo de expansión local acompañó la evolución de los centros pero mostró su alta vulnerabilidad en momentos de crisis.

* Populista. (1945-1955) La gestión pública se orientó a la mejora en la distribución de ingresos y el fomento de la industrialización a través de la sustitución de importaciones. Estas medidas permitieron una rápida expansión del mercado interno pero la desatención del sector exportador dificultó seriamente la sustentabilidad de este modelo.

* Desarrollista. (1955-1976) Es el que más se asemeja a una acción de desarrollo clásica e integral. A pesar de las dificultades derivadas de la inestabilidad política, la década del sesenta es el periodo de mayor crecimiento y prosperidad de nuestro país, lo cuál se ve reflejado en los indicadores de producción, empleo y nivel de remuneraciones.

* Neoliberal. (1976-2002) El mercado y las oportunidades de negocios reemplazaron la acción pública en las decisiones estratégicas. En el discurso se pregonaba la función prescindente o subsidiaria del Estado en la economía y se lo relegaba al rol de guardián de la seguridad jurídica y promotor del clima adecuado de negocios para el sector privado. La experiencia terminó en el mayor desastre económico de nuestra historia.

Ideas para un nuevo desarrollo

El gobierno actual parece abrir un nuevo periodo en la historia económica del país, que se manifiesta en la voluntad de cambio y la revisión de las políticas implementadas en la última década. Superadas las urgencias de la coyuntura y la necesidad de reactivar el aparato productivo, después de la profunda depresión de los últimos años, ha comenzado a esbozarse una nueva estrategia de desarrollo.

En un documento reciente se señalan los principales objetivos estratégicos a los que apunta la gestión del equipo del ministro Lavagna con el propósito de alcanzar una mejora integral de la competitividad del aparato productivo (véase de Oscar Tangelson y José O. Bordón "Recomendaciones para una estrategia nacional de desarrollo" , mayo 2003). Esos objetivos son:

* El fortalecimiento de los sectores más dinámicos de la economía, como es el caso de las industrias que integran la cadena agroalimentaria.

* La reconstitución de los sectores que fueron desarticulados pero que presentan buenas posibilidades competitivas.

* La promoción de sectores estratégicos donde sea factible para Argentina alcanzar un rol relevante, como en software y servicios informáticos, biotecnología y bienes culturales.

* La consolidación de un ambiente amigable para el desarrollo de negocios y pequeñas industrias, que permita el surgimiento de nuevos emprendedores.

* El fomento de un desarrollo productivo equilibrado entre las diferentes regiones.

* La profundización de la integración regional en el marco del Mercosur

La agenda presente

La propuesta del gobierno es, obviamente, un avance tanto respecto del modelo de los 90 como de las propuestas que se agotan en la sola reivindicación de una mejor distribución de ingresos, ya que apunta a un compromiso para el fortalecimiento del sector productivo. Sin embargo, resulta insuficiente para atender las necesidades del desafío actual y el rol asignado al Estado resulta muy limitado para poder contribuir a superar los obstáculos que frenan el desarrollo nacional.

Resulta entendible la falta de mayor audacia en las propuestas, atento el historial de mala calidad institucional y corrupción de nuestro sector público. Sin embargo, esto no justifica relegar la función del Estado en la promoción del desarrollo a la mera generación de oportunidades de buenos negocios para el sector privado. Un repaso al legado de Raúl Prebisch y una recorrida por las experiencias exitosas de otros paises puede servir para el aliento de propuestas y objetivos más ambiciosos en la actual dirigencia.

La desindustrialización argentina

No hay desarrollo sin industria.


No viene al caso discutir esta ley de la economía real con los tradicionales detractores de la industrialización en paises emergentes sino, mas bien, analizar lo sucedido en Argentina para tratar de entender las causas profundas de nuestra crisis y, en particular, el grave problema de desocupación y exclusión que nos afecta.

Argentina, al igual que otros paises de tradición rentista que han obtenido ventajas de sus riquezas naturales, ha engendrado una clase dirigente que ha hecho de la predica antiindustrial uno de sus argumentos preferidos. Sector "ineficiente, caro y atrasado" e industriales "poco competitivos, evasores y succionadores de subsidios" suelen ser reflexiones recurrentes de los voceros de esos grupos. Es más, los fundamentalistas de ese evangelio, suelen adjudicar las culpas del paraíso perdido, el del país agroexportador, a una mezcla de factores, tales como "proteccionismo", "populismo" y "estatismo".

Una circunstancia agravante es la aceptación de estos argumentos por otros sectores de la población. Sin duda, parte del empresariado industrial, en particular aquel que ocupa posiciones de privilegio, confirma con su actitud varias de estas imputaciones. Sin embargo, es posible que el fenómeno se alimente de una particularidad local.


