Artículos de Economía

La Pobreza en Argentina

La sustentabilidad de la pobreza en Argentina



La Argentina vive la peor crisis económica de su historia, con mas de la mitad de la población por debajo de la línea de pobreza, niveles desconocidos de marginación laboral, quiebra del aparato productivo, cesación de pagos externa y colapso del sistema financiero. Ha dejado de ser el alumno modelo del FMI y el ejemplo a seguir por otras naciones en desarrollo para convertirse en la peor experiencia del periodo de posguerra. Es mas, muchos argentinos dudamos poder salir de este abismo que no parece tener fin, al que nos condujeron en forma progresiva los gobiernos que se sucedieron en las últimas décadas.

El generalizado repudio de la población respecto de la dirigencia política y económica de los últimos 30 años responsables por acción, ineficacia u omisión de la situación actual, se expresa en el difundido que se vayan todos, que identifica a cacerolazos, escraches, marchas de desocupados y piqueteros, así como en las legiones de jóvenes que abandonan el país.

Paradigma y expresión patética de la conducta de esa clase dirigente son las dos principales figuras políticas surgidas tras la sangrienta dictadura militar de los 70: Alfonsin y Menem. Ambos llegaron al poder envueltos en las mejores banderas del radicalismo y peronismo, la democracia, el respeto por las libertades públicas y la reivindicación de los derechos humanos, en un caso, y la defensa del trabajo y la producción nacional, el desarrollo regional y la justicia social, en el otro. Sin embargo, ambos terminaron involucrados con lo peor y más desdeñable de cada uno de esos movimientos, priorizando intereses corporativos o individuales y traicionando la fe publica depositada en ellos.

Capitalismo a la Argentina



En la búsqueda de explicaciones a la involución económica y social del país se pueden encontrar diferentes visiones.

Los responsables directos en la ejecución de las políticas que llevaron a este estrepitoso fracaso nacional, que suelen emboscar hipócritamente sus intereses particulares tras las banderas de la libertad de mercado, discurren sobre el carácter "populista" de nuestro país y las dificultades de establecer un sistema capitalista. Para esta corriente de pensamiento, ligada a la defensa de los intereses de los grupos económicos dominantes, la Argentina no es capitalista -de allí la crisis- y el desafío reside en realizar las transformaciones pendientes para convertirse en una real economía de mercado. Obviamente, los deberes pendientes se refieren al desmantelamiento de lo poco que queda del Estado, ya sea en el campo económico o social.

En la Argentina de hoy -después de haberse consumado la entrega a precio vil de los recursos naturales, concesionado servicios básicos con clientela cautiva y tarifas abusivas, privatizado ineficientemente el ahorro público y arrasado con los controles al ingreso irrestricto de capitales y mercaderías, se requiere de mucha ingenuidad para creer que la salida de la crisis pasa por la privatización del Banco Nación y del PAMI o el despido de una tercera parte de los empleados públicos y la reducción de los cargos políticos al nivel nacional y provincial.

En el otro extremo se encuentran quienes piensan que la experiencia argentina es una clara muestra del fracaso del capitalismo en general, sin profundizar en las características domésticas. Este tipo de afirmaciones de carácter general no explican adecuadamente el desarrollo de otros países ni se traducen en propuestas operativas para la coyuntura.

Desde nuestro punto de vista, en Argentina se ha desarrollado un tipo de capitalismo prebendario y antiindustrial fundado sobre privilegios institucionales, al que sería mas propio calificar de modelo de "capitalismo mafioso" y de economía de saqueo", de atenernos a la forma como se llevo a cabo la expropiación de la propiedad pública. En la consolidación de este modelo ha jugado un rol sustancial el Estado a través de la entrega de recursos, concesión de servicios, canalización forzosa del ahorro y desmantelamiento de redes de protección a la industria nacional. Los favorecidos han sido, por un lado, una camarilla de pseudoempresarios beneficiarios directos de las reformas -la llamada patria contratista- y, por otro, sectores económicos del exterior, que han aprovechado de la desindustrialización y el desmantelamiento del aparato productivo.

En la Argentina de hoy, el mercado y la competencia funcionan casi exclusivamente en determinados sectores y al nivel de pequeñas y medianas empresas mientras que en el resto de la economía predominan monopolios y oligopolios surgidos de contratos o concesiones leoninas hechos con el Estado.

El desafío consiste, justamente, en cambiar el modelo actual y establecer un capitalismo de producción y competencia, lo cuál requiere de un Estado activo que lleve a cabo las transformaciones institucionales necesarias.

De la recesión con deflación a la depresión con inflación



¿Estamos frente a un cambio de modelo? ¿Son idóneas las medidas de política económica adoptadas por la gestión Duhalde-Remes para revertir la crisis?

En primer lugar, el Gobierno no esta haciendo nada para cambiar el modelo vigente y reorientar el rol del Estado en la economía, promoviendo un capitalismo competitivo, sustentado en la industrialización y la mejora en la distribución de ingresos. Por el contrario, la inflación generada por la devaluación ha deteriorado el poder adquisitivo de la población profundizando la crisis y acentuando el carácter excluyente del modelo.

La más importante de las medidas adoptadas, el abandono de un sistema de tipo de cambio fijo por otro de flotación sucia, medida impulsada por el FMI y sectores vinculados a la producción de bienes exportables, produjo una fuerte devaluación del peso que ha sumado un nuevo problema a los ya existentes, la inflación. La recesión con deflación se ha transformado en depresión con inflación.

Las claves para interpretar la coyuntura y no confundirse con las marchas y contramarchas del Gobierno se encuentran en el programa económico que impulsa el FMI. La mayor preocupación del Fondo es obtener superávit en las cuentas externas de Argentina, es decir, la generación de saldos positivos en la balanza comercial para hacer frente a los compromisos financieros derivados del endeudamiento y las remisiones de utilidades generadas por las inversiones externas radicadas en el país. Todo ello manteniendo o, de ser posible, reduciendo los aranceles a la importación vigentes, objetivo estratégico de EEUU y el mundo industrializado.

La receta que permite resolver esta ecuación es simple: comprimir la demanda interna con la finalidad de reducir importaciones y aumentar exportaciones. Los instrumentos de política económica para alcanzar este objetivo son dos: la devaluación y el ajuste fiscal. Mediante la devaluación se reduce el consumo privado a través de la perdida de poder adquisitivo que provoca la inflación, mientras que por el ajuste fiscal se contrae el componente de la demanda que debería actuar como factor anticíclico y propulsor de la salida de la crisis.

La falacia de la vía exportadora



Obviamente, el marketing del modelo se realiza desde otro ángulo, ocultando su carácter excluyente y realzando su supuesta virtud. La baja de salarios reales haría más competitiva la producción local provocando un sustancial aumento de las exportaciones que impulsaría un nuevo sendero de crecimiento.

Para alcanzar su propósito los propagandistas de la vía exportadora suelen recurrir a la utilización de técnicas subliminales que facilitan la asociación entre la Argentina conservadora, rica, generosa y abundante, de principios de siglo, con una economía con escasa injerencia estatal, poco industrializada y centrada en la exportación. El sentido del mensaje es claro: el paraíso se perdió por culpa del populismo y la intromisión del Estado.

Sin embargo, la experiencia internacional es rica en ejemplos que refutan por ingenuo o malintencionado el argumento anterior. Hoy, en plena transnacionalización no se puede esperar del mercado, al menos para países en desarrollo, que produzca las transformaciones necesarias requeridas para consolidar un modelo industrial exportador.

Los ingenuos de mercado deberían estudiar con mayor detalle la experiencia latinoamericana y observar que las fuertes contracciones salariales tienden a consolidar un modelo regresivo de distribución del ingreso (concentrador-excluyente), en el que un pequeño núcleo de población captura un alto porcentaje de los ingresos en concomitancia con aumentos de la pobreza y el desempleo. Este tipo de modelo determina un perfil productivo de carácter primario-exportador con un limitado desarrollo industrial y una escasa absorción de empleo. En esa Argentina sobran veinte millones de argentinos.