Argentina se modernizó antes de industrializarse. Su temprano desarrollo en materia urbana, disponibilidad de infraestructura de transporte, red eléctrica y de aguas, así como sistemas de salud, educación y cultura de avanzada, que se expresaba en el Buenos Aires de principios de siglo, deslumbró a muchos convenciéndolos de la inutilidad de promover un desarrollo industrial frente a la fácil bonanza generada por la asociación de tierras fértiles, inversiones extranjeras y exportaciones agropecuarias.

Por el contrario, en los paises desarrollados la modernización llegó con la industria. Bajo diferentes formas pero siempre de la mano del desarrollo manufacturero. El empresario industrial fue un factor de progreso frente al señor de la tierra y el intercambio de trabajo por salario un avance frente a las ataduras y el vasallaje que caracterizaba la explotación feudal. De allí también la asociación, en esos paises, de industria con república y sistemas democráticos de gobierno en contraposición con la monarquía y el absolutismo propio de los señoríos de la tierra.

Pero no es necesario recurrir a la historia para describir el fenómeno. Las asimetrías que muestra la Argentina de hoy permiten apreciar con claridad las diferencias económicas, sociales, culturales y políticas entre las regiones y los contrastes que presentan conforme su grado de industrialización.


La desindustrialización argentina

Vayamos ahora a lo sucedido en la Argentina reciente. Existen diferentes formas de cuantificar el peso de la industria en una economía, ya sea a partir del valor agregado o por el grado de absorción de mano de obra. De todas formas, cualquiera sea el método elegido el signo de la tendencia es el mismo.

En los últimos 25 años se han perdido más de 600.000 puestos de trabajo en el sector manufacturero, un 40% del total. Tan sólo en la última década hubo una disminución de 400.000 empleos industriales, que representan un 30% menos de los existentes en 1989. Una forma cruda de apreciar el fenómeno de desindustrialización es a través de la comparación de los porcentajes de población ocupada en las actividades industriales respecto del total. Mientras que en 1975 un 16% de los ocupados pertenecía al sector manufacturero, en 1989 la proporción había disminuido al 12% para reducirse a sólo el 7% a fines del milenio. Esto significa que actualmente sólo uno de cada 15 trabajadores se desempeña en una actividad manufacturera.

Frente a estas cifras no faltará quien argumente que la reducción del empleo industrial es un hecho que se registra a escala mundial que no implica desindustrialización y que, más bien, expresa el aumento de productividad manufacturera sumado al crecimiento de las actividades de servicios. En otras palabras, es una consecuencia del fenómeno de tercerización de la economía que avanza con el desarrollo.

Sin duda todo lo anterior es cierto pero tiene poca validez para explicar lo que ha venido sucediendo en nuestro país. Al respecto corresponde tener en cuenta:

1. En el caso de naciones muy industrializadas la proporción de empleo en el sector industrial se redujo (entre 1975 y 1995 el empleo en la industria cayó en Alemania del 47% al 37%, en EEUU del 33% al 24%, en Japón del 37% al 24% y en Italia del 39% al 33%) pero nunca se desmoronó a los niveles de Argentina. A pesar de los fuertes incrementos de productividad y el desarrollo del sector servicios, en esos países uno de cada tres o de cada cuatro trabajadores sigue vinculado la industria.

2. El sector de servicios en los paises de vanguardia suele ser de alta productividad y estar referido a producciones de contenido científico y tecnológico, como es caso del desarrollo de software, innovaciones técnicas, diseño, etc. Por el contrario, en la Argentina las actividades de ciencia y tecnología se encuentran en retroceso mientras que se ha incrementado la producción de servicios de baja productividad, como el comercio ambulatorio y de kiosko, el remise, el reciclaje de basura, el trueque, los trabajos comunitarios en el marco de planes sociales, etc. La categoría servicios se ha convertido más en una cobertura de actividades de subsistencia por falta de empleo que en una alternativa modernizante de la economía.

La asfixia industrial sufrida en la última década ha sido una consecuencia directa de la perversa asociación de tipo de cambio sobrevaluado y desmantelamiento de la red de protección (sistema arancelario y paraarancelario, control aduanero). En lugar de haber aprovechado a favor de la industria local la estabilidad de precios y el retorno del crédito alcanzados durante los primeros años de vigencia del modelo de convertibilidad se facilitó la invasión de productos del exterior.

Las consecuencias de la desindustrialización son terminantes, pobreza y desempleo. Revertir este proceso debe ser la prioridad de la coyuntura. Para ello se requiere de políticas adecuadas y empresarios.

Por Alberto Pontoni.Mayo 2003

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