Es mas, el superávit externo, objetivo de la devaluación, en lugar de orientarse al financiamiento de nuevas inversiones se termina aplicando, por un lado, al pago de compromisos financieros y retorno de inversiones extranjeras y, por otro, al consumo suntuario o ahorro en el exterior.

Este es el horizonte que tenemos. El grado de endeudamiento y la fuerte presencia de inversiones extranjeras en el sector productivo y financiero permiten prever que la exclusión, definida como pobreza, desempleo y bajos salarios, llegó para quedarse. Resulta ilusorio, al menos en el corto plazo, soñar con la difusión de una eventual bonanza derivada de una expansión económica motorizada por las exportaciones.

La virtuosidad de un esquema devaluación = mas competitividad = mas exportaciones no es automática en países en desarrollo. Construir un sector industrial exportador requiere de la activa presencia del Estado.

Alternativas



Las alternativas existen. Desde el rescate crítico de nuestra propia experiencia de industrialización sustitutiva a los modelos de industrialización orientada a exportaciones realizados en el sudeste asiático. En todos los casos las experiencias exitosas fueron el resultado de una fuerte presencia del Estado tanto en la planificación como en la ejecución de las actividades necesarias, en manos de una dirigencia eficiente y con vocación nacional.

Sin embargo, en el corto plazo la única posibilidad de reactivación reside en una inyección de recursos que movilice la economía mediante un golpe de consumo y un programa de inversión pública. El Gobierno cuenta con los instrumentos para implementar una acción de estas características a través de planes sociales, aumento de jubilaciones, realización de viviendas y obras de infraestructura.

La solución de la crisis económica actual no es un problema de teoría económica sino de política económica. Los instrumentos existen pero se requiere de decisión para su aplicación.

Por Alberto Pontoni. Mayo 2002




Década del 90 - Riego País

La Argentina enfrenta la crisis económica mas importante de su historia, caracterizada por serios desequilibrios internos (recesión y déficit fiscal) y externos (insolvencia y falta de liquidez) que comprometen seriamente su futuro. Si bien la crisis comenzó en la primavera del 98 alimentada por factores externos de carácter financiero no deben confundirse sus circunstancias detonantes con sus causas profundas. La reducción de los flujos de créditos para países emergentes que siguió a las perturbaciones del sudeste asiático, Rusia y Brasil, y la consecuente alza de las tasas de interés, el deterioro de los precios internacionales de nuestras commodities y las devaluaciones del real, del euro y el yen, sólo aceleraron una crisis previsible, no la provocaron.


A continuación pasaremos breve revista a estos desequilibrios y las medidas adoptadas por el Gobierno para tratar de superarlos.

Recesión. El PBI se contrajo el 3,5% -el per capita un 6,5%- en los últimos dos años y casi la tercera parte de la población esta afectada por precariedad laboral, desempleo abierto o subempleo, situación que se refleja en los altos niveles de pobreza.

Para recuperar el crecimiento el Gobierno confió, en un principio, en estimular la inversión a través de medidas de ajuste fiscal. De esta forma esperaba ganar la confianza de ahorristas y acreedores del exterior para ampliar el crédito internacional y poder bajar la tasa de riesgo país y, en consecuencia, la tasa de interés doméstico. El diagnostico oficial resultó ingenuo al creer que la mera reducción del déficit público era condición suficiente para recuperar el crédito externo y retomar el sendero del crecimiento. Más bien, el Gobierno se dejó adormecer por los cantos de sirena de los voceros económicos del establishment que le prometían el codiciado investment grade si profundizaba el achicamiento del Estado, evitando realizar una lectura de la realidad mas profesional y comprometida con su base social.


El poco respaldo brindado por los acreedores externos, que se refleja en el paulatino incremento de la tasa de riesgo país, llevó al temprano fracaso de esta política obligando al Gobierno a un cambio de orientación, que privilegió la negociación directa con los titulares de concesiones de servicios públicos, es decir con los beneficiarios de las privatizaciones del 90, ofreciéndoles nuevas oportunidades de negocios a cambio de inversiones frescas con efecto reactivador. La extensión de las concesiones de rutas, renegociación de contratos ferroviarios y de otros servicios públicos, como correo, aguas, aeropuertos y telefonos, deben ser entendidas en este nuevo contexto (Reincidiendo en la cuestionable práctica de negociar precios, plazos y condiciones sin licitación).

Finalmente, el Gobierno parece estar comprendiendo que no puede continuar con esta política de ajuste perpetuo que no muestra resultados en lo económico y lo enfrenta a la sociedad. De allí que haya aceptado un déficit fiscal de $ 7.000 millones para el 2001, en lugar de los $ 4.800 originalmente previstos y la postergación por dos años de la meta de presupuesto equilibrado.

Déficit Fiscal. La administración menemista dejó un país con elevado y creciente déficit fiscal. Sin considerar lo obtenido por la venta de acciones de YPF y de licencias de comunicación y tomando en cuenta el rojo del PAMI, 1999 cerró con un déficit a nivel del Gobierno Nacional de 9.300 millones (3.3 % del PBI) y con una proyección para el 2000 de 12 mil millones (4.2% del PBI). De considerarse el conjunto del sector público argentino, es decir Nación mas provincias y municipios, el déficit del 99 superó los 13 mil millones de dólares.


Por las razones antes enunciadas así como para desactivar el explosivo crecimiento de la deuda pública, que a fines de 1999 alcanzaba a 116 mil millones de dólares (de los cuales, 110 mil millones eran en moneda extranjera) y que insumía intereses por 10 mil millones, el Gobierno implementó medidas destinadas a achicar en una tercer

Devaluación

Cuando se hablaba años atrás de instalar la convertibilidad en la Argentina, muchos se oponían. Hoy en día, muchos se oponen a terminar con ella y pasar a un sistema de libre flotación cambiaria.


A mediados de 1999 los inversores y empresarios analizaban con preocupación el sostenimiento a ultranza de la paridad 1 peso 1 dólar por parte de los políticos con aspiraciones a la presidencia de la nación. Por esa época, el tema de debate era saber quién y como haría para sacar a la Argentina de la convertibilidad.

Sería oportuno decir que sin necesidad de salir de la convertibilidad se puede cambiar la paridad 1 a 1. La convertibilidad exige un nivel de reservas por parte del Banco Central que le permita hacer frente a una eventual corrida cambiaria, o sea que la gente cambie masivamente sus pesos por dólares. Ahora dicho esto, si se mantienen las reservas acorde al circulante monetario, se está manteniendo la convertibilidad. Lo que se cuestiona entonces no es la convertibilidad en sí sino la sobrevaluación del peso.


Sería necesario entonces cambiar de discusión y analizar la posibilidad de cambiar la paridad cambiaria dejando como en la mayor parte del mundo que la paridad del dólar y el peso sea libre e interactúe con el mercado global?

Para sostener estrictamente la convertibilidad sólo sería necesario sostener el nivel de reservas acorde al circulante en pesos. Con lo cual el fantasma de la hiperinflación no tendría lugar.

Asumiendo que la convertibilidad no implica ad-eternun una paridad fija 1 a 1, sino que se puede o debe? dejar una libre flotación, habría que plantearse que podría suceder con una devaluación del peso.


Planteo1: si Ud. tiene un crédito en dólares, al día siguiente de una devaluación su salario continuará igual y la cuota de su crédito aumentará, por ejemplo un 20-30%. Su salario sin embargo probablemente por la recesión seguirá igual. Si Ud. tenía una cuota de un crédito por 1000 pesos, tendrá que pagar 200 o 300 pesos más! Agreguemos no sólo las personas han tomado créditos en dólares (incluso para comprar viviendas), sino que también lo han hecho las empresas.

Ante ésta situación el planteo de una devaluación o libre flotación se torna difícil.

Planteo 2: Es preferible dicen, bajar los costos para que los productos Argentinos sean más competitivos. Pero bajar los costos significa también, rebajas en los salarios, lo cual a los mismos tomadores de crédito les significa en el mejor de los casos 200 o 300 pesos menos de sus ingresos y la cuota de su/s crédito/s continuará igual, esto es 1000 pesos según el ejemplo anterior.

Sin embargo en un análisis muy simple, a pesar de que parecen similares en sus consecuencias ambos planteos 1 y 2, no lo son en realidad.

En ambos planteos (1 y 2) se mejora la competitivad para los productos argentinos, lo cual serviría para combatir la recesión en que se halla semisumergida la Argentina. Sin embargo, en el planteo 1 tanto las empresas tomadoras de crédito como las personas deberán pagar más en sus cuotas crediticias. En cambio en el planteo 2, sólo los asalariados deberán ajustar sus presupuestos familiares debido a las rebajas salariales. Si las empresas y las personas soportan el peso del planteo 1 (devaluación) y los trabajadores soportan el peso del planteo 2, parece lógico que será menos dura una devaluación repartida entre todos que una rebaja salarial repartida entre los asalariados.

De todos modos, poco importa, ya que si las reservas de la Argentina por su recesión caen a niveles críticos (la mitad del monto histórico) la convertibilidad ya no será una cuestión de opción dejarla o no, sino que deberá buscarse rápidamente la forma de amortiguar el cimbronazo económico, social y político de tener que devaluar por imperio de una recesión intolerable.

En 1999 se opinaba que había dos opciones: los salarios o la paridad cambiaria, a lo que había que sumarle un gasto público congelado hasta lograr crecimiento. Lo que no puede hacerse es no escoger una de ambas. Claro que existe otra posibilidad, no hacer nada y que por milagro el dólar estadounidense se devalúe ante el euro o el yen. Eso mejoraría la competitividad de los productos Argentinos y por ende el nivel de ingresos, pero no mejorará la productividad en forma inmediata. Pero para que hacernos problemas, es tan poco probable que un país con un crecimiento sostenido en los últimos 4 años tenga que devaluar. Además, no hay que desearle cosas malas al prójimo.

Hoy por hoy, sabemos que la elección se ha tomado por el lado de los salarios y gastos superfluos, pero cuanto dura eso y que costo político tiene? O es que alguien creyó que la muerte de la rana que cae en agua hirviendo es muy diferente a la muerte de la rana que cae en agua que se calienta progresivamente hasta hervir?

El problema es la toma de decisión y el costo político de sus consecuencias, pero ambas tienen consecuencias. Cuando Menem insistía con la dolarización, lo hacía porque ante una devaluación, ya no habría corrida cambiaria, nadie iría a comprar dólares, ya que el circulante sería esa moneda, no existiría la sobrevaluación del peso. Menem intuía el futuro e intentó desplegar un paracaídas, que no le fue autorizado. Desde Estados Unidos se comentó que sería poco probable que dicha Nación avalara esa actitud. Todo esto me hace recordar un poco a la resistencia a instaurar la convertibilidad hace muchos años atrás. Pero recordando la receta, la clave está en mejorar la productividad del país, y ni la devaluación ni la rebaja de salarios asegura per se una mejora en la productividad. Mientras los Argentinos continúan con el mismo nivel de productividad, el resto de los países desarrollados la aumenta, y viviendo en un mundo globalizado, aumenta el abismo. La baja productividad, impide que el mercado laboral se amplíe disminuyendo la desocupación que las reformas del Estado requieren.

Para resolver la baja productividad comparativa con otros paises, Argentina necesita hacer énfasis en la Educación, en la transparencia del Estado y de las Empresas y en una fuerte vocación de que todos los ciudadanos, gobernantes inclusive, respeten las leyes y que las mismas sean iguales para todos.

